Opinión

Programa, programa, programa

La inacabable afrenta en que ha consistido el mandato de Ada Colau no evitará su reelección; el mero afán de conservar el poder alisará el pacto con el PSC

Ni el sectarismo ideológico, ni el resuelto apoyo al independentismo, ni el menosprecio sistemático a Felipe VI y, en general, al Estado de Derecho y sus instituciones, ni la confusión deliberada del Ayuntamiento con el partido, ni el descrédito de la ciudad en la arena internacional, ni la criminalización del turismo, ni la ausencia de un proyecto de largo aliento, ni el desistimiento de las instancias culturales, ni el más desacomplejado de los enchufismos que ha conocido el Consistorio, ni la propagación del top manta, ni la proliferación de los narcopisos… Nada. La inacabable afrenta en que ha consistido el mandato de Ada Colau no evitará su reelección (el mero afán de conservar el poder alisará el pacto con el PSC, con Valls en la sombra), y aun cabría preguntarse si no la ha propiciado; si sus votantes, lejos de impugnar airadamente semejante hoja de servicios (¡el establishment, el establishment!), no la lucirían con el mismo orgullo con que la alcaldesa luce su verruga.

Nada es improbable en una ciudad donde los populistas se definen en Twitter de esta guisa: “Hija adoptiva de la Barceloneta popular. Tecnopolítica siempre. Aquí todos nacimos en los barrios que os sobraban” (Gala Pin); Hasta la ternura siempre” (Maria Freixanet); La libertad es cuando comienza el alba en un día de huelga general” (Aina Vidal); “Ambientóloga, activista de barrio, cantante y roja” (Mercedes Vidal);  “He prometido como diputado del Congreso y miembro de la Mesa. Lo he hecho en catalán, ‘por unos nuevos tiempos republicanos’. Llevaré con orgullo los pitos airados de la derecha reaccionaria”. (Gerardo Pisarello).

Nunca los demócratas habremos de agradecer lo suficiente el fracaso de decantaciones pestíferas como la CUP, Graupera o el negro Garriga

En caso de someterse a la audaz autoentrevista deep fake con que Colau abrochó su campaña, ninguno de ellos debería aquietar con delicado paternalismo a su avatar activista, pues se trata de ‘yoes’ que distan mucho de prescribir. No es el caso de la regidora povera, quien, acaso beneficiada por la podredumbre que ella misma ha auspiciado, ha logrado proyectar una imagen a mitad de camino entre la víctima irredenta y la juez de paz.

Si España aún tiene algo de vaso comunicante, la victoria de facto de Ada Colau abre la puerta a que reconsidere su candidatura a presidenta del Gobierno por Podemos. No en vano, una vez derrotados (vencidos, más bien) Carmena y Errejón (y amortizado Pablo Iglesias), sus expectativas rebasan con mucho la Ciudad Condal, cuyas entretelas, en el fondo, siempre le han parecido un suplicio.

Por lo demás, nunca los demócratas habremos de agradecer lo suficiente que decantaciones pestíferas como la CUP, Graupera o el negro Garriga se hayan quedado a las puertas de palacio.

Del fracaso general de Ciudadanos, y muy en particular del tecnócrata Garicano en las europeas, me ocuparé en lo sucesivo. 

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