Opinión

Los progresistas contra los humildes

Los progresistas están más preocupados por la habitabilidad de las gallinas que por si los ganaderos llegan a fin de mes. Sería un chiste si no fuera realidad

Una de las cosas que quedaron demostradas con la manifestación del mundo rural del domingo en Madrid fue que el socialismo se articula contra los humildes. No se trata ya de que sea una fórmula que siempre crea pobreza, que produce más miseria que el libre mercado, es que sus posmodernos planes quinquenales empobrecen a los más humildes.

Vamos a resumir el despropósito. El progresismo, disfraz del socialismo, como escribió Mises hace cien años, se empeña en imponer una agenda que supone la corrección de la vida de la mayoría de la gente. Lo hacen citando valores universales sin sustanciar, como igualdad y justicia, o remitiéndose a la salvación del planeta.

La ingeniería del progresismo necesita legislar, prohibir, obligar y sobre todo recaudar. Lógicamente, el expolio fiscal para que su Gobierno mesiánico nos haga más felices en un futuro indeterminado nos hace desgraciados en el presente. Esto provoca que el trabajo no valga nada, como ocurre a los empresarios del transporte, o que el campo, el de verdad, se arruine.

Mientras Irene Montero está preocupada por el lenguaje no binario en la publicidad, Adriana Lastra por el apocalipsis fascista, y Alberto Garzón barrunta la próxima huelga de juguetes, hay productores lácteos vendiendo por debajo de los costes. Todo se ha encarecido, desde la electricidad al gas, el transporte, el SMI o los alimentos básicos, sin que el Gobierno progresista reaccione porque tiene que recaudar para realizar su plan transformador.

Hablo de esos progres que se creen ecologistas porque son veganos mientras aplauden que se masacre a impuestos al que usa gasóleo profesional en su tractor o camión para producir esos alimentos

A nadie se le escapa que los progresistas están más preocupados por la habitabilidad de las gallinas que por si los ganaderos llegan a fin de mes. Sería un chiste si no fuera realidad. Y es que esta izquierda se ha convertido en una religión cuqui, de gente sin provecho ajeno, de burgueses que pagan mucho para parecer pobres. Hablo de esos progres que se creen ecologistas porque son veganos mientras aplauden que se masacre a impuestos al que usa gasóleo profesional en su tractor o camión para producir esos alimentos

El mundo rural, o el que trabaja con las manos, no vota a la gente de Yolanda Díaz ni a la de Iñigo Errejón. Su imagen en el campo es impopular. Véase lo que pasa en Galicia, donde el comunismo no existe. No es posible que los productores del campo, o los transportistas, se puedan identificar con ninguno de ellos. Es lógico. Unidas Podemos y Más País son percibidos como agrupaciones de niños y niñas bien que juegan a la revolución mientras se hacen millonarios a costa de los trabajadores.

El último barómetro del CIS, de febrero de 2022, en la parte que no tiene cocina sanchista, constata que los tres principales problemas para los españoles son el paro, la crisis económica y la salud. Solo el 1,1% considera que lo más grave son las desigualdades, incluida la de género, un 0,1% el racismo, y el medio ambiente ni aparece.  Por eso, hablar a los españoles del “techo de cristal” y la “transición ecológica” provoca que Sánchez consiga que el 66,4% no tenga ninguna o poca confianza en él.

La izquierda no tiene el voto rural, por eso para el PSOE y demás comparsa progresista es un chollo la “España vaciada”, que esa parte que no les vota no cuente nada para el reparto de escaños. Esa España solo sirve a los progresistas para el discurso victimista, el tuit nostálgico y el fin de semana campero.

La religión laica que ha sido siempre el socialismo es ahora mucho más infantil, tanto que a la mayoría no se le escapa el engaño de tanta verborrea ecofeminista y antiglobalista, putinesca y totalitaria

Existe un divorcio evidente entre la izquierda que habla en nombre de los trabajadores y esos mismos trabajadores. La religión laica que ha sido siempre el socialismo es ahora mucho más infantil, tanto que a la mayoría no se le escapa el engaño de tanta verborrea ecofeminista y antiglobalista, putinesca y totalitaria que se gasta la izquierda patria. 

En las últimas elecciones, las de Castilla y León, la derecha ganó en el mundo rural, mientras que el PSOE solo obtuvo buen resultado en la mayoría de capitales. Esto es una situación que se viene reafirmando desde las andaluzas de 2018. La diferencia es que la derecha, en general, defiende la conservación de las tradiciones, las costumbres y las formas de trabajo, la realidad del día a día, y no vende ensoñaciones ni promete subvenciones de sopa boba.

La derecha gana cuando conecta con el sentir popular, sus demandas y su lenguaje, incluso el de las ciudades. Se vio en el Madrid del 4-M, donde la izquierda pija obtuvo una derrota casi histórica. Ser conservador no es ir contra el sentido de la Historia, es ser racional, valorar la experiencia, mantener lo bueno y mejorar lo que ya no sirve. Es encontrar la fórmula para progresar en el presente, no vender paraísos basados en el empobrecimiento de los humildes, que es lo que hoy hacen los progresistas.

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