Opinión

Presidente Trump: retórica y realidad

Trump llega a la Casa Blanca con unos índices de popularidad que decrecen desde noviembre y que son los más bajos en la historia de los presidentes de EEUU.

Comienza la era Trump, o más bien ya empezó aquel fatídico –para algunos– 8 de noviembre. Son 72 los días que pasan entre la noche electoral y el día de la inauguración presidencial, un periodo conocido como la “transición presidencial” y que es una de las partes más importantes del proceso electoral. Una tarea que incluso empieza a planearse antes de que se sepa quién es el ganador de las elecciones. Un periodo en el que la “nueva” Casa Blanca tiene que cubrir aproximadamente 4.000 puestos, incluyendo unos 1.100 que requieren la confirmación por parte del Senado. No es una tarea fácil y en general las nuevas administraciones sólo llegan a cubrir un par de cientos de dichos puestos en los primeros meses.

Ya en febrero el nuevo gobierno tiene que entregar un primer presupuesto y el presidente debe ofrecer un discurso similar al del Estado de la Unión

Hay que sumar que la transición es clave para determinar o averiguar cómo la administración entrante convertirá las promesas de la campaña en política. Ya en febrero el nuevo gobierno tiene que entregar un primer presupuesto y el presidente debe ofrecer un discurso similar al del Estado de la Unión, tareas ambas que no se llevan a buen puerto si no se ha empezado a trabajar mucho antes del día de la inauguración.

A pesar de ser enormemente importante este periodo, Donald Trump lo ha conducido como su campaña, es decir, de manera inusual. Y muy lejos de aquella ejemplaridad ampliamente remarcada de la “transición presidencial” de George W. Bush a Barack Obama. Pero es lo más real que tenemos para tratar de averiguar algo más sobre una futura gestión rodeada de incertidumbre.

Éstas son algunas de las pistas que nos ha desvelado la “transición presidencial”. En primer lugar, empleo, empleo y empleo. Sin duda ha sido la palabra más utilizada por el nuevo presidente durante estos meses. Por lo tanto, todo lo que esté ligado a este mágico sustantivo y a esas promesas a la clase media blanca trabajadora será prioritario. Todo lo demás, como los asuntos internacionales, ocupará un lugar menor.

Chris Christie, que lidera el proceso de transición, ha afirmado que su equipo está revisando órdenes ejecutivas y regulaciones para ver qué pueden cambiar en los primeros 100 a 200 días

Por otro lado, continuará la gran polarización de la sociedad norteamericana. Trump llega a la Casa Blanca con unos índices de popularidad que decrecen desde noviembre y que son los más bajos en la historia de los presidentes de EEUU. Si le sumamos la enorme popularidad con la que Obama se marcha, concluimos que la polarización no se atenúa, todo lo contrario. Se esperaba además –y como tradicionalmente suele ocurrir– que el periodo de transición hubiera unido al menos algo a los norteamericanos. Pero en estos meses Trump se ha enfrentando a iconos de los derechos civiles, a actrices de Hollywood, a las agencias de inteligencia, a los contratistas de defensa, a los líderes europeos y a su antecesor. Y los que se oponen a él tampoco han cedido lo más mínimo para darle un voto de confianza y ha habido férreas críticas contra su figura por parte de muchos medios de comunicación e incluso prácticas periodísticas cuestionables.

En tercer lugar, todo apunta a una visión cortoplacista. Chris Christie, que lidera el proceso de transición, ha afirmado que su equipo está revisando órdenes ejecutivas y regulaciones para ver qué pueden cambiar en los primeros 100 a 200 días. La idea es derogar aquellas que tengan un impacto en su electorado y que muestren la determinación del nuevo gobierno a cumplir con sus promesas. Sin duda caerá el Obamacare, el acuerdo Transpacífico ya no contará con EEUU, y la renovación Corte Suprema será marcadamente conservadora, por no hablar de los temas migratorios y de cambio climático que son los más vulnerables en estos primeros meses a ser revocados con simple orden ejecutiva. Y en ninguno de los casos se han explorado alternativas y ni tan siquiera las consecuencias que dichas decisiones acarrearían en el largo plazo. Una actitud cortoplacista que también lanza el interrogante sobre cómo se llevará el nuevo presidente con el Congreso, no sólo por posibles las discrepancias con miembros de su propio partido, sino por su poca paciencia con los procesos largos y lentos.

Como buen 'businessman' todo se puede negociar y la elección de su equipo así lo corrobora

Por último, Donald Trump no ha dejado de lado el que es su gran mensaje: todo está sobre la mesa y no se debe presuponer nada. Es decir, como buen businessman todo se puede negociar y la elección de su equipo así lo corrobora. Muchos de ellos no comparten algunas de las visiones más características del trumpismo, pero no le importa. Quiere gente fuerte en su equipo, buenos negociadores, y con su propia visión de las cosas. La mayoría tiene experiencia en gestionar grandes grupos humanos y con los pies en la tierra, y nada de académicos ni think tankeros. Y esto es lo que preocupa principalmente fuera. Por un lado porque todo lo ve bajo el prisma económico, incluso la OTAN. Por otro, porque llega con la idea de que el sistema comercial internacional ha tratado mal a EEUU, por lo que buscará renegociarlo todo para que sea favorable al país. Y por último, porque Trump ha afirmado que tratará a los países en función de cómo les traten a ellos. Es decir, que la variable no es sólo Washington, sino que será determinante cómo el resto de países se acercan y negocian con ellos. Y estos aspectos serán claves con China y Rusia, sus dos principales y más inmediatos retos internacionales.

A Trump no le interesan las disputas chinas en el Mar del Sur de China ni tampoco el estatus político de Taiwán, a no ser que de una manera u otra puedan ser utilizadas como moneda de cambio en la mesa de negociaciones, cuyo fin será económico, de creación de empleo, y de búsqueda de mercados para EEUU.

Scaramucci, enviado de Trump, y Dmitriev, jefe de un fondo soberano ruso, se reunieron para hablar de posibles inversiones

Y con respecto a Rusia ¿por qué no atenuar las sanciones contra Moscú si éste se alinea con las prioridades políticas de Washington? ¿Por qué no tratar bien a alguien que se porta bien contigo? Ya podemos decir, además, que ha tenido lugar el primer contacto oficial entre el equipo de Trump y de Putin. Ha sido en Davos, en la reunión del Foro Económico Mundial. Scaramucci, enviado de Trump, y Dmitriev, jefe de un fondo soberano ruso, se reunieron para hablar de posibles inversiones en un ambiente que no podía tener más tinte económico.

Todas estas “pistas” no acaban, sin embargo, con toda la incertidumbre que genera la administración entrante. Planean las dudas sobre el aspecto que tendrá el esperado plan de infraestructuras y la reforma de los impuestos; el interrogante sobre lo que pasará con Jim Comey, el polémico jefe de la CIA que puso en aprietos la campaña de Hillary Clinton; o cómo se dividirán las tareas dentro de la nuevo gabinete el polémico Stephen Bannon y el yerno Jared Kushner, los asesores más directos de Trump; también predecir la capacidad de influencia que puedan tener Christie y Giuliani desde fuera; descifrar además si el vicepresidente Mike Pence será el nuevo “Dick Cheney”, como algunos auguran; y, por supuesto, saber con certeza dónde acaba la retórica y empieza la realidad.

*** Carlota García Encina es investigadora del Real Instituto Elcano y profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Francisco de Vitoria

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación
Salir de ver en versión AMP