Opinión

El psicópata en un planeta de sonámbulos

Si usted es la clase de persona a quien le da lo mismo no tener ninguna libertad siempre que pueda tener casa y comida, entonces probablemente no notará la diferencia entre nacer libre y vivir como un animal encerrado en una jaula.

La reflex

Si usted es la clase de persona a quien le da lo mismo no tener ninguna libertad siempre que pueda tener casa y comida, entonces probablemente no notará la diferencia entre nacer libre y vivir como un animal encerrado en una jaula.

La reflexión, políticamente correcta y ciento por ciento individualista, pertenece a Margaret Thatcher. Pronunciada mucho antes de la llegada del fin del mundo en los noughties -de un modo jamás imaginado por astrólogos y futurólogos- libera una verdad más evidente hoy que hace medio siglo.

Milenials y Zetas le dan la espalda a la cosa pública. Los recién llegados al zoológico humano manifiestan un olímpico desdén por los abusos de las burocracias gobernantes. Los miembros de ambas generaciones abominan del totalitarismo colectivista aun cuando son incapaces de expresar el desprecio en el dominio de la palabra.

Si la política es entendida como el esfuerzo concertado con el objetivo de lograr la mayor autonomía y bienestar posible para el mayor número de personas, entonces es inevitable concluir que agoniza desde hace siglos o, más probablemente, que haya sido una empresa muerta al nacer, otro ser imaginario vivo solo en las cabezas de los filósofos y en las páginas de los libros. Sea como fuere, su desaparición se hace evidente en países donde la democracia es exhibida como garantía de las libertades civiles.

El exterminio del sector público y la transición a su versión corrupta, el ubicuo Estado, ha sido posible por la conducta indolente de vastas mayorías. Hoy, a casi nadie le importa la lentitud de los tribunales y la insolencia del empleado público siempre y cuando haya teléfono celular, gran TV, WiFi y perro para pasear con correa de seis metros.

Que el Gobierno sea la solución a los problemas y no la causa de ellos es una de las supersticiones más arraigadas y la teoría conspirativa por excelencia

La pereza crea la convicción de que un mero funcionario, un completo desconocido, cuida a la gente. La ilusión es el síndrome de Estocolmo por otros medios y una falacia consumida desde la infancia como certeza matemática. Que el gobierno sea la solución a los problemas y no la causa de ellos es una de las supersticiones más arraigadas y la teoría conspirativa por excelencia.

Como en una obra de teatro, desde arriba, desde el escenario, los actores protagónicos y los de reparto leen las líneas de un mismo libreto. En el universo de la simulación unos pretenden gobernar y otros dicen oponerse. Ambos comparten la misma adicción: poder, privilegios e impunidad.

Por su parte, quienes no tienen a qué aferrarse necesitan una entidad superior que provea seguridad. Así, el líder sustituye a Dios. Aunque un presidente no es ni príncipe ni papa, las mayorías prefieren creer exactamente lo contrario. Nada irrita más a una persona pragmática que ver multitudes aplaudiendo al burócrata de turno mientras quema el dinero de otros en la forma de fuegos artificiales.

El Estado es la solución para quienes lo utilizan como un club privado mantenido por otros. La vis insita es el vector rector, la fuerza reactiva que controla las relaciones humanas, la resistencia de un cuerpo a cualquier intento de alterar su comodidad. La inercia y la molicie impiden ver lo obvio: el modelo hegemónico es una combinación de oligarquía hereditaria y oclocracia caótica, el gobierno de pocos -usualmente ineptos e inaccesibles- que a menudo complace a la multitud para poder manejarla. En sociedades de millones la razón de ser de la verdadera democracia, la participación activa de los ciudadanos en el manejo de la cosa pública, es una quimera.

Las redes sociales, suerte de mar de Solaris, masa de trillones de toneladas de plasma metamórfico conspirando contra un grupo de cosmonautas, es una fábrica de alucinaciones generadora de ganancias multibillonarias y adhesiones instantáneas a la mentira del momento.

La máquina premia, castiga, amenaza y alienta. Como en una película de ciencia ficción clase B, el planeta ha sido conquistado por un gigantesco cerebro psicópata especialista en crear ejércitos de sonámbulos y manejarlos a voluntad.

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Gustavo Jalife es un autor bilingüe. Su libro Der Führer is Your Daddy: Reflections on politics, the news industry and social media from inside the pandemic vortex puede leerse en: https://gjