Sánchez lo quiere todo y lo quiere ya. Quiere que Podemos le apoye sin fisuras, sin un sólo pero por aquello del Gobierno de progreso y el que viene la derecha. Quiere también que los independentistas catalanes se la envainen, le den el sí y se olviden del procés para siempre. Todo a cambio de 200 millones de euros en concepto de inversiones estatales en Cataluña. Mucho no parece, la verdad. Pero lo que quiere por encima de todo es permanecer en el poder al coste que sea.
Según están las cosas sólo desde el poder puede revalidar el título y, en el caso de que no lo revalide, dos años que se habrá pasado como primer ministro de una de las principales economías del mundo. Eso, que puede parecernos algo accesorio, no lo es tanto si observamos lo bien situados que han quedado sus antecesores.
Ser expresidente del Gobierno español abre muchas puertas en el circuito de relaciones internacionales: conferencias pagadas a millón, infinidad de prebendas, puestos de relumbrón y una silla en el Club de Madrid, esa alacena de mandatarios jubilados a la que todo tonto con ínfulas quiere acceder. Ahí le esperan Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.
Claro, que ese no es más que el plan B, del que tirará en el caso de que el resto le salga mal, ya sea este mismo año o el próximo. Por salir mal hay que entender presentarse a las elecciones y perderlas. Es un escenario plausible que tiene muy presente porque después de él el PSOE habrá quedado como la flota del almirante Vernon en Cartagena de Indias, apta sólo para llevar carbón de Gales a Irlanda. Ahí tiene a Susana Díaz recordándoselo a diario desde hace mes y medio. Después de esta locura, o la nada o la gloria.
El Ejecutivo ha estimado un alza de ingresos que habita más en el país de la fantasía, pero eso es lo de menos: lo que no se recaude ya se pedirá prestado
Sánchez aspira a la gloria, pero no lo tiene fácil. Como presidente del Gobierno no está especialmente legitimado. Llegó como llegó y sus seis meses en el cargo no se cuentan por días, sino por calamidades. Como si un tuerto no hubiese dejado de mirarle, todo lo que ha hecho le ha salido mal. A un personaje tan limitado el Gobierno le viene grande, quizá por eso ha desplegado dos estrategias en paralelo.
Por un lado, darse mucho brillo internacional con constantes viajes al extranjero. Esto en casa ha dado pie a infinidad de chistes y humoradas sobre su desmedida afición a valerse del avión oficial y su nulo conocimiento de las normas de protocolo. Por otro, ha puesto en marcha el aspersor de dinero público para concitar voluntades en torno a su candidatura, aunque éstas sólo se deban al interés de seguir recibiendo mercedes.
Los presupuestos de este año son el pilar de esta estrategia. Hasta ahora ha gastado todo lo que ha podido, que es mucho menos de lo que le hubiera gustado. Gobierna, recordemos, con los presupuestos que Rajoy sacó agónicamente adelante sólo unos días antes de la moción de censura que le catapultó hasta la Moncloa. Sin presupuestos propios no se puede hacer política con mayúsculas, más aún en un caso como el que nos ocupa, un tipo que quiere atornillarse al poder y que, a falta de amor verdadero, ha de consolarse con el de pago.
Ese pago, por descontado, corre a nuestra cuenta. Los presupuestos que este lunes presentó la ministra Montero incluyen mucho gasto sí, pero también una importante subida de impuestos. La presión fiscal se elevará un punto, con ella lo hará el gasóleo, el IRPF y las contribuciones de autónomos y empresas. El Ejecutivo ha estimado un alza de ingresos que habita más en el país de la fantasía que en el de la realidad, pero eso es lo de menos, que se recaude lo que se tenga que recaudar, el resto se pedirá prestado.
Cuando se le acabe la cuerda, Sánchez dejará el estropicio a sus espaldas y pasará al plan B, el de líder internacional, mediador de conflictos y voz de la experiencia
Con pura deuda, por ejemplo, pretenden sostener las pensiones, que este año se irán por encima de los 150.000 millones de euros, casi la mitad de todo el gasto público. Eso se dejará sentir en el déficit y en la deuda pública. En Bruselas emitirán un suave quejido este año, el próximo protestarán en voz alta, al siguiente exigirán un plan de ajuste cuando la prima de riesgo se haya disparado.
Pero para entonces, si todo sale conforme a lo planeado, ya se le habrá pegado la poltrona al trasero, que es de lo que se trata. A partir de ahí podrá jugar al ratón y al gato con el Eurogrupo como hizo Zapatero durante tres años. Cuando se le acabe la cuerda dejará el estropicio a sus espaldas y él pasará al plan B, el de líder internacional, mediador de conflictos y voz de la experiencia.
Es, como vemos, un suicidio asistido muy parecido al de la segunda legislatura de Zapatero, pero más a la desesperada. Zapatero lo tuvo mucho más sencillo. Tenía 11 millones de votos, dinero en la bolsa y en el Congreso rozaba la mayoría absoluta. Sánchez está por ver que consiga ganar las elecciones y, si lo hace, que pueda contrarrestar algo como lo de Andalucía. Las elecciones de mayo los pondrán a todos en su sitio, incluido al propio Sánchez, un hombre bendecido por la diosa Fortuna dispuesto a jugársela. Hasta ahora todo le ha salido a pedir de boca, a razón de qué no iba a intentarlo de nuevo.
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