Tanto quiso hacer la Revolución Francesa en busca de igualdad y fraternidad que contrató profesores para que enseñaran francés, lengua de los ricos, a quienes lo ignoraban. Sin obligar a nadie, claro, sin comisarios lingüísticos. Pensaban los insurrectos que no hablar francés era importante privación contraria a la paridad que anunciaba la revolución más importante de la historia.
Tanto se extendió la lengua de los ricos, de manera tan práctica arraigó en los hablantes que las decenas de lenguas del hexágono que ofrecían menos posibilidades quedaron marginadas y tan desprestigiadas que circuló un cartel que decía: Prohibido hablar bretón y escupir en el suelo (Il est défendu de parler breton et de cracher à terre). Aquel dinamismo llevado a extremos tan humillantes no pretendía discriminar al bretón, sino potenciar al francés, aunque al mismo tiempo denigraba a los bretófonos. Partía de una discriminación por nacimiento que pretendían evitar junto a la pobreza, la incultura o las enfermedades. En fin, que pensaban los conjurados que hablar bretón, vasco, occitano o corso no era privilegio alguno, sino imperfección natural que se debía erradicar cuanto antes en busca de la igualdad de oportunidades. Los revolucionarios no estaban tan equivocados si consideramos que ese principio se extiende también entre las familias que transmiten a sus hijos la lengua que más y mejor puede contribuir al desarrollo cultural, aunque no sea la de los progenitores.
La Generalitat ha emitido una orden parecida, pero tan teñida de irracionalidad como de resentimiento y desprecio. Que se expulse al castellano de “todos los espacios” de los colegios. De escupir no dice nada, pero se intuye. Están interesados en potenciar la desigualdad, el desequilibrio. Un comisario político, nombrado con un cruel eufemismo, «coordinador lingüístico» va a encargarse de vigilar, en cada centro, que no se hable en español… ni se escupa. No se trata de un inspector de zona, no, sino de un verdadero policía delator.
El castellano se nombra siete veces, una de ellas para decir que se garantiza «la atención individualizada» si la familia lo solicita, al igual que para las otras lenguas extranjeras
La Generalitat juega con trampas. Nada nuevo. Lo hace también el gobierno central, dicen ellos. Aprovecha el vacío legal que imposibilita la ejecución de la sentencia del 25% de castellano hasta que el Tribunal Constitucional se pronuncie. Consigue así eternizar el sistema de inmersión lingüística y exiliar de la cultura a la única lengua de todos los catalanes mediante una directriz remitida por el Departamento de Educación el pasado 19 de julio que certifica el destierro del castellano en los centros educativos. El original, titulado Documents per a l'organització i gestió dels centres - Curs 2022-2023, dice que el catalán es «la lengua de la institución y, por tanto, la de uso habitual en todos los espacios del centro…” Y los enumera para que no se escape un rincón.
Las referencias a la lengua de la mitad de los catalanes son continuas en las 86 páginas del documento. El castellano se nombra siete veces, una de ellas para decir que se garantiza «la atención individualizada» si la familia lo solicita, al igual que para las otras lenguas extranjeras. El español, claro, ni se nombra porque es voz diabólica, perversa. ¿Se puede ser más cruel? Se inyecta terror sin piedad en los centros en venganza por el fallo del 25% que queda en suspenso hasta que el Constitucional determine si el decreto de la Generalitat es constitucional. Mientras tanto se prohíbe hablar castellano y escupir.
Parece no importarle que la lengua de todos los catalanes, y de toda España, quede relegada a una enseñanza anecdótica. Todo esto va de quien es el más chulo
La izquierda, nuestra fingida defensora de los de abajo, en alianza con el nacionalismo, los defiende como ellos o incluso más. Y el Gobierno de todos muestra su apoyo a unos cuantos para no lesionar la continuidad del autor de la desigualdad. Parece no importarle que la lengua de todos los catalanes, y de toda España, quede relegada a una enseñanza anecdótica. Todo esto va de quien es el más chulo. El TSJC dicta sentencia. El Govern desafía al TSJC. Nosotros somos más chulos. Y el Gobierno apoya al Govern, y ambos fomentan con chulería desafiante la desigualdad.
La tenista Paula Badosa dijo en una entrevista para la Lawn Tennis Association que el catalán no es una lengua. ¡Qué insulto! “El catalán no es una lengua -parece que dijo- pero lo cuento como si lo fuera”. Luego pidió disculpas. Paula, muchacha, puedes estar tranquila porque no te equivocas. El catalán no es una lengua, no existe. Lo que sí existe es el catalán-español y el catalán-francés, ambas lenguas juntitas, pegaditas, sirviéndose una de la otra, pero no existe, tienes razón, el catalán en solitario. El español cubre las necesidades de comunicación de cualquier catalán. Y luego llega el cinismo cuando dicen que la lengua no puede ser «elemento para la confrontación». Lo único evidente es que el aliento al catalán contrasta con el corte de oxígeno al castellano.
El silencio de la Academia y del Cervantes
En las dictaduras también se instala el silencio. La Academia de la Lengua, el Instituto Cervantes, los medios de comunicación del régimen, los partidos de izquierda, la iglesia, las oenegés, los profesores de lengua española… y muchas instituciones más que podrían hablar, guardan silencio. Cuesta criticar abiertamente para no ser marginado. Si alguien se atreve a herir la autoridad moral que se atribuyen, le colocan el traje de facha y puede darse por perdido.
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