Opinión

El privilegio de la libertad de expresión se gana

Vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que te exigen respeto y te hablan de la libertad, del temor de perder derechos si llega la derecha al Gobierno, aplauden cuando una Universidad quiere sancionar y expulsar a unos muchachos por unas conversac

Vivimos tiempos extraños. Tiempos en los que te exigen respeto y te hablan de la libertad, del temor de perder derechos si llega la derecha al Gobierno, aplauden cuando una Universidad quiere sancionar y expulsar a unos muchachos por unas conversaciones, de lenguaje nada adecuado, todo hay que decirlo, realizadas en su ámbito privado, en un grupo de Whatsapp con los amigos. Sin embargo, no me cabe duda de que esos mismos justifican que el famoso “la azotaría hasta que sangrara” de Pablo Iglesias, no hay que tenerlo en cuenta porque se extrajo de una conversación privada y sacada de contexto, dentro de una charla distendida y de broma con unos cuantos amigos.

Pablo Iglesias puede bromear de la manera más oscura, que no se le censura ni se le cancela, ni siquiera se le recrimina que predique una cosa de cara a la galería, aunque en bambalinas actúe de una forma bien distinta. Pero con estos muchachos de la Universidad de La Rioja no hay que tener esa deferencia, hay que destrozarles la vida.

Después de hacer un programa en el que él y varios compañeros se mofan de los ancianos, llegando incluso a decir el asco que les dan los viejos y que prefiere matar a una anciana moribunda que a un gato

Esa misma gente que da más miedo que la Santa Inquisición, se ha encargado esta semana de que cancelen la cuenta de Roma Gallardo, un conocido influencer que se dedicaba a combatir ideológicamente el movimiento feminista actual con el que muchos estamos en total desacuerdo. Y digo “se dedicaba” porque el hombre ha decidido que ya está bien, que está cansado de tanto veneno y que hasta aquí ha llegado. Tal vez solo necesite un tiempo para despejarse y alejarse del foco de las viejas del visillo y vuelva en un futuro a expresarse mediante sus redes sociales y sus vídeos en Youtube... o tal vez no. La cuestión no es si Roma Gallardo volverá o no y si su contenido te encantaba o te horrorizaba, lo realmente importante es por qué ha tenido que hacer esto. Por qué el hacer un directo en el que te mofas del famoso vídeo en el que veíamos a Jennifer Hermoso en un autobús riéndose tras el piquito viral, es motivo en este país para que se muevan esas masas a las que tanto les molesta la libertad de expresión de unos cuantos y te quiten el pan.

Me pregunto por qué se ejerce esta censura tan férrea sobre Roma y, sin embargo, Ibai Llanos, una leyenda dentro de todo este mundillo de influencers y Youtubers, apenas obtiene algún pequeño titular en los medios, después de hacer un programa en el que él y varios compañeros se mofan de los ancianos, llegando incluso a decir el asco que les dan los viejos y que prefiere matar a una anciana moribunda que a un gato, porque oye, qué pena el gato. No vemos en este caso a los correctitos de la izquierda señalarle con el dedo ni acusarle de delito de odio. No se ejerce ninguna presión sobre Ibai ni se le cancela su cuenta para hacer directos o para emitir vídeos. No se le persigue en sus redes sociales acusándole de lanzar discursos de odio hacia los ancianos. Él hace como si nada, sigue haciendo sus directos y sus programas mientras todos miran para otro lado, que aquí no ha pasado nada.

¿Y sabéis por qué? Porque la libertad de expresión en este país no es un derecho de todos, es un privilegio del que solo disfrutan algunos. Y para disfrutar de ese privilegio te lo tienes que ganar: tienes que ser de la secta y decir cosas como que los jóvenes emprendedores españoles que se marchan a vivir a Andorra, porque no quieren pagar los abusivos impuestos de este país, son unos traidores, porque tú querrías pagar más, por supuesto. Tú eres un verdadero patriota, aunque luego te cagues en los muertos de mi abuela, solo por haber tenido la suerte de envejecer.

Pobres, que creen que ese derecho se basa en poder abrir la boca, cuando lo que tiene garantizar es que no tengas miedo de que te la partan por hacerlo

Lo más gracioso de todo es que vendrán muchos a recriminarme que cómo me atrevo a decir que no tengo derecho a la libertad de expresión, cuando tanto en esta columna que me brindan y en los vídeos que hago en Youtube hablo de lo que me da la real gana, sin tapujos. Pobres, que creen que ese derecho se basa en poder abrir la boca, cuando lo que tiene garantizar es que no tengas miedo de que te la partan por hacerlo.

Nos amenazan con que viene la derecha y nos quiere quitar derechos. Pero señores, si han asesinado ustedes el derecho a la libertad de expresión, no defienden el derecho a la propiedad privada y ni siquiera defienden la Constitución de este país, que nos garantizaba a todos, no solo esos derechos, sino el más importante: que éramos todos iguales.

No somos iguales ante la ley ni ante los ojos de los inquisidores, no tenemos todos la misma presunción de inocencia, no todos podemos expresar lo que nos viene en gana ni hacer las bromas que se nos antoja, sin temor a que nos amenacen o agredan, ya sea verbal o físicamente.

Así que, mientras las viejas del visillo se dedican a vigilar todo lo que hacemos y las locas del feminismo o los exacerbados de la moral superior a decirnos cómo tenemos que pensar y vivir, algunos seguiremos por aquí, hasta que el cuerpo aguante o el cansancio y el hastío nos gane la batalla.

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