Opinión

Un programa espacial español

Una de las cosas más curiosas de España como país es que se nos dan muy bien los grandes proyectos. Pongamos, por ejemplo, el metro de Madrid y su enorme expansión en durante las últimas décadas. La ciudad construyó 172 kilómetros de metro, la inmen

Una de las cosas más curiosas de España como país es que se nos dan muy bien los grandes proyectos. Pongamos, por ejemplo, el metro de Madrid y su enorme expansión en durante las últimas décadas. La ciudad construyó 172 kilómetros de metro, la inmensa mayoría en túnel, en dieciséis años (1995-2011). Dentro del enorme programa de construcción de este periodo estaba Metrosur, una línea de 41 kilómetros que por sí sola era uno de los mayores proyectos de ingeniería de Europa. Todas esas líneas se construyeron a una velocidad récord y con el menor coste por kilómetro de cualquier ciudad del mundo. Hay multitud de estudios académicos dedicados a intentar explicar cómo lo consiguieron.

La red de alta velocidad española es una historia similar. Tras construir una primera línea de altas prestaciones a principios de los noventa(Madrid-Sevilla), con el cambio de siglo nos lanzamos a tirar vías por todo el país como posesos. Podemos debatir si todas esas líneas de tren son una buena idea (lo son) y si serán alguna vez rentables (casi toda la red ya lo es ahora), pero lo que es indudable es que se construyeron increíblemente rápido y con un coste por kilómetro extraordinariamente bajo comparado con cualquier otro país europeo o incluso con China.

Podemos hablar también de proyectos algo más abstractos, como nuestra sanidad. España construye un sistema moderno con cobertura universal (y es verdaderamente universal, sin restricciones por nacionalidad de ningún tipo) en la década de los ochenta. El modelo fue diseñado cuidadosamente e implementado bien por múltiples gobiernos y administraciones, con el resultado de que tenemos una de las esperanzas de vida más largas del mundo, estamos entre los primeros en muchísimos indicadores de salud (años sin enfermedad, mortalidad infantil, muertes prevenibles…) y lo hacemos con un gasto per cápita de los más bajos de la Unión Europea.

Incluso si hablamos de cosas efímeras y de corta duración hemos sido capaces de ejecutar proyectos complicadísimos de forma extraordinaria. El más obvio fueron los Juegos Olímpicos en Barcelona, acompañados de una extraordinaria reforma urbanística de toda la ciudad, pero se extiende también a cumbres, eventos deportivos y cualquier jaleo similar.

Todos estos proyectos tienen varios elementos en común. Para empezar, creamos burocracias, en el sentido más weberiano del término. Siempre creamos alguna agencia asociada a algún ministerio y le damos un nombre tan poco épico y moderno como sea posible (¿”Administrador de Infraestructuras Ferroviarias”? ¿En serio?). A continuación, las llenamos de funcionarios de carrera sacados de ese armario sin fondo donde almacenamos altos funcionarios, designamos a un puñado de ellos con fama de brillantes como directores generales, y ponemos a un político al mando que no tenga ni idea del tema que dedique su tiempo a dar discursos y los deje en paz.

No tienen ego (es más, suelen tener un terrible complejo de inferioridad y envidia, habitualmente hacia los franceses) ni problema alguno de aprender lo que se hace bien fuera, y fusilarán ideas ajenas sin el más mínimo rubor

Estos burócratas saben dos cosas. Uno, que España no tiene la tecnología o experiencia para diseñar un proyecto así de la nada, así que, si quieren resultados, van a tener que copiar del resto del mundo con entusiasmo, adoptando mejores prácticas. No tienen ego (es más, suelen tener un terrible complejo de inferioridad y envidia, habitualmente hacia los franceses) ni problema alguno de aprender lo que se hace bien fuera, y fusilarán ideas ajenas sin el más mínimo rubor. Dos, son gente que entienden el opaco, complejo y misterioso mundo del derecho administrativo español, y que cuando se ponen a hacer cosas hacen el papeleo rápido, bien y sin encallarse en tonterías.

El resultado final ha sido, casi en todos los casos, proyectos increíblemente bien ejecutados a un coste muy bajo, sin pifias, ni despilfarros, ni problemas. Hay desviaciones presupuestarias de vez en cuando (porque esas cosas pasan), pero suelen ser bajas comparadas con otros países. Aunque de vez en cuando habrá algún patinazo (nadie es perfecto), no tenemos épicas chapuzas que tardan décadas en arreglarse al estilo del aeropuerto de Berlín o desmanes presupuestarios tales que obliguen a dejas obras a medias, como la HS2 británica. En los casos en que algo sale mal, como la línea 7 del metro de Madrid, casi siempre se debe a la intromisión tardía de un político, no por incompetencia burocrática.

Soy de la opinión de que un país debe aprovechar lo que tiene, así que quizás es hora de lanzar un proyecto nacional ambicioso y de gran envergadura, ejecutado al máximo nivel. No estoy sugiriendo un programa espacial español así por las bravas, aunque estoy seguro de que si le damos al ministerio de Transportes cinco años y la mitad de lo que ha costado el AVE nos pone un hombre en la luna antes de que acabe la década (ciertamente sería divertido hacerlo). Me refiero a hacer una inversión comparable a lo que gastamos en uno de eso proyectos para montar algo grande, ambicioso y útil, y hacerlo a gran escala.

Podemos imitar los mejores modelos de otros lugares, dar oportunidades a políticos de inaugurar cosas y acelerar el desarrollo del país

Aunque parezca mentira, esto no significa mucho dinero. La red de alta velocidad entera nos ha costado sobre una décima de PIB al año durante tres décadas, o 1.500 millones, una inversión plenamente asumible para una economía como la española. La idea sería coger una cantidad comparable de dinero y hacer algo como construir la mejor red de universidades de investigación y desarrollo de la Unión Europea, o un programa realmente ambicioso de ciencia y tecnología, o el mejor sistema de educación infantil del continente. Algo grande, complicado, técnicamente difícil y que requiera una administración competente y experta capaz de adoptar las mejores ideas del resto del mundo y llevarlas a la práctica de la mejor manera posible.

Dado que hablamos de un proyecto grande, lo ideal sería escoger algo con un retorno de inversión tan alto como sea posible. Mi preferencia, en este caso, sería crear una red de universidades realmente excepcionales tanto en investigación básica como desarrollo de nuevas tecnologías, con una apuesta ambiciosa de veras de crear un sector de capital riesgo y empresas asociadas puntero. Podemos imitar los mejores modelos de otros lugares, dar oportunidades a políticos de inaugurar cosas y acelerar el desarrollo del país.

Quizás las universidades no sean la mejor idea; es probable que haya por ahí ideas mejores. Hagamos lo que hagamos, esto es algo que podemos hacer porque sabemos cómo (copiar a los mejores para) hacerlo. Es la clase de proyecto en que todos los partidos pueden firmar un pacto de estado y sentirse importantes, y hacer, todos juntos, algo bien.

Sea poner un español a hacer paella en la luna o crear el mejor centro de inteligencia artificial del continente, pensemos en grande. Construyamos algo interesante. Hay mucho, mucho por hacer.

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