El papel que juega la prensa en la sociedad contemporánea se ha podido apreciar estos días con total claridad. Desde que se disparó el primer arma en territorio ucraniano, la mayor parte de los medios ha renunciado al análisis inteligente de los acontecimientos para adoptar clichés y definir a los protagonistas del conflicto como personajes planos, de película mala. La atmósfera que contribuye a crear esa avalancha de noticias es peligrosa, pues puede influir en la toma de decisiones de los dirigentes. Por ejemplo, en las que están relacionadas con la censura de dos medios de propaganda, como son Sputnik y Russia Today.
Merece la pena abundar en el espectáculo grotesco que se ha escenificado estos días pasados en los medios de comunicación, donde se han desplegado los más 'típicos tópicos' del conflicto: se ha convertido en un héroe al amigo, en un loco al enemigo y en analistas de prestigio a tertulianos que, en algunos casos, rinden tanta pleitesía a una de las partes que lleva a sospechar.
Dejemos claro que la invasión es culpa de Putin y que en este sentido conviene ser claro y no vacilar, pues es una agresión criminal e injustificada. Ahora bien, los propagandistas de ambas partes han manipulado con las víctimas, las victorias, las derrotas y los prisioneros… y han utilizado las televisiones y las redes sociales para lanzar múltiples mensajes falsos. Al final, tan sólo hay una única verdad y es que las tropas rusas han iniciado una campaña para invadir Ucrania. El resto, todo…, absolutamente todo, tiene matices.
Una de las medidas que se sopesa para tratar de disuadir a Rusia de que continúe con su campaña militar es la de apagar en la Unión Europea las emisiones de Russia Today. Es decir, el canal internacional de propaganda del Kremlin. YouTube ya ha bloqueado este medio -como puede apreciar cualquier usuario-, pero en España se puede ver -así se podía hasta este martes lor la mañana- a través del dial 192 de Movistar Plus. ¿Por qué tanto recelo con esta televisión? Veamos.
La programación de Russia Today
Es lunes por la noche y un presentador chileno, con expresión cansada y tono de voz inquietante, aparece en pantalla para relatar la última hora del conflicto armado. Lo primero que llama la atención es el poco disimulo de los editorialistas a la hora de manipular sobre el conflicto. Sin duda, los medios de comunicación del bando occidental son más inteligentes a la hora de poner paños calientes sobre las acciones de Estados Unidos sobre Europa del Este desde el final de la Guerra Fría. Porque conviene no obviar ese detalle, aunque ahora sea poco menos que un anatema, dado que hay que hundir los pies en una de las dos trincheras para no resultar sospechoso.
El caso es que el boletín informativo comienza con una exposición de los “abusos de civiles por parte de los nacionalistas ucranianos en Donestk”, donde se han registrado varias explosiones en las últimas horas, que se suman a las que han provocado 14.000 muertos en Dombás durante los últimos años. Una vez termina esta pieza, el presentador camina hacia una gran pantalla plana, donde se exponen una serie de datos relacionados con la ideología nazi de los nacionalistas ucranianos. Y remata, con la coletilla: “Rusia ha ejercido su derecho a la autodefensa, dado que en este territorio se había prohibido hablar en ruso”.
Es decir, lo que ocurre durante estos días no es una guerra ni una invasión, sino un contra-ataque con el que Putin quiere devolver a Ucrania a una situación de paz y justicia. No hay ningún interés territorial, nacionalista ni energético. Y tampoco Russia Today es un medio de propaganda. ¿Qué mente manipulada puede pensar eso?
Antes del final del informativo, se emite un largo anuncio que anticipa la próxima emisión de un reportaje sobre la esclavitud en Estados Unidos. Aparecen imágenes del Ku Klux Klan, de víctimas de hace décadas y de los dirigentes actuales del país, que no han pedido perdón por aquello. Después, se ofrece un documental sobre lo inseguro que es ceder los datos personales a Google, Facebook o Whatsapp. “Telegram es mucho más segura”, se afirma. Aquí hay gato encerrado, claro.
Ese mismo reportaje se emite el martes por la mañana, cuando una presentadora ofrece la última hora “sobre el conflicto del Dombás” y las acciones contra la población rusa. De repente, suelta: “Se han producido estos días castigos sin tregua contra la población rusa con la cancelación de estrenos para niños, la exclusión del sistema SWIFT o la prohibición de medios como Sputnik y Russia Today en algunos países”. Sobre la sangre derramada por la campaña militar iniciada por el Kremlin, nada. Eso sí, se muestran imágenes de un ataque contra un autobús en Donestk que causó 13 muertos y de una señora que llora porque ha perdido su casa.
Entre medias, llaman la atención las promociones que se emiten sobre las frecuencias en las que se puede sintonizar Russia Today en Centroamérica y Sudamérica. De hecho, el presentador del noticiario nocturno dejó claro que algunos países aliados de la región habían mostrado su solidaridad con Rusia.
¿Censura? ¿Para qué?
Hay quien defiende -entre ellos, reputados analistas de prensa- que es necesario restringir la propaganda del Kremlin en Occidente, pues no todo vale. Quien firma esto se opuso al alarmismo -artificial- que se generó tras el referéndum del brexit con las famosas fake news, del mismo modo que le parece risible esa especie de labor social que realizan los verificadores de noticias, que invierten sus energías en descartar constantemente los bulos que sólo podrían creerse quienes no tienen dos dedos de frente.
La censura de estos dos medios rusos no tendría un gran efecto. Sería como intentar poner puertas al campo y apartaría la vista de lo que -sospecho- es lo más relevante de este asunto. Son las maniobras financieras en Occidente de Rusia para desestabilizar de diferentes formas.
Acceder a la verdad es complicado cuando no se observa con los propios ojos. Incluso este método falla muchas veces, pues las apariencias engañan. Sin embargo, la propaganda empequeñece ante la buena información, que es la que transmite certezas o, al menos, algo parecido. Los intentos de manipular mediante panfletos serían etiquetados como maniobras teatrales o circenses si existieran unos medios fuertes que no convirtieran cualquier conflicto en un espectáculo ni rindieran pleitesía a una de las partes.
Se mira a Putin y se condena a sus patéticas plataformas de agitprop, mientras el resto de los medios aplaude a una de las partes, paga a precio de miseria a sus corresponsales -los que son testigos directos- y apuesta por censurar en lugar de por contrarrestar las falacias con buena información. Como siempre, y como era de esperar, las soluciones mediocres se han vuelto a imponer.
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