Opinión

Las primarias lo cambian todo

El sistema tradicional de funcionamiento de los partidos grandes establecido en la Transición ha colapsado, y el PP el último partido al que las primarias han puesto patas arriba

Este jueves, unos 66.500 militantes populares podrán participar en las elecciones primarias para elegir su próximo líder o lideresa, que será quien trate, en su momento, de sustituir a Sánchez en La Moncloa. La elección directa de líderes por parte de los militantes, que ahora llega al Partido Popular, es la gran transformación que está sufriendo el sistema político de la Transición. Las cúpulas negociadas en congresos, o incluso fuera de ellos, tienen poco que hacer ante la exaltación militante, el liderazgo mediático y el “relato”. Preguntarse si tal cosa es buena o mala es un ejercicio legítimo y seguramente necesario, siempre y cuando se sea consciente de que esa reflexión no va a parar la marea, del mismo modo que preferir cartas de papel y llamadas telefónicas no va a hacer que se detengan Twitter o WhatsApp.

Las primarias han transformado a los dos grandes partidos de la transición y son un cambio que se quedará y al que habrá que acostumbrarse, empezando por los propios partidos, que tendrán que lidiar con la incertidumbre, con la bronca pública y periódica entre los suyos y con las inevitables fracturas internas que acompañan a las decisiones votadas y no negociadas. Los aparatos de siempre, debilitados por su dificultad de controlar el voto directo y, por tanto, con menos poder de influencia, cederán poder, que se trasladará a unos líderes más personales y más libres para actuar sin contrapesos, tanto si aciertan, como si se equivocan.

El voto individual lo cambia todo, hasta los censos. Ya en 2001 José Blanco decidió regularizar el censo del PSOE, que acabó ‘perdiendo’ la mitad de sus afiliados

Ese del cesarismo es, justamente, uno de los peligros que vemos los ya un poco mayores pero que -desengáñese- no inquieta para nada a los votantes y militantes más jóvenes de los partidos tradicionales. Los partidos nuevos no tienen tal debate, puesto que ya traen el cesarismo de fábrica, perfectamente acomodado a la tendencia novísima de convertir a los antes ciudadanos en consumidores y a los partidos en productos.

Sin embargo, el PP sólo es el último partido al que las primarias han descompuesto. Estas elecciones internas cambiarán pronto al PP pero antes cambiaron al PSOE. El sistema tradicional de funcionamiento de los partidos grandes que se estableció en la Transición ha colapsado finalmente. Hay una lectura positiva de ello: tener siempre los mismos problemas resulta enervante y agotador así que algunas veces conviene cambiar los viejos problemas por otros nuevos. Uno de ellos es que las primarias traen sus propias dinámicas y que controlar esa marea es muy difícil ¿Se imaginan que la persona que elijan los compromisarios el PP en el XIX Congreso no coincida con la que obtuvo más votos militantes? Efectivamente; reglamentario pero imposible. La elección a doble vuelta era otra ingenua cautela que el ímpetu de las primarias se llevará por delante sin remedio.

El voto individual lo cambia todo, hasta los censos. Cuando en 2001 José Blanco decidió revisar y regularizar el censo del PSOE, los socialistas acabaron “perdiendo” la mitad de sus afiliados. Las primarias del PP, han añadido drama al drama de la pérdida del poder: el 7,6% de votantes sobre el censo demuestra que había una hinchazón de afiliados tan desmesurada que solo puede interpretarse como desidia o ignorancia consciente de todas las direcciones que han pasado por Génova.

Vivimos tiempos de incertidumbres y de cambios veloces en casi todas las facetas de nuestra vida, y la política no iba a quedar fuera de esa corriente. Así que mejor vamos acostumbrándonos al nuevo escenario. Lo mismo que las herramientas digitales y las redes han cambiado nuestros modos de relación habitual, las urnas dentro de cada casa política también han cambiado los partidos y el país. De entrada, han llevado al imprevisto Sánchez a la Moncloa y han mandado al poderoso Rajoy a Santa Pola.

 

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