Cayetana Álvarez de Toledo dijo, el pasado 19 de marzo en Televisión Española, que el proceso independentista en Cataluña era más grave que el 23-F. Había afirmado segundos antes que las elecciones del 28 de abril son claves para la Historia de España, porque nos jugamos la pervivencia del orden constitucional y democrático. “Así pues”, comentó, “el momento actual es gravísimo”. “¿Más grave –intervino entonces el presentador del programa– que Tejero entrando a tiros en el Congreso o Milans sacando los tanques en Valencia?” La pregunta tenía, implícitas, dos derivadas: una, su mera formulación edulcoraba el golpe contra la democracia perpetrado por el independentismo catalán; y dos, la respuesta daría pie a la manida tergiversación de identificar a la derecha democrática con el franquismo. Ambas municiones serían explotadas esa misma tarde en La Sexta. Son los riesgos de la televisión.
El 'tejerazo' fue más espectacular, por los tiros y los tanques, que esa pretendida “revolución de las sonrisas” ahora desenmascarada durante el juicio que tiene lugar en el Tribunal Supremo. Obviamente, no hubo tanques aquél 1 de octubre en Cataluña, ni tiros en el Parlamento, pero las masas –niños-escudo incluidos– formaron la acorazada de los sediciosos, demostrando así que la irresponsabilidad también es una forma de violencia.
Tanto uno como otro acontecimiento fueron gravísimos, pues supusieron golpes contra la Constitución, pero el 23-F duró una noche y fracasó, mientras el proceso independentista se ha radicalizado peligrosamente desde que Rajoy negara a Mas el concierto fiscal para Cataluña en 2012. Una noche, frente a siete años. Un fracaso –el de Tejero– frente a un impasse, el de un proceso independentista que puede tener una salida airosa en función de quién gobierne después del 28 de abril.
Ambos acontecimientos fueron gravísimos, pero el 23-F duró una noche y fracasó, mientras el proceso independentista se ha radicalizado peligrosamente
La polémica sobre el asunto ignora, sin embargo, la compleja naturaleza del 23-F. Aquél golpe fue producto de una operación dirigida por el general Alfonso Armada que no pretendía volver al franquismo, sino crear una situación de máxima urgencia que obligara a la clase política a formar un gobierno de concentración presidido por el propio general Armada. Eso es exactamente lo que está sobre la mesa a las 12 de aquella tensa noche: un gobierno de socialistas, “ucedistas” críticos con Suárez, algún comunista, importantes empresarios, destacados generales y hasta un periodista como posible ministro de Información. El presidente sería Armada, la opción se votaría en el Congreso una vez se retiraran las tropas de Tejero y todo estaría respaldado por el Rey, según repitió el antiguo secretario de La Zarzuela a sus compañeros de conspiración.
Así pues, el plan del 23-F tenía como principal objetivo impedir el ejecutivo monocolor de UCD que iba a presidir Calvo Sotelo tras la dimisión de Suárez. Fue, por tanto, “un golpe de gobierno” que, por su impresentable escenificación, se convirtió en un golpe de Estado: contra la Constitución y la Democracia. Un golpe paradójicamente frustrado por quien lo inicia, el teniente coronel Tejero, que puso en marcha su acción sin que Armada le aclarara el contenido del gobierno que saldría de ella. Cuando el general enseñó a Tejero a las 12 de la noche el gabinete ideado para salir del trance, el teniente coronel de la Guardia Civil lo expulsó, indignado, del Palacio de las Cortes: “Yo no he asaltado el Congreso para esto”, le espetó.
Pero en este país son pocos los periodistas, y también pocos los ciudadanos, que conocen los entresijos de la intentona del 23-F, su compleja naturaleza, donde se mezclan conspiraciones políticas y militares. Todo queda en el sainete del tricornio y los tiros en el Congreso, y en los tanques de Milans por la Avenida del Mediterráneo. La imagen, en fin, de que aquello fue un golpe exclusivamente franquista. Los hechos, y la investigación periodística e histórica, demuestran que no. Amplia es la bibliografía que lo corrobora, pero, como dijo Azaña: si quieres guardar un secreto en España, lo mejor es publicarlo en un libro.
Como en el 23-F, ahora nos jugamos la democracia, con la grave diferencia de que en 1981 nadie pidió indultar a los golpistas y ahora ese rumor puede ser antesala de la noticia
La cuestión es más simple, aunque mejor escondida entre los trampantojos de la posmodernidad, en el golpe contra la Constitución perpetrado por el nacionalismo catalán. Esta operación no pretende sustituir el gobierno, sino imponer el derecho de autodeterminación a una democracia cuya Carta Magna sólo define un sujeto de soberanía: la nación española, compuesta por ciudadanos libres e iguales ante la ley.
Cabe, por tanto, concluir que el 23-F y el proceso independentista fueron golpes contra la democracia, aunque sus inspiraciones, escenificaciones y tramas conspirativas tuvieran distinta naturaleza y objetivos. Gravísimos en ambos casos. Pero el hecho de que el golpe de Tejero fracasara en una noche y que el 'procés' aún siga su curso introduce un plus de gravedad sobre el segundo. Un plus que se multiplica cuando sobre los acusados (y probablemente condenados) por la actual sedición planea el posible indulto en caso de victoria socialista tras el 28 de abril. A eso se refería Cayetana cuando fijaba, en la encrucijada de las próximas elecciones generales, la supervivencia de la España constitucional. Como en el 23-F, ahora nos jugamos la democracia, con la grave diferencia de que en 1981 nadie pidió indultar a los golpistas y ahora ese rumor puede ser –como otras muchas veces– antesala de la noticia.
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