“La forma básica de un 'paper' de economía es un par de párrafos comprensibles al principio y un par de párrafos comprensibles al final, con un montón de análisis estadísticos o matemáticos realmente difíciles de seguir en el medio”. Justin Fox, editor del Harvard Business Review.
Una de las principales críticas que recibimos los economistas proviene de nuestra incapacidad de efectuar predicciones correctas. Son muy conocidas las relativas a la crisis de 2008, por ejemplo. “Fuisteis incapaces de predecirla”, se nos acusa. A algunos colegas les sientan muy mal estas acusaciones, tan injustas en parte como perfectamente acertadas en otra. No es cierto que los economistas seamos malos prediciéndolo todo. Por ejemplo, las ventas de una empresa o de un gran almacén, el tráfico de una web o el de pasajeros de líneas aéreas, las cifras de fallecimientos son ejemplos en los que la economía, y en particular el análisis de series temporales, funcionan de cine. De ahí lo injusto de la afirmación. Y, sin embargo, somos todos conscientes de los enormes errores de predicción cuando nos enfrentamos a magnitudes agregadas, como la evolución del PIB o del comercio mundial. Ahí es donde la crítica, feroz incluso, es acertada.
El problema es de raíz. Fenómenos aislados, individuales, suelen ser perfectamente regulares dentro de su irregularidad y los economistas han desarrollado métodos matemáticos muy potentes que permiten descomponer la serie e identificar sus distintos elementos. En predicción microeconómica los economistas somos muy buenos. Tanto, que el análisis de series temporales ha desbordado su parcela original y se emplea para estudiar la evolución de enfermedades, por ejemplo. Pero cuando nos ponemos a predecir magnitudes agregadas, como, por ejemplo, el crecimiento de la economía, entonces rozamos el desastre, y no sólo en plazos largos, que sería más o menos aceptable. Las publicaciones del FMI son el mejor ejemplo de lo que señalo. Cada seis meses, el Fondo Monetario Internacional publica sus predicciones de crecimiento en el famoso World Economic Outlook. Cada seis meses, y esto desde el segundo WEO, porque en el primero no pudo, el FMI corrige sus predicciones. Da igual cuándo lea esto.
Quizá por el complejo de los economistas frente a ingenieros, físicos o matemáticos, en los últimos 50 años la economía ha cambiado su rumbo hacia la matematización de todas sus aportaciones. El problema, como he dicho antes, es de raíz. Pretendemos que la actividad económica global es un fenómeno regular, sujeto a ciertas oscilaciones aleatorias perfectamente medibles y, en consecuencia, asumibles desde un punto de vista estadístico. Y hemos olvidado que las hipótesis, en un modelo, lo son todo. No digo que los economistas no consideremos las hipótesis. Todo lo contrario. Digo que todo modelo es sensible a las hipótesis, y que si, por alguna razón, están mal planteadas o son equivocadas o se demuestran erróneas, el modelo no servirá de nada.
Es decir, que, si no funciona, la culpa es del pianista. Ya lo advertimos, ya lo corregiremos en el próximo informe, que será, como siempre, portada de los principales medios, sin un solo atisbo de crítica
No puedo construir un barco de recreo con capacidad para 10 personas y esperar que no se hunda cuando lo sobrecargo con 50 pasajeros; la estructura cede. Así, en el último informe del FMI sobre perspectivas económicas se plantea una caída del PIB de España del 8% en este año y una recuperación del 4.3% para 2021. Para alimentar su modelo, complejísimo, el FMI emplea hipótesis acerca del precio de barril de petróleo en los dos años estudiados, sobre el tipo de interés del mercado interbancario de Londres (el LIBOR), sobre el tipo de depósito del euro y del yen… y se cura en salud, claro, añadiendo el clásico descargo de responsabilidad: "Estas son, por supuesto, hipótesis de trabajo, y no pronósticos, y las incertidumbres que las rodean se suman al margen de error que, en cualquier caso, estaría involucrado en las proyecciones". Es decir, que, si no funciona, la culpa es del pianista. Ya lo advertimos, ya lo corregiremos en el próximo informe, que será, como siempre, portada de los principales medios de comunicación, sin un solo atisbo de crítica.
