Tras los extraordinarios acontecimientos que tuvieron lugar en octubre pasado en el seno del PSOE con motivo de la celebración del Comité Federal en la que presentó su dimisión su entonces Secretario Pedro Sánchez, el domingo pasado los militantes de este partido decidieron mayoritariamente volver a colocarlo en la “casilla de salida”. Nunca había sucedido en el seno de este partido un proceso de las características y consecuencias que hemos presenciado en los últimos meses y con un desenlace de las características de lo acontecido. Nunca la socialdemocracia en España había ofrecido al país una muestra de democracia interna como la que se llevó a cabo el pasado fin de semana. Es por ello que la responsabilidad que asume ahora su reconstituido Secretario General es extrema ya que sus acciones y resultados, políticos y electorales, van a ser analizados y considerados como etapas volantes de una carrera que solo puede tener un final: la victoria en una próximas elecciones generales y la consecución de la Presidencia del Gobierno. El trayecto que se deberá recorrer para lograr tales réditos no está sembrado de juncias olorosas (mentas, tréboles y romeros) ni alentado por coros incondicionales, sino que será un camino plagado de dificultades y de acompañantes no coincidentes con tales objetivos.
El PSOE se va a enfrentar en los tiempos venideros a todo un cúmulo de circunstancias que van a determinar su futuro inmediato, tal y como está ocurriendo en la práctica totalidad de las democracias de nuestro entorno, o al menos en la que más influencia han tenido en la conformación de la socialdemocracia española de los últimos cuarenta años. Al mando de esta labor los militantes de este partido designaron el domingo a Pedro Sánchez como más seguro artífice de esta encomienda. Nunca un Secretario General de ese partido tuvo esa y esa encomienda a plazo cerrado. También es cierto que las dificultades no eran menores cuando el recién elegido Secretario General en Suresnes (1974) se enfrentó a las elecciones fundacionales de 1977 (que perdió) y a las primeras constitucionales de 1979 que también perdió. Pero también es cierto que aquel Secretario General presentó su dimisión en mayo de 1979 en el XXVIII Congreso para lograr la desaparición del marxismo y de la lucha de clases de sus estatutos fundacionales. Tuvo que esperar unos meses –hasta finales de septiembre de ese mismo año- para que un Congreso extraordinario le restituyese en la secretaría general llevando a cabo las modificaciones estatutarias que había planteado unos meses antes y generando a partir de ese momento una corriente interna como fue Izquierda Socialista. Los extraordinarios acontecimientos que sucedieron entre 1979 y 1982 (dimisión de Adolfo Suárez, intentona golpista del 23 de febrero de 1982, desmoronamiento de la UCD como partido de Gobierno, entre otras) quizás fueron un acicate político para que el 28 de octubre de 1982 el PSOE con Felipe González como Secretario General y candidato a la Presidencia del Gobierno confiriese el poder a esa joven socialdemocracia española por un período que duraría catorce años con ese mismo Secretario General y Presidente del Gobierno de España desde 1982 hasta 1996.
Entre tanto, en esta nueva etapa el sistema político de la Constitución de 1978 se va a enfrentar posiblemente a una de las pruebas de mayor trascendencia y riesgo que la democracia ha tenido en estos últimos cuarenta años. La espiral del nacionalismo independentista catalán pone sobre la mesa uno de los mayores órdagos explícitos que la democracia española ha recibido. En ese “juego” de varias bandas al PSOE –y por supuesto también al PSC- le va a corresponder un papel cuya trascendencia va mucho más allá de los ochenta y cinco Diputados que el PSOE dispone en el Congreso y de los 16 que el PSC ostenta en el Parlament de Catalunya. El papel que le corresponderá al PSOE en la política estatal y también en la autonómica junto al PSC, estará en bastante medida determinada por la capacidad de intervención y de mediación del nuevo Secretario General.
El PSOE que saldrá del próximo XXXIX Congreso, previsto para mediados de junio próximo, marcará definitivamente no solo la hoja de ruta del nuevo partido, sino la consistencia y solidez del liderazgo de su nuevo Secretario General en una organización que deberá conformarse en torno a la legitimidad obtenida en las elecciones del pasado domingo. Más aun cuando las elecciones generales, que el Presidente del Gobierno podrá convocar en cualquier momento hasta junio de 2020, pondrán a este nuevo reconstituido Secretario General del PSOE ante una nueva prueba de reconsideración, la tercera, de su liderazgo ante el conjunto del electorado español y de su proyecto de socialdemocracia ante la sociedad en su conjunto.
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