Una Ley de Vivienda como la de Sánchez y sus socios, que pone en solfa la propiedad y beneficia a los okupas, puede caer simpática en España porque sufrimos una secular tradición de rechazo del derecho básico a ser uno dueño de sus bienes, y por lo tanto dueño de sí mismo. Sin embargo, es fácil argumentar que la propiedad es imprescindible para fundar la democracia junto con la igualdad y la libertad: estos tres derechos básicos son el trípode que la sustenta. Viceversa, cuando se ataca el derecho a la propiedad es para atacar la democracia, ya sea el agresor comunista, anarquista o tradicionalista de la ley vieja. La extendida incomprensión del derecho a la propiedad hace mucho más fácil atacar por ahí que mediante recortes directos de la libertad e igualdad, que de todos modos son inevitablemente recortadas mermando el derecho a la propiedad. Creo que la cosa merece alguna reflexión, así que vamos allá.
Lo que no ha cambiado mucho es la popularidad de la condena o rechazo de la propiedad, vista como injusta, y la permanente exigencia de sustituirla por nacionalizaciones
En su monumental trilogía Los enemigos del comercio, Antonio Escohotado describió con brillantez la genealogía de los enemigos de la libertad económica desde la antigüedad. Y uno de los más duros de roer fue el cristianismo. Si bien la Iglesia se fue adaptando al inevitable éxito del capitalismo -para entenderlo, lean mi En defensa del capitalismo-, y sobre todo puso distancias con la competencia secular y anti eclesiástica de comunistas y anarquistas, es indudable que dejó en nuestro país, como en todos los católicos, un profundo poso de desconfianza hacia la propiedad, identificada con el egoísmo y el pecado. La ricofobia cristiana -disculpen el palabro, pero es gráfico- ha tenido muchas manifestaciones; en contra de lo que pensó Max Weber de los calvinistas, quizás haya sido un gran freno para el desarrollo económico, político y social, que siempre crecen juntos.
España no solo es un país profundamente católico, incluso en sus ateos comecuras, sino que, con Italia y Rusia, simpatizó más con el anarquismo, el comunismo mesiánico e iluminati de los poetas y campesinos sin tierra, que con el marxismo. Fue cambiar de ricofobia, hasta que el desarrollo económico durante la dictadura arrumbó el anarquismo de Durruti y la Montseny al trastero de la historia para dar ventaja al comunismo de toda la vida, ahora puntal de Sánchez con disfraz de chavismo posmoderno y cuqui. Pero lo que no ha cambiado mucho es la popularidad de la condena o rechazo de la propiedad, vista como injusta, y la permanente exigencia de sustituirla por nacionalizaciones y servicios estatales (o por el milagro del gordo de la Lotería), como esa Amazon pública de pesadilla -basta con ver cómo funciona Correos- que era el sueño húmedo de Errejón. Veamos pues por qué la propiedad es un derecho básico sin el cual no hay ni libertad ni igualdad verdaderas.
Privilegio señorial o del partido
Además del catolicismo profundo y el anarquismo, la sociedad señorial y estamental tenía todo un arsenal de instituciones antipropiedad, estas sí de los ricos hereditarios, con el fin de levantar barreras de acceso a la cúspide de la pirámide social. El mayorazgo, que prohibía vender los bienes vinculados, retiró del comercio inmensas cantidades de tierras productivas, casas y otros bienes (y convertía las deudas en hereditarias). Así que la función del mayorazgo aristocrático no era solo preservar el linaje, sino sobre todo dificultar que cualquier familia pudiera ser linajuda o noble (aunque los reyes acababan vendiendo muy caros los títulos de nobleza). Era una institución anti igualitaria en esencia, y por eso uno de los puntos básicos de todo programa liberal, revolucionario como el francés o reformista como el gaditano, era eliminar los mayorazgos y devolver al comercio las propiedades vinculadas a las rancias oligarquías locales y las órdenes religiosas. Querían multiplicar la propiedad abierta para asegurar la movilidad social y la igualdad jurídica, además de estimular la economía. Por la razón inversa los carlistas, por ejemplo, defendían los mayorazgos.
Donde más evidente es la conexión de propiedad con democracia es en su relación con la libertad. En efecto, tener su propiedad garantizada por la ley, con las excepciones de rigor, era la única manera de que una persona cualquiera estuviera relativamente a salvo de la arbitrariedad y amenazas de los poderosos. Había que acabar con la pena de expropiación ejecutiva de los bienes de los antiguos tiempos, pues el modo más expeditivo de eliminar un rival u opositor era dejándolo en la miseria sin juicio previo.
La propiedad era el primer escudo contra el abuso del poder. Incluso el siempre peligroso Jean Jacques Rousseau proclamó la propiedad el primer derecho de su Contrato Social. A la inversa, la obsesión anarquista y marxista por acabar con la propiedad privada invocaba el altruista objetivo de la igualdad, cuando solo era el atajo más rápido y expeditivo para liquidar la oposición, el pluralismo y la movilidad social. Lo comprobaron en su propia pobreza los rusos víctimas del golpe bolchevique expropiados de la mañana a la noche y expulsados del país, como luego sucedió en tantos países con historia análogamente desastrosa.
Cuando el anarquista Proudhon proclamó que “la propiedad es un robo”, estaba reconociendo que era el principal obstáculo alzado contra su utopía comunista para pobres voluntarios y fraternales
Acabar con la propiedad privada tiene alto costo económico; lo comprobó Lenin cuando tuvo que recular a la NEP para que el hambre no acabara con Rusia; Stalin volvió a liquidar la propiedad porque unos cuantos millones de muertos de inanición aumentaban su poder, ejemplo seguido y aumentado por Mao en China. Todo lo que sea acabar con la propiedad es prioritario para la ideología totalitaria: los nazis también expropiaron a judíos y opositores. Es la vía más expeditiva para acabar con la libertad e igualdad sin mencionarlas, o mintiendo y nombrándolas en vano. Cuando el anarquista Proudhon proclamó que “la propiedad es un robo”, estaba reconociendo que era el principal obstáculo alzado contra su utopía comunista para pobres voluntarios y fraternales.
Por supuesto, en una dictadura sin libertad ni igualdad y solo con propiedad, como hoy la China de Xi Jinping, la propiedad tampoco está a salvo: el Estado siempre podrá expropiar y extorsionar a quien quiera reprimir, como hizo con Jack Ma, el fundador de Alibaba, por sus críticas al régimen. La propiedad tiene los mismos límites legales que libertad e igualdad; no es un derecho absoluto, y solo despliega todas sus ventajas con leyes e instituciones redistributivas -como la educación obligatoria y la sanidad pública- que eviten los efectos disolventes de la extrema desigualdad económica, y con verdaderas garantías de libertad personal y de las minorías. Por eso forman la santa trinidad de la democracia liberal, y por eso mismo sus enemigos siempre atacan a la propiedad: resulta más popular y es mucho más ventajoso para ellos. Ojo a esa Ley de Vivienda, en realidad va contra la propiedad para erosionar la democracia.
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