Se supone que el PSC es la marca del PSOE en Cataluña y que, aunque tiene personalidad jurídica propia, su integración en los órganos federales y en los Grupos Parlamentarios en el Congreso, en el Senado y en la Eurocámara, garantiza su plena sintonía y unidad de acción con su hermano mayor. Desde luego, es un poco extraño que la inmensa mayoría de sus votantes sean castellanohablantes del cinturón industrial de Barcelona, de los distritos más populares de la Ciudad Condal y de las otras capitales de provincia, mientras sus dirigentes han pertenecido tradicionalmente a la alta burguesía catalana y catalanista, cuya lengua habitual, inclinaciones estéticas y costumbres elitistas les alejan considerablemente de sus bases de origen andaluz, extremeño o murciano. También resulta sorprendente que en lugar de haber experimentado la influencia de la matriz central en lo relativo a sus planteamientos doctrinales sobre la unidad nacional, el Estado autonómico y la defensa de los derechos lingüísticos de sus militantes y simpatizantes en Cataluña, se haya producido el fenómeno contrario, ha sido el PSC el que ha marcado la pauta al PSOE en temas como la reforma del Estatuto, la inmersión en catalán en las escuelas y la imposición de un modelo de sociedad que margina culturalmente a más de la mitad de sus ciudadanos.
Iceta adopta muy a gusto el papel de colaborador necesario del separatismo, traicionando a sus electores, a sus compañeros de partido y a su país
Tanto Zapatero con Maragall como ahora Sánchez con Iceta, los secretarios generales y presidentes del Gobierno han sucumbido a la fascinación de sus aliados catalanes, en franca contradicción con los postulados propios de su ideología. Si algo caracteriza al socialismo es el compromiso con la igualdad, que fácilmente confunde con el igualitarismo, en clara incoherencia con la visión particularista y supremacista del PSC, que considera que la relación entre Cataluña y España ha de ser bilateral y que su Comunidad ha de mantener una posición de privilegio respecto a las demás. En una etapa de nuestra historia en la que los separatistas han emprendido una ofensiva final contra la Constitución del 78 y la existencia de España como Nación, los socialistas catalanes, en lugar de alinearse con las demás fuerzas constitucionalistas, practican un peculiar juego equidistante a medio camino entre el secesionismo y la legalidad, lanzando continuos guiños a los sectores independentistas a los que insisten en complacer o por lo menos no disgustar demasiado.
En esta línea, las 110 medidas del PSOE anunciadas de cara a las elecciones del 28 de Abril no dicen una palabra sobre el problema catalán, como si no hubiera un juicio en el Tribunal Supremo en el que comparecen como acusados las principales figuras del separatismo y como si Quim Torra no se mantuviera en un permanente desafío al Estado y en una contumaz desobediencia la marco legal vigente. Es obvio que este clamoroso silencio está inspirado por el PSC, que desea evitar cualquier choque con los golpistas y al que incomoda el verse obligado a definir su posición respecto a su rebelión contra el Estado. Eso sí, Miquel Iceta no tiene empacho en sugerir propuestas y en soltar globos sonda en auxilio de los presuntos culpables de graves delitos en cuanto se le presenta la menor ocasión. Su pronunciamiento prematuro en favor del indulto de los procesados, rápidamente secundado por su leal colaboradora, la delegada del Gobierno en Cataluña, debilitó considerablemente al constitucionalismo, sembró la confusión entre la ciudadanía e irritó a un Poder Judicial que se ha erigido como último baluarte de la supervivencia del proyecto nacional español.
Zapatero con Maragall y ahora Sánchez con Iceta han sucumbido a la fascinación de sus aliados catalanes, en franca contradicción con su ideología
Su reciente ocurrencia, comunicada a un diario vasco escrito en euskera, ha sorprendido tanto a los suyos como a sus adversarios por lo disparatado y por la absoluta ignorancia que representa del orden constitucional en vigor. Según el marchoso Primer Secretario, si un día un 65% de los catalanes fuese partidario de la independencia, el Estado debería “encauzar” esta pretensión, es decir, ceder a la exigencia de celebrar un referéndum de autodeterminación. Iceta sabe perfectamente que ni un 65 ni un 80 ni un 90% de secesionistas cambiaría el hecho de que la soberanía nacional recae en el pueblo español en su conjunto y que semejante “encauzamiento” es constitucional y políticamente imposible. Una provocación de este tipo tiene como objetivo ir preparando el terreno para un cambio en la opinión pública del resto de España hasta que se cree un clima de resignación ante la posible separación de Cataluña de España. Iceta adopta así muy a gusto el papel de colaborador necesario del separatismo, traicionado a sus electores, a sus compañeros de partido y a su país.
El PSC debería denominarse Partido Social-Nacionalista de Cataluña para que su nombre refleje fielmente lo que es.
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