Indiferencia. Eso es lo que se ha vivido en las calles de Barcelona tras conocerse las peticiones de penas para los separatistas. Nadie manifestándose en Sant Jaume, nadie ante la delegación del Gobierno. Igual que Canaletas cuando pierde el Barcelona.
La fuerza centrífuga es, en política, un fenómeno curioso y digno de estudio. En el caso del separatismo, ha permitido que todo volviera a su lugar de origen. Si la comarca rupestre y agraz, de barretina calada y aliento a ratafía separata, era quien habitualmente invadía la capital catalana, llenándola de autobuses pagados por quien sabe qué mano y contaminando el aire de la ciudad de los prodigios con regüeldos toscos, ahora las tornas se han cambiado.
El proceso se está diluyendo poco a poco, en especial en lo que respecta a su capacidad movilizadora, que la ha tenido, indudablemente. Con la difusión de las penas solicitadas, tanto por Fiscalía como por la Abogacía del Estado, cabía esperar riadas de indignados independentistas anegando las arterias barcelonesas con sus gritos, sus banderas, sus pancartas. Pues no, nada de nada. ¿Por qué esa masa social mayoritaria – la última vez que oí a un dirigente separata hablar de esto decía que el ochenta por ciento de los catalanes estábamos por la libertad de los presos y el referéndum – no se ha volcado exigiendo libertad para los suyos?
La cosa tiene explicación, y no será agradable, que es sabido cuan amargo es el gusto que tiene la verdad para quien no desea conocerla. En primer lugar, estamos de puente. Sí, ya sabemos que las revoluciones serias jamás conocieron de calendarios, ni mucho menos de festivos, pero esto no fue jamás una revolución ni los que se creyeron el embuste pergeñado por los convergentes estuvieron dispuestos a ir más allá de ponerse una camiseta cada año por la Diada. Entendieron el proceso lo mismo que ser del Barça. ¿Gana? A Canaletas a celebrarlo, a beber cava, a tirar cohetes y a sentirse superior a todo el mundo. ¿Pierde? Se le echa la culpa al árbitro, indiscutiblemente comprado por el Madrid, se añaden unos insultos hacia el entrenador, otros pocos a los jugadores, se pone cara de austera y terrible resignación mientras se murmura “No anem bé”, no vamos bien, y a otra cosa mariposa.
Así pues, tenemos a buena parte del target separata pasando unos días de fiesta, lo que se nos antoja mucho más normal que ir haciendo el pamplinas, defendiendo esa Cataluña quimérica y podrida hasta las entrañas que nos dejó Jordi Pujol, mientras él está tan ricamente en su casa, comentando cosas con su señora acerca de misales.
El catalán, y más el separatista, digiere muy mal que no le den la razón. Por eso aquí la gente se ha manifestado poco, poquísimo cuando se ha tratado de hacer algo serio, positivo y vinculado a la derrota, pero ha salido, en cambio, a espuertas si entendía que aquello olía a triunfo, a victoria, a éxito
Por otro lado, uno de los pilares básicos de los aquelarres separatistas, esas ancianitas de pelo blanco y collar de perlas australianas, también han declinado asistir a eventos estos días. Las señoras de Sarriá se han cansado de hacer ganchillo en la vía pública como muestra de máxima rebelión. El frío ha llegado y habrá que ir a la casita de la Cerdaña, que a los nietos les hace ilusión esquiar.
Los CDR ni están ni se les espera, porque para hacer acto de presencia alguien desde Waterloo debería convocarlos. Y tengo para mí que los dirigentes hiperventilados están con la camisa que no les llega al cuerpo. Nunca creyeron que las cosas irían tan lejos, seguramente porque, como señoritos del cortijo que son, jamás se les pasó por la cabeza que nadie osara toser a su paso.
Y sí, las fuerzas que es capaz de concentrar este proceso de hinchados y vanos personajes aún pueden juntar quince mil personas ante la cárcel de Lledoners – el día del concierto de Lluís Llach frente a los muros de la prisión eran más o menos esa cifra, lo que no sé si dice más de la impavidez de la tropa separatista o de su escasa capacidad auditiva – y seguro que volverán a ocupar la Diagonal de Barcelona manipulando las cifras con el imponderable auxilio de la señora Colau, diciendo que son un millón de personas. Pueden manifestarse, faltaría más, en Puig de les Basses, en Mas d’Enric o en Sant Vicenç dels Horts. Pero ya está. Esa es su reacción, amén de una cacerolada convocada por esos CDR de los que les hablaba hace un instante.
Así y todo, me permito una reflexión. Al igual que cuando gana el Barça sale a la calle la gente, ¿qué pasa cuando pierde? Ah, amigo, esa es otra cuestión, porque el catalán, y más el separatista, digiere muy mal que no le den la razón. Por eso aquí la gente se ha manifestado poco, poquísimo cuando se ha tratado de hacer algo serio, positivo y vinculado a la derrota, pero ha salido, en cambio, a espuertas si entendía que aquello olía a triunfo, a victoria, a éxito.
Ahora tenemos, pues, a la comarca separatista justamente en su lugar, en ese país que abomina del liberalismo político a la vieja usanza porque prefiere recrearse en el Pi de Les Tres Branques, en Folch i Torres, en el Patufet y en las enseñanzas de Torras i Bages, el obispo que afirmó que Cataluña seria cristiana o no sería. Toca volver a los cuarteles de invierno, y nunca mejor dicho, pasadas las euforias de aquellos gritos que nos machacaban con el sonsonete de Guanyarem, guanyarem, Els carrers serán sempre nostres, o con ese mantra de In-inde-indepèndencia gritado hasta la extenuación, con hálito oscuro y totalitario. Volveremos a escucharlos, por descontado, porque este es un viejo problema que nadie tiene interés en solucionar, ni los partidos de derechas ni los de izquierdas, ciegos, cortoplacistas, con un egoísmo tal que les impide tener una visión de estado como sería exigible en cualquier otro país.
Pero, de momento, las peticiones de penas, más aguadas por parte del gobierno, más serias por parte de fiscalía, están ahí. Y los seguidores de esta gigantesca peña futbolera están moviendo la cabeza musitando ese No anem bé mientras piensan a donde irán estas navidades, soñando con que aún queda mucha Liga por delante.
No tienen arreglo.
Miquel Giménez
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