La hoja de ruta marcada por la ortodoxia neoliberal ha generado como característica más relevante la “financiarización” de la economía en su conjunto. De ello hemos hablado hasta la saciedad desde estas modestas líneas. Se trata del término utilizado para resumir un conjunto de cambios en la relación entre el sector financiero y real que da un mayor peso que antes a los motivos y actores financieros. El término recoge a la vez fenómenos tan diversos como la orientación de las empresas hacia la maximización del valor de la acción, el incremento de la deuda de las familias, cambios en las actitudes de los individuos, crecimiento de las rentas derivadas de actividades financieras, aumento de las frecuencias de las crisis financieras así como en la movilidad del capital internacional.
Este proceso de financiarización se complementó inicialmente con una apuesta decidida por flexibilizar los mercados laborales, controlar y reducir salarios. A continuación se esparció a través de un asalto sin tapujos, y sin escrúpulos, a los derechos humanos –vivienda, energía, alimentos, agua, pensiones-, bajo el argumento de siempre, un instrumento de mejora de la eficiencia y productividad, vía generación de capital, que aumentará el bienestar social. ¡Falso! Hasta ahora solo ha servido para extraer rentas y hundir la productividad de la economía. Siguen sin entender el fracaso del fundamentalismo del mercado aplicado a todos los ámbitos de nuestras vidas, incluidos los derechos humanos.
Sin embargo, la vuelta de tuerca continúa. La caradura del Estado profundo no alcanza parangón en la Historia moderna. Quienes dirigen entre bambalinas la gobernanza mundial continúan vendiendo a plazos su alma al diablo. La financiarización, uno de los rasgos más destacados del neoliberalismo, nos aboca a una sociedad cuasi-feudal. Quitadas las caretas, y una vez puesto en el punto de mira los derechos humanos básicos recogidos en la carta fundacional de la ONU, por qué no imaginar el siguiente paso, aprovechar la necesidad de cambio climático para continuar extrayendo rentas. Dicho y hecho, pretenden privatizar los biomas, nuestro hábitat natural, y plantear un esquema de extracción de rentas al hemisferio sur aprovechando la necesidad de compensar económicamente desde el hemisferio norte a los países del sur para que cumplan con los requisitos de cambio climático.
La creación del Intrinsic Exchange Goup
Una nueva clase de activos de Wall Street ha surgido con el anuncio de la creación del Intrinsic Exchange Group (IEG). Aunque no se han dado detalles sobre lo que es, en su página web, definen lo que "IEG es" y lo que "IEG no es". Se trata, en el sentido más crudo del término, de un esquema de privatización del capital natural que sigue al anuncio de la iniciativa de privatización del agua por parte de Wall Street, ideada el año pasado cuando el agua entró en el mercado de futuros. De ello ya hablamos desde estas líneas. El objetivo es intentar poner mucha pasta para tratar de crear capacidad y cooperación con otros países y bancos centrales que permita que los intereses privados fijen el valor de nuestros entornos naturales. Es una vuelta de tuerca del colonialismo de toda la vida, el del norte al sur.
Si echamos una ojeada al retrovisor, es obvia la inacción constante del hemisferio norte en su esfuerzo de explotar la desesperación del sur con paquetes de ayuda que compran su lealtad mientras no ofrecen ninguna solución tangible. Ahora, con la emergencia del cambio climático, las grandes economías intentarán obtener un enorme valor de la privatización de los recursos marítimos y naturales del sur, sobre todo si estos deciden ceder su territorio a cambio de los cantos de sirena del norte. Ya sean los océanos, los bosques o los desiertos, el valor de nuestra biomasa es nuestro patrimonio global. Sencillamente, no podemos tratar nuestra biodiversidad ecológica como si fuera una mercancía, porque cuanto menos tengamos, más valiosa será para los mercados. La IEG no es una iniciativa para salvar a la humanidad, es una iniciativa fetichista, una especie de Juego del Calamar en el que los últimos que queden en pie serán recompensados con la inscripción de sus nombres en una lápida que tal vez nunca se vea, ya que no habrá ninguna generación futura que pueda hacerlo. Son este tipo de empresas las que parecen marcar la casilla de la sostenibilidad medioambiental en los informes ESG, pero lo hacen a expensas de las personas y de sus derechos.
Reescribir la economía
Frente a este tipo de degradación y agotamiento, es necesario idear mecanismos globales que nos permita proteger y restaurar activamente nuestra biodiversidad ecológica, pero reconociendo el papel central y esencial de las comunidades indígenas en la administración y conservación de la biodiversidad. Un intento de ello es el Intermerate Manifesto, donde explícitamente se señala que “No podemos consentir propuestas climáticas que son esquemas de privatización por la puerta de atrás que imponen cómo contamos, examinamos, protegemos, nutrimos, analizamos, recogemos, describimos, compilamos, publicamos, controlamos, gestionamos y valoramos nuestros entornos.” Nos jugamos mucho en el futuro cercano. La pregunta es si podremos reescribir la economía mundial de manera que sea equitativa y justa, o, como siempre se permitirá que Wall Street vuelva a establecer los términos de cómo valoramos nuestra existencia. Permítanme, de nuevo, ser escéptico, aunque la esperanza es lo último que se pierde.
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