Sorprende la naturalidad y el desparpajo con que los medios afectos a la causa gubernamental salen a defender a Pedro Sánchez. Por lo general son los mismos que fueron de cacería a por José María Aznar el 11-M de 2004. Entonces no hubo piedad con el presidente del Gobierno. Hoy piden para Sánchez lo que hace años negaron para otro presidente en precaria situación. Ambos se parecen en la manera en que utilizan la mentira como herramienta para su propia reparación. Se diferencian en que Sánchez está y seguirá en La Moncloa, y el partido de Aznar, sin embargo, estaba a punto de perder las elecciones, que el PSOE ganó con aquella ocurrencia tan eficaz de Rubalcaba de que “los españoles merecemos un gobierno que no nos mienta". Ni antes ni ahora.
Tan compungidos medios, ignorando que con el coronavirus y sin él la democracia tiene normas estrictas a las que no se debe renunciar, piden silencio, comprensión, aparcar la crítica. Como si la crítica no fuera motor para la rectificación, como si no nos salvaguardara del error y la impostura. Y de la mentira. Esperar a que esto pase, y a que, como dice Sánchez, llegue la victoria, y ese será el momento de la confrontación. Que nadie pregunte qué hizo el Gobierno en febrero, qué en los primeros días de marzo, qué exactamente el día ocho. Que nadie indague sobre lo que sabían antes de las manifestaciones de ese día. Cuando llegue la victoria, afirma el presidente, entonces será el momento de rendir cuentas. Y así es cómo los medios afines lo blindan. No hace falta que pase el virus para que las cosas sean de otra manera. El periodismo, entendido como herramienta para el control del poder ya murió antes de que naciera el coranavirus. Al menos en España.
Sánchez no es Roosvelt
En la radio, un tertuliano califica de patético el editorial de ABC de ayer y “de otros periódicos de derechas”, como si desde ahí fuera imposible e inconveniente la crítica. Qué cosas. El veterano diario se permite criticar el tacticismo presidencial en sus vacuas y soporíferas intervenciones. Al final, el tertuliano, víctima de sus contradicciones, termina asegurando que sí, que las apariciones televisivas son como un mal guión, que le sobran una cuantas páginas, pero que están hechas para gente que está confinada en sus casas y que no tiene Twitter ni otras redes sociales ni televisión de pago y necesitan estas intervenciones que vergonzosamente recuerdan a algunos las que dio Roosevelt junto a la chimenea. Pero aquello iba de liderazgo, no de autobombo. Aquellas charlas desde la radio tranquilizaron a los norteamericanos durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Ya quisiera el doctor Sánchez un cierto parecido.
O sea, que son para la gente desinformada, la que no tiene más noticia que la que vomitan las teles. Acabáramos. Es para esta pobre gente para la que trabajan la mediocre factoría de discursos monclovita. No tendrán que esforzarse mucho. El guión es siempre el mismo, cargante, reiterativo, autocomplaciente, justificativo y machacón.
Y entre todas las palabras solemnes que en su voz quedan reducidas a nada se sobra con su invocación a la unidad. Habla de ella quien desde que llegó al Gobierno fracturó la poca unidad que ya había entre nosotros. Pide unidad quien ha hecho buena la llamada democracia del 50%, pues sólo gobierna para la mitad, como si la otra mitad no existiera. Pide unidad quien -legítimamente, claro, claro-, gobierna con el 19,10% del censo electoral. Resulta pesado recordarle ahora que incluso en estos tiempos le faltan fundamentos morales para reclamar lo que ha destrozado con verdadera devoción.
Algo tarde para pedir unidad
La unidad la puede y debe pedir aquel que tiene capacidad para liderar. No basta con salir más de una hora por la televisión, hacer creer a la gente que estás apunto de llorar y someterte después a una tanda de preguntas seleccionadas que te sirve en bandeja el turiferario secretario de Comunicación. También esto es el nuevo periodismo. Que tu jefe de prensa con rango de viceministro te vaya sirviendo las preguntas con el mismo automatismo con que los niños nos aprendíamos la tabla de multiplicar. No hay problema. Si Sánchez se atasca ante tanta soflama y mediocre facundia te suelta eso de que el virus no entiende de ideologías, de personas, ricos o pobres, de territorios y así va cerrando el círculo argumental de su penoso razonamiento.
Sucede como en la lidia, que no hay peor toro para un mal torero que el animal encastado que no permite el lucimiento, pero al que hay que bajarle la cabeza y domeñar. Para eso hace falta oficio y mucho pundonor. Ese tipo de toro deja en evidencia siempre a los toreros de salón, y por el contrario, suele dar una oportunidad a aquellos que se la juegan con la verdad y el arte que marca la decencia de las mejores intenciones. A toro pasado, los diestros mediocres hacen faena. Sánchez la está haciendo a diario. Sucede que se le ve continuamente el pico de la multa. O sea, se alivia siempre fuera de los terrenos del toro. Donde el peligro es menor, y por eso su burladero es un atril y enfrente una cámara de televisión en la que hacer pucheros. Nos pide unidad y no sabe que los españoles nos hemos unidos muchas veces sin necesidad de que haya una llamada. Une el peligro. Y el abandono. Y la improvisación.
Demasiada televisión
Cada vez que se expone frente a las cámaras, más clamorosa es su inacción y más obvia su inepcia. Pero, ya ven, estos largos discursos en los que el presidente nos habla de consumo de Internet, pero también de la caída del queroseno o del éxito de España en fibra óptica, están hechos a mayor gloria del que pretende el liderazgo que una parte de la nación en este momento le niega. Pero, presidente, qué nos cuenta, ¡si faltan batas y mascarillas para nuestros sanitarios. ¿Pero no le da vergüenza hablar de liderazgos?
Estos discursos, pretendidamente churchillianos, si siguen en cartel, terminarán con Sánchez. De qué unidad hablan aquellos que infringen la cuarentena que ellos decretan. De qué unidad habla si está confirmado que España es el país que peor protege a sus sanitarios como lo demuestra que el 12% esté contagiado. Hemos enviado a nuestros médicos y enfermeras a luchar sin armas, y ayer 3.500 tenían el coronavirus en su cuerpo. Lo peor está por llegar. No presidente, lo peor ya ha llegado con usted y su forma de quitarse responsabilidades de encima. Es tiempo de unidad sí, y sobre todo de no perder la memoria. De esto último sobre todo. Cuando hayamos vencido hablaremos de su liderazgo. De lo que quede para entonces.
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