Ya escribió Ortega, hace ahora cien años, que sufría “verdaderas congojas oyendo hablar de España a los españoles”. Era aquello de la España invertebrada, del sentido de este país, del cainismo suicida y de las soluciones sin talento. Ah, el talento, ese sentido que según Ortega era una cuestión de perspectiva.
Cada vez que se juntan los socialistas para dar una solución a un problema que su deslealtad ha generado, o que su ansia de poder impulsa, no deja de sorprender. ¿Cómo olvidar aquello de “nación, concepto discutido y discutible” que permitió firmar el Pacto del Tinell para dejar al PP fuera de la vida política? ¿O cómo no traer a la memoria el federalismo asimétrico o la España plurinacional?
Ahora, viendo las necesidades de Sánchez, han parido la idea de la “España multinivel”. La propuesta no procede de un estudio de las necesidades de los españoles, su idiosincrasia, o de la búsqueda del mejor desarrollo económico, social y político. No. Todo es para que Sánchez camele a los nacionalistas engañando a los españoles.
La idea socialista de la “España multinivel” se apoya en la teoría del constitucionalismo multinivel, que viene a decir que los derechos fundamentales dependen de los distintos niveles territoriales de soberanía. Por ejemplo, se usa para la Unión Europea en relación con los Estados miembros.
Aplicado a la situación española supondría que los derechos estarían garantizados por distintas administraciones territoriales y, por tanto, que los españoles tendrían distintos derechos en función del territorio en el que vivan. En definitiva, es la parcelación definitiva de la soberanía.
El español formaría parte de una comunidad supranacional, el Estado, que aseguraría un mínimo de ciudadanía, pero sobre todo, de una autonomía soberana que administraría su vida.
En el planteamiento del PSOE sanchista, el nivel alto estaría formado por las autonomías con reconocimiento histórico, y el nivel bajo por las que no. Las primeras, como ahora, tendrían más carga soberana. Esto sería reconocido por la Constitución y cada territorio asumiría un cierto grado de soberanía para garantizar o dar derechos a sus ciudadanos. El español formaría parte de una comunidad supranacional, el Estado, que aseguraría un mínimo de ciudadanía, pero sobre todo, de una autonomía soberana que administraría su vida.
Brecha territorial
La realización de esto supondría algo más que un eslogan para sentarse en un mesa bilateral con los golpistas y que no se note demasiado que van a hablar de despiezar el país y de burlarse de todos con la amnistía y el referéndum. Es la sencilla táctica de distraer con palabras inusuales una práctica tradicional.
La pretensión es terminar con el artículo 2 y el título VIII de la Constitución, la soberanía nacional y la unidad autonómica. El multinivel no nos debe distraer de lo esencial, que es que el sanchismo, siguiendo la estela del PSOE, es capaz de cualquier cosa para seguir en el poder.
Ya estamos en un estado asimétrico de las autonomías en el que los españoles no somos iguales y, donde la brecha territorial se ha ahondado. El proceso ha sido sencillo: la soberanía ya no pertenece a las personas, sino a los territorios. Elevados los terruños a sujeto político, como un pequeño Estado, se hacen acreedores de una parte de la soberanía. Y en filosofía política es de sobra conocido que un Estado es insaciable, que siempre quiere más a costa de otros Estados y de las personas.
Eso es lo que ha pasado en España: se han creado microestados legitimados por las necesidades parlamentarias y la ceguera política de muchos. Su crecimiento ha sido a costa del Estado originario y de la concesión de derechos diferenciales sobre el resto de españoles. Eso es el nacionalismo, la ideología para la construcción de un Estado propio. Aunque con Zapatero se abrió el sendero, el socialismo en manos de Sánchez se ha convertido en su cómplice necesario.
Será un país en el que resultará más importante ser cántabro, gallego o catalán que español, en el que la dependencia de la persona hacia el partido que controle el microestado será mayúscula
Este PSOE quiere maquillar la operación. Desea una España de territorios, no de personas ni de ciudadanos. Apuesta por un país de privilegios feudales, transmitidos con la tierra, en el que el nacimiento otorga unos derechos o los niega. Si ya tenemos dos niveles autonómicos, a los que se suma la segregación económica por el régimen foral, la España multinivel sanchista es un paso más en la separación. Será un país en el que resultará más importante ser cántabro, gallego o catalán que español, en el que la dependencia de la persona hacia el partido que controle el microestado será mayúscula. Ese español será ciudadano de su autonomía, mientras que el ser español constituirá algo residual
Decadencia permanente
El particularismo va llegando poco a poco a su máxima expansión, ahora y siempre, gracias a la labor de dirigentes mediocres. Lo escribió Ortega en “España invertebrada”: donde hay masas ilusionadas por un país que crece, que suma y progresa, que cree en sí mismo, hay líderes obligados a mirar por todos. Donde las masas, la gente, desespera y bosteza, los políticos son mediocres muñidores de intereses particulares y mezquinos.
Claro que es posible que Ortega se equivocara, que nuestro país no esté en permanente decadencia ni que la impronta castellana sea un problema, o que tengamos que imitar a “Europa” porque sí. Y menos aún que haya que reconstruir un Estado que nos salve a todos de nosotros mismos. Sin embargo, estaría bien que ese pueblo, esa masa orteguiana, eligiera bien a su director. Al menos que su carácter invertebrado no se transmita con tanta facilidad.
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