“Presidente, menos Siria y más Soria”, recomendó al omnipotente José María Aznar su director de gabinete en la Presidencia del Gobierno, Carlos Aragonés, allá por 2003, cuando Palestina no era todavía el problema que es hoy y la estrella del hombre del bigote comenzaba a declinar tras tanta Cumbre de las Azores junto a George W. Bush y otros amos del mundo y tanto ardor guerrero mostrado en Iraq o el islote de Perejil.
Como aquella otra frase de James Carville “¡Es la economía, estúpido!”, la cual había permitido a Bill Clinton ganar las elecciones estadounidenses una década antes a Bush padre (1992), la de Aragonés pasó a nuestra historia patria porque nadie ha sintetizado mejor el llamado Síndrome de La Moncloa: un impulso que aqueja a todos los presidentes y que, básicamente, consiste en ensimismarse y buscar fuera el afecto que no ven en casa en cuanto las cosas y los sondeos se tuercen.
Pedro Sánchez no tiene legislatura y empieza a perder base social, por mucho que el Gobierno de coalición gesticule aprobando planes de vivienda de dudosa ejecución en tanto una mayoría de las autonomías, en manos del PP, sigan en contra; y claro que eso pasa factura psicológicamente hablando, por mucho que te llames Pedro Sánchez y hayas hecho del Manual de resistencia tu relato.
Humanamente hasta es entendible la tentación de coger el Falcon e irte de gira por Europa a liderar un imposible, hoy por hoy, Estado Palestino. Otra cosa es que sea recomendable; porque todo tiene su momento y, la verdad, diseñar un show-room para vender Estado Palestino a una Europa que pinta más bien poco en el conflicto, y en medio de una escalada militar entre Israel e Irán, no parece lo más indicado… aunque sólo sea por aquello de Ortega y Gasset, de que “los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía”.
Que no es lo mismo acudir al Hospital Central de Asturias y un tipo te grite obscenamente desde lo alto del edificio: “¡¡Por siete votos (los de Puigdemont) tienes el culo roto!!”, que bajarte del avión en Oslo y una Guardia Presidencial rinda honores justo antes de acudir en coche oficial a la residencia del primer ministro a hablar de crear un Estado Palestino en Oriente Medio
Claro no es lo mismo acudir al Hospital Central de Asturias y un tipo te grite obscenamente desde lo alto: “¡¡Por siete votos (los de Puigdemont) tienes el culo roto!!”, que bajarte del avión en Oslo mientras una Guardia Presidencial te rinde honores justo antes de acudir en coche oficial a la residencia del primer ministro noruego a hablar de Geopolítica en Oriente Medio.
Tiene que ser mucho más grato que -sigo- acudir a Sevilla a presentar un Plan de Vivienda y que los obreros trabajando en un edificio de viviendas nuevo enfrente (literal) griten “¡¡traidor!!” ante tu mirada atónita porque no puedes creer que eso te lo hagan los tuyos y en una comunidad autónoma en la que tu partido gobernó la friolera de cuarenta años.
Llegado el caso, puedes consolarte pensando “a estos me los ha mandado Moreno Bonilla”, pero sabes que no es verdad, que hay algo que no carbura desde hace meses, años, entre el PSOE y un porcentaje de sus antiguos y potenciales nuevos votantes; que no es normal que, siendo Gobierno, el mérito progresista lo haya rentabilizado el BNG en Galicia, Más Madrid en la metrópoli y Bildu a punto en el País Vasco -veremos este domingo-.
Algo falla en el motor de este PSOE y no se va a arreglar con relatos improvisados y arriesgados como el súbito interés porque Europa reconozca un Estado Palestino de muy dudosa viabilidad, con Gaza destrozada por los bombardeos israelíes y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en esa Cisjordania que es un queso gruyere por los sucesivos asentamientos de colonos judíos durante los últimos veinte años. ¿Quién va a mandar sobre semejante polvorín político y diplomático?
Solo hay que ver la tibia respuesta de los visitados, empezando por el “no estamos en eso” del vecino Portugal, para darse cuenta, primero, de que no es ésta la hora del Estado Palestino; y, segundo, que mejor haría Sánchez en aplicarse una variante de la célebre frase de Carlos Aragonés tal que está: “presidente, menos Palestina, y más Soria”.
Solo hay que ver la tibia respuesta de los países visitados por Sánchez, por no resaltar el “no estamos en eso” de nuestro vecino más próximo, Portugal, para darse cuenta, primero, de que no es ésta la hora del Estado Palestino y, segundo, de que mejor haría el presidente del Gobierno en aplicarse una variante de la célebre frase de Carlos Aragonés tal que está: “presidente, menos Palestina, y más Soria”… Y, si me apuran: “presidente, menos Palestina, menos amnistía, y más Soria”
Porque uno de los problemas que aquejan a Sánchez y al PSOE es su excesiva entrega desde hace años a la agenda catalana -en la creencia de que solo así podrá mantenerse en La Moncloa-. Eso está produciendo desafección, que es la madre de la abstención, en la base de votantes socialistas del resto de España. No hay más que ver las encuestas.
La idea que la Dirección Federal compró hace años a Pablo Iglesias -y a José Luis Rodríguez Zapatero- consistente en que si sumas al PSOE todoel voto periférico que no sea PP y Vox, Alberto Núñez Feijóo nunca llegará al poder, opera siempre y cuando la masa de votante socialista se mantenga firme y no castigue a Sánchez yéndose a la abstención o votando a sus socios gallegos, vascos o madrileños… y de que en el resto de España el PP no se convierta en hegemónico.
Y esto último es justo lo que empezó a pasar en las elecciones generales del 23 de julio que, no lo olvidemos, el PSOE no ganó.
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