Solo en una tierra en la que el concepto de la ley se ha ido diluyendo poco a poco para acabar siendo tragado por el sumidero de la política podía darse espectáculo semejante. Unos condenados por sedición y malversación de fondos llegando a la cámara catalana con el aplomo que otorga la desfachatez y disponiendo a su antojo de la que debería ser la casa de todos los catalanes. Total, para lanzar un sermón admonitorio a quienes no somos separatistas.
Sermón era y propaganda, además, que no otra finalidad tiene la llamada comisión para revisar el 155, como si fuese la aplicación de tal medida lo ilegal y no lo que la provocó. Los separatistas jamás reconocerán que su locura era, además de no ajustada a derecho, una improvisación cobarde y torpe, un intento de robar una vez más el tarro de mermelada pero esta vez para quedárselo entero. La conocida frase, de uso muy común entre el separatismo más hiperventilado, de no ens alimenten les engrunes, no nos alimentan las migajas, presidió lo que pasó el 2017. La ley, lenta, pero inexorable, actuó y aunque luego la torpe y sucia mano de la política haya descafeinado la tropelía, acabaron dando con sus huesos en la cárcel los que creyeron ser superiores al conjunto de sus paisanos.
Esos, los que malversaron dineros de todos para financiar sus propios fines, los que instrumentalizaron y secuestraron las instituciones que deberían estar por encima de mezquindades personales, los que han roto de manera irreparable – sí, he dicho irreparable y lo sostengo – la convivencia catalana, llegaron al Parlament como si fuesen unos héroes, unas víctimas, unos líderes heroicos de una revolución abnegada y pura. Nada más lejos de la verdad. Son, simplemente, una cuerda de presos que ha ido a blanquear su imagen y, de paso, la de los separatistas, que se apuñalaron unos a otros en la sesión del martes. Han ido a hacer teatro, a mentir sistemáticamente y a insultar al sentido común y a la esencia de la democracia, que no es más que el respeto a la ley que nos hemos dado.
Nadie sabe odiar más y mejor que estos deudos del nacionalismo pujolista, que creyeron e hicieron creer que la Ínsula de Barataria llamada Cataluña iba a ser el reino de los burguesitos mediocres y chapuceros"
Siempre hablan de mandatos populares, de pueblo, de conjurarse, y ahí es donde se les ve más el plumero de conducators que albergan debajo de sus corbatas, sus trajes, sus miradas de inocentes presos. Ni una sola muestra de arrepentimiento, ni una autocrítica, ni un “lo siento, me equivoqué”. Son los mismos petulantes que han gobernado esta tierra secularmente, y a los señoritos no hay que pedirles humildad. Son los que mandan y si, circunstancialmente, los apartan del cortijo ya tomarán ellos buena nota de quienes se han atrevido para ajustarles las cuentas en un futuro próximo, pues saben que volverán a ser los amos más pronto que tarde. Turull se permitía calificar a Ciudadanos como cobardes, maleducados e inhumanos. Turull, que defiende a un individuo llamado Puigdemont que se fugó en un maletero, que no ha sido capaz de llamar en dos años a la esposa de Junqueras, que ha insultado a todos sus compatriotas, da clases de moralidad.
Ahora los medios del régimen estarán dos o tres días hablando de la nobleza de esta cuerda de presos, de su dignidad, de su heroísmo sin paragón y así podrán pasar la página del navajeo entre Esquerra y Junts per Catalunya. Aunque sea todo falsedad, rabieta, odio incluso, porque nadie sabe odiar más y mejor que estos deudos del nacionalismo pujolista, que creyeron e hicieron creer que la Ínsula de Barataria llamada Cataluña iba a ser el reino de los burguesitos mediocres y chapuceros. Todo, para terminar formando parte de una simple cuerda de presos, aunque se desplacen en bonitos vehículos y se pavoneen con la misma categoría intelectual de un pavo real ante las cámaras. Lo de la conducción ordinaria ya no se estila. Aunque, en honor a la verdad, hay que añadir que, si bien en esa cuerda son todos los que están, no están todos los que son, y es el único defecto que puede encontrarse en la misma.
Y con estos nos dicen socialistas y comunistas que hay que dialogar.
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