En el ecuador de la campaña lo único fuera de toda duda es que estamos inmersos en una gran batalla entre dos fuerzas y que el resultado será el condicionante de ese combate que terminará en las elecciones generales. Previstas para noviembre, es sorprendente que nadie introduzca la posibilidad de que Sánchez pueda adelantarlas unos meses a tenor de los resultados del próximo 28 de mayo. Entre los 800 asesores sería raro que ninguno de estos talentos de la sombra calcule que quizá lo mejor fuera prolongar la actual campaña electoral a cara de perro hasta llegar a la cita definitiva. No tienen nada que perder que no hayan dejado ya por el camino. Tampoco tienen nada que ofrecer porque se han agotado los conejos de la chistera.
De la capacidad de Pedro Sánchez para los atajos hay pruebas sobradas. No hace falta esforzarse mucho para detectar que no hay vericueto, ni trocha, ni territorio minado que no pueda sortear con la impavidez del paseante por grandes avenidas. Además, tiene a su favor el que jamás responde de los pasos oscuros; como si no existieran o sencillamente porque no le afectan. Ni frankestein ni hostias, hago lo que necesito para seguir; ése es el dogma. El pasado no existe y el futuro es imprevisible; vive en el poder, que es el único presente que al fin y al cabo resume todo lo que se necesita. Quizá entiende que sólo los bobos se preocupan de esas cosas como la responsabilidad, los compromisos, lo que hay a la vuelta de la esquina, las amenazas…
El pasado es para quien sabe usarlo y el futuro para quien cree que los niños mañana serán damas y caballeros empoderados
Todo tonterías para gentes demasiado ensimismadas en la historia y demás paparruchas. El pasado es para quien sabe usarlo y el futuro para quien cree que los niños mañana serán damas y caballeros empoderados. De todos los líderes españoles de las últimas décadas con una mochila de pasado, desde Adolfo Suárez a Santiago Carrillo, pasando por Jordi Pujol, Sánchez es el único que en vez de tener biografía tiene currículo; vive para el poder y en el poder, y me temo que se diluiría si no pudiera ejercerlo. Como el buscavidas que aprendió más en el cine, con el billar de Paul Newman, que del adiestramiento entre los curtidos fajadores de la política.
Nuestros análisis, con sus pretensiones de trascendencia, chocan con una barrera infranqueable que es inmune a la decencia. Si nos pusiéramos pedantes habría que apelar a citas de Nietzsche, pero nada nos evitaría caer en el ridículo porque no tiene nada que ver con la cultura si no con el instinto. Adentrarse a calificarlo nos obligaría a emplear expresiones con mayor cabida en el Código Penal que en el discurso político.
El bipartidismo ha vuelto, aunque nunca se fuera del todo, pero se ha hecho más personalista aún que antaño. Quizá haya que valorar el peso de las redes, que edifican efímeros monumentos individuales
El bipartidismo ha vuelto, aunque nunca se fuera del todo, pero se ha hecho más personalista aún que antaño. Quizá haya que valorar el peso de las redes, que edifican efímeros monumentos individuales. La marea de los influencers ha devenido en un pantano de variantes donde nadie se extraña por su traslación a la política. Cualquier profesional de la cosa pública cultiva una parroquia o un grupo de hooligans con ambición de totalidad, de poder, y eso ha forzado a esos centenares de asesores, más funcionarios que áulicos, a crear gabinetes de imagen que para sí quisieran las vedettes del espectáculo.
Las peleas entre Pedro Sánchez y Núñez Feijoo tienen mucho de tongo. Son combates amañados por los equipos de campaña, sensibles a los tentáculos que les llegan de la sociedad. Pero hay trampa, en primer lugar por la desproporción de medios. El estado -digo bien, el Estado- no tiene competidor a su altura frente al aspirante, porque si hay un momento en el que las instituciones muestran su auténtica catadura es al hacer la pantomima de la igualdad de oportunidades. Mientras uno maneja los fondos, al otro sólo la ley electoral y con cortapisas. Si a esto sumamos la diferente personalidad política del oponente tenemos un deslavazado mapa de campaña.
Mientras Pedro Sánchez disfruta de la corona -a nadie le cabrá duda de que estamos ante un presidente coronado- Núñez Feijoo es un aspirante que ha hecho muchos bolos en provincias -permítanme la incorrección política- pero aún carece de esa arrogancia que otorga la cotidianeidad en el manejo del estado. El poder es implacable y entre nosotros se ejerce con maneras de verdugo impune. El cuerpo a cuerpo es inevitable en política, pero en general se salda con combates nulos, entre otras cosas porque lo que cuenta sucede en los márgenes.
El bipartidismo ha vuelto, aunque nunca se fuera del todo, pero se ha hecho más personalista aún que antaño. Quizá haya que valorar el peso de las redes, que edifican efímeros monumentos individuales
En estas elecciones que tienen mucho de primarias de partido y de primera vuelta de las generales, lo fundamental corre a cuenta de dos. Luego están los satélites que orbitan entre los grandes; decisivos para marcar las alianzas del futuro. Habrá más de uno que desaparezca o que sobreviva tras el descenso a la inanidad. Será como un pase de modelos donde algunos deberán plantearse que pueden llegar a ser, ahora que son mayores. El bipartidismo ha vuelto, aunque nunca se fuera del todo, pero se ha hecho más personalista aún que antaño. Quizá haya que valorar el peso de las redes, que edifican efímeros monumentos individuales; siempre les quedará la universidad cada vez más convertida en parking para vehículos de segunda mano. La utilitaria ideología acaba haciendo las veces de pornografía para un personal sin jefe que les pague y que les dicte.
Por razones que se entienden, aunque nunca se expliquen, se llama ahora “España vacía” a lo que desde hace décadas denominábamos la España abandonada; algún día me atreveré a escribir sobre el nacimiento y desarrollo de este blanqueo semántico. Ahora los pueblos y ciudades marginadas están de actualidad; durará un verano porque lo real se juega en canchas de muchos miles de ciudadanos abrumados ante lo peregrino de los debates, de su lejanía. Todos, con un poco de experiencia y un mucho de desvergüenza, aprenderán la fórmula Sánchez convertida en un clásico de nuestra política: jamás respondas a una pregunta y mantente firme en tu discurso. La tradición asegura que de tanto enunciarlo acaba siendo verdad de ley.
Por mi parte, la lección que me queda de esta brumosa campaña se reduce a haberme enterado de que en Barcelona hay tantos animales de compañía como niños menores de 12 años. Alrededor de 200 mil. Entiendo pues por qué según las nuevas normas del lenguaje debe denominarse a las mascotas “seres sintientes” y a los pequeños bípedos llorones “carga social”. Los infantes no votan, los dueños sí. A esto lo llaman por buen nombre un “nicho electoral”
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