Tan importantes son las hipótesis que el modelo del Ministerio de Economía lleva la caída en 2020 al 9.2% y la recuperación al 6.8% un año después (de ahí la famosa V asimétrica de nuestra ministra Calviño; caemos de 100 a 90.8 y subimos hasta 97, siempre por debajo del 100 de partida). El Banco de España plantea tres escenarios con un margen de caída de entre el 6.6% y el 13.6%, con una recuperación posterior de entre el 5.5% y el 6.1%. El servicio de estudios del BBVA establece la contracción entre un 5.5% y un 10.5%, para una recuperación posterior entre el 4.2% y el 7.2%. Funcas, por su parte, señala una caída del 7% en 2020 y una recuperación del 5.4%.
Intervalos amplios
Todos estos organismos predicen, en definitiva, una caída de entre un mínimo del 5.5% y un máximo del 13.6%, para luego recuperarnos con un crecimiento para 2021 que podría variara entre un mínimo del 4.2% y un máximo del 7.2%. Otros servicios de estudios de instituciones prestigiosas como Mapfre, la CEOE o el Consejo General de Economistas ofrecen cifras similares, y en general en el intervalo señalado. Intervalos inevitablemente amplios en una situación que refleja tanto la absoluta incertidumbre en la que nos encontramos como la incapacidad de los modelos de ajustar una predicción en condiciones. Ninguno compraríamos un billete de avión camino de Nueva York sabiendo que tardaremos entre 5 y 12 horas en llegar, pero todos compramos las predicciones económicas.
En definitiva, no existe un solo servicio de estudios que hoy pueda definirse como tal si no es capaz de construir un modelo matemático que explique… lo que las matemáticas son incapaces de explicar. Y es que, efectivamente, los economistas nos hemos perdido en el limbo de las ecuaciones diferenciales y en diferencias, en derivadas, integrales y sucesiones que tienen un valor enorme, pero que, como vemos cada día que pasa, no permiten predecir el comportamiento económico como magnitud agregada. Desde los Principios de Economía de Alfred Marshal, allá por 1890, pasando por su aventajado discípulo John Maynard Keynes, sin duda el economista más influyente de todos los tiempos, la divulgación que logró Samuelson con su Economía (cuya primera edición data de 1948, y que sigue hoy como manual referencia en todas las escuelas de economía y negocio del mundo) hasta las aportaciones de Solow y Swan en su modelo de crecimiento o las aportaciones de Black y Scholes al cálculo del precio de un derivado, ya no se publica un paper si no lleva un soporte matemático que le dé 'categoría'. Hoy, Carl Menger no hubiese encontrado quien le publicase sus Principios de Economía y nos hubiésemos perdido la teoría que mejor ha explicado, jamás, por qué el valor de las cosas es subjetivo. Hago mías las palabras de Hayek, cuando al recibir el premio Nobel en 1974 señaló:
"Me parece que este fracaso de los economistas para guiar la política con más éxito está estrechamente relacionado con su propensión a imitar lo más posible los procedimientos de las ciencias físicas, un intento que en nuestro campo puede conducir a un error absoluto. Es un enfoque que se ha descrito como la actitud 'científica', una actitud que es decididamente no científica en el verdadero sentido de la palabra, ya que implica una aplicación mecánica y no crítica de hábitos de pensamiento a campos diferentes de aquellos en los que han sido formados".
Parece que hemos olvidado que el método matemático es método científico, pero que el método científico no es, siempre, matemático. No por ser una cosa complicada debe ser rechazada, por supuesto. Pero quizá vaya siendo hora de volver a las raíces y dejar de pretender que las leyes que explican el universo también rijan el comportamiento humano.
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