Barbie es como Raza, pero unas décadas después. Es la representación fílmica de una ideología y lo es con sus alegatos, con sus situaciones lacrimógenas y con sus manipulaciones de la realidad, que podrían ser sutiles, pero que son obscenas como un brochazo de Titanlux en un Renoir. La película cuyo guion inspiró Francisco Franco caricaturizaba a los políticos, bien pagados y encantados de conocerse a sí mismos, pero incapaces de resolver los problemas de 'la patria'. Barbie es igual de grosera al describir el mundo actual. Presenta a los directivos de Mattel -todos hombres- como una pandilla de inútiles que, afectados por el patriarcado, son incapaces de diseñar muñecas que escapen a los estereotipos de la mujer tradicional. Por tanto, son necios y poco empáticos.
Porque resulta que la protagonista de la película -que es Barbie- ha descubierto que la vida va mucho más allá de las fiestas, de lucir palmito y de los paseos con su novio por la playa. La existencia es finita y las mujeres mueren. También tienen vergüenza por la exposición pública y sufren altibajos que provocan que haya días en los que el estado de ánimo se despeña por un barranco y otros en los que el alma flota en un terreno sin gravedad, que es el de la desmotivación y las visitas desganadas a Mercadona.
La muchacha repara al principio de la película en sus debilidades y ahí podrían haberse presentado dos opciones en el guion: la primera es que se reconociera más madura, al haber concluido que el mundo es un valle de lágrimas y que el resto es publicidad y expectativas equivocadas. La segunda es que culpara de todo al patriarcado, que es el que le obliga a presentarse como una mujer perfecta y a mostrarse resistente incluso cuando flojea, cuan felino herido.
La directora eligió la segunda y la exhibió en pantalla con el maniqueísmo de los propagandistas mejor pagados. El momento más delirante en este sentido se presenta en una escena donde las mujeres se aprovechan de “los egos” y “los estúpidos celos” de los hombres para dividirlos y tomar el poder. Las mujeres del filme funcionan como una colectividad. También los hombres. Ellas son comprensivas y sensibles. Ellos, soberbios y superfluos. La libertad individual, la independencia y el criterio propio tienen mucha menos fuerza que el grupo. Valen menos.
Eso no es lo peor. Lo más penoso es que la solución que propone la directora de la película para Ken -el novio de Barbie- es la de “deconstruir su masculinidad”, lo que convierte esta obra en todo un canto hembrista que sirve para denostar al hombre y para asociar lo varonil con lo erróneo. Una buena parte de la prensa especializada ha aplaudido la cinta y su argumento, lo que ha atraído a los cines a varios millones de personas. A jóvenes de multitud de países que se han vestido de rosa para ver a esta estupidez woke. Mediocre, irreal e infantil.
Bienvenidos a la nueva edad oscura, donde ninguna luz brilla más que la de las velas de los autos de fe de estos catequistas insoportables.
El hombre deconstruido
Mientras las feministas apelan a reconstruir al hombre, hay algunos congéneres que han manifestado sus dudas razonables con respecto a la actitud que deben demostrar para con ellas en estas nuevas circunstancias, dado que al mínimo desliz podría cometerse un micromachismo o un acto que enraíce en lo más profundo del patriarcado destructor. Así que Manu Sánchez, presentador de uno de los informativos de Antena 3, expresaba hace unas semanas su confusión al respecto. Lo cito porque el paralelismo viene muy a cuento.
El vídeo lo han rescatado en estos días las sacerdotisas de la Igualdad, que están desatadas después de que el 'escándalo Rubiales' adquiriera una dimensión internacional y convocaran unos juicios de Núrenberg contra la masculinidad tóxica en todos los ámbitos de la sociedad. En el documento, Manu Sánchez se plantea si es correcto o excesivo el besar las dos mejillas de una mujer en una entrega de premios o sujetarle la puerta para que pase primero al salir del ascensor. Porque las Barbijaputas y las Vecinasrubias podrían interpretar esas acciones como un micromachismo o como un ejemplo de mansplaining; y ofenderse o montar en cólera, al igual que hacen con los camareros que sirven -sin preguntar- la cerveza al varón y la Fanta naranja a la fémina.
Este nuevo feminismo tan paranoico y encolerizado parece dispuesto a reventar toda relación sana en la sociedad. Para muestra, un botón. Después de que la presunta humorista Ana Morgade comprobara que el discurso de Manu Sánchez había ofendido a más de una, de dos y de diez, decidió relatar que, hace un tiempo, rodó un anuncio con el presentador y se comportó de forma machista y desagradable. Escribió: “Estábamos rodando con eficacia y con buen rollo, y llegó The Señoro”. Entonces, exclamó: “¿Me teníais que poner con tres mujeres? ¿No tenias otra cosa?”. Evidentemente, fue una broma. Un chascarrillo. El típico comentario burlón de oficina y máquina de café. Pero Morgade se lo tomó a mal. Morgade... la que se metía 20.000 euros por programa en RTVE. De eso va la cosa. Que nadie se lleve a engaño.
Bienvenidos a la nueva Inquisición
Podría decirse que -el gañán- Luis Rubiales ha hecho todo un favor a las feministas moradas, cuyos mensajes corrían el riesgo de perder volumen tras la marcha de Irene Montero del Ministerio de Igualdad; y en mitad del enfrentamiento fraticida que libra el movimiento en España en los últimos años. Gracias a la actitud torrentiana del dirigente futbolístico, han encontrado un nuevo casus belli para volver a invadir el foro público con sus soflamas. Así que durante los últimos días le ha caído la del pulpo a Manu Sánchez y a algún que otro "machista" que se ha atrevido a criticar el fundamentalismo de las herederas de Torquemada. Todo, sobra decirlo, con el beneplácito de la mayoría de los medios de comunicación, ciegos o cobardes a la hora de denunciar los excesos de las causas woke.
Mientras tanto, los adolescentes llenaban las salas de cine para asistir a una película que pide a Ken que deconstruya su masculinidad para convertirse en un hombre nuevo. Se me viene a la cabeza la ingeniosísima Bobby Brown, de Frank Zappa. No sé por qué será.
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