Las naciones de Iceta permiten un viaje en el tiempo. Por lo menos, de momento. La España medieval, anterior a la unificada por los Reyes Católicos, es la que están perpetrando, como si la franquista no hubiera sido ya un rancio renacer de la misma. El nacionalismo, por definición, es un proceso político de involución. Casi cuatro décadas de dictadura nacionalista española no han servido de antídoto sino de acicate.
Los separatismos catalán, vasco y demás movimientos identitarios conforman su espíritu a base de revancha. Suele decir el académico e historiador, Arturo Pérez Reverte, que las guerras carlistas no son tres sino cinco. A las confrontaciones civiles del siglo XIX hay que añadir la matanza de 1936 y la que destrozó miles de vidas y familias hasta 2011, cuando la banda terrorista ETA, supremacistas con capucha blanca, ya no tenía con qué asesinar, por la espalda y en la nuca, gracias al impagable trabajo de guardias civiles, policías nacionales, fiscales y jueces de la Audiencia Nacional, en defensa de la democracia del 78. Lo que está ocurriendo en Cataluña desde 2012 es otro rebrote del viejo carlismo antiliberal.
La España liberal de Cádiz fue traicionada por el Rey Fernando VII y desde entonces el apuñalamiento a los derechos y libertades individuales ha sido una pulsión enfermiza
Puigdemont, Torra y Junqueras son como aquellos generales sin ejército que tiroteaban acantonados en el Maestrazgo cualquier atisbo de modernidad. Desde la Constitución de Cádiz, España ha soportado la reacción de quienes vieron suprimidos sus privilegios territoriales, anclados todos ellos en las viejas leyes medievales. La España liberal de Cádiz fue traicionada por el rey Fernando VII y desde entonces el apuñalamiento a los derechos y libertades individuales ha sido una pulsión enfermiza. Cualquier atisbo de progreso ha supuesto una reacción. Lo más escandaloso del momento actual de la vida de España es que los que proclaman progresistas, abusando de una increíble superioridad moral desde la izquierda, están a punto de perpetrar otro golpe de involución en el cuerpo y el alma de la democracia del 78, es decir en el Rey y en la Constitución.
El progreso español nace en Cádiz, donde se proclama la nación de ciudadanos, sumando los de ambos hemisferios, libres e iguales. La carrera por destruir aquella obra fue como un ataque de histeria. Contra la abolición constitucional de todo tipo de privilegios, la España medieval de los viejos fueros ha hecho de todo por mantenerlos, incluso a sangre y fuego, hasta nuestros días.
La gran tragedia del PSOE en el año 2020 es que ha optado por la defensa de la identidad de los territorios en vez de por la igualdad de las personas. El cantón de la Primera República se ha abierto paso con siglas como la de Revilla en Cantabria o el Teruel Existe. El PSOE de Rodríguez Zapatero y ahora el de Sánchez ha dejado ser una partido de ámbito nacional para partirse en cuantos pedazos sean necesarios. La reivindicación de Léon como nación propia, junto con Zamora y Salamanca, ha renacido gracias a los socialistas de León. La España del 78 solventó un drama, siendo el mejor proyecto político de nuestra historia.
La España plurinacional
Los antifranquistas vieron morir al dictador en la cama de un hospital y los partidarios del régimen no pudieron resucitarlo. Pero el PSOE, subordinado al PCE en la reconciliación, quiere pasar factura cuarenta años después. Iceta es el PSOE. La España plurinacional del PSC es otro ataque a la democracia liberal que tanto en Cádiz como en el 78 proclama la soberanía nacional, que reside en el conjunto de todos y cada uno de los ciudadanos, y no en los territorios. Estamos asistiendo a una operación de poder.
Sánchez va ser Presidente del Gobierno de un fin de ciclo. No hay un solo país en el mundo que haya sobrevivido a una confederación, es decir, a la partición de la soberanía nacional. No hay nada más que hacer en el Estado de las autonomías, salvo su reforma para mejorar el funcionamiento. Todo lo demás es involución y reacción. La Constitución va a ser cambiada de manera indirecta, por la vía de los Estatutos y con la bendición de aquellos magistrados del Tribunal Constitucional que son calificados como progresistas. Si ponen el territorio por delante de la persona, no seria la primera vez, confirmaran que en realidad son ultraconservadores. La democracia del 78 vuelve a tener delante al mismo monstruo carlista pero con la izquierda nacional, es decir, el progresismo retórico, desintegrada por territorios y envuelta en las banderas que representan pedazos de tierra.
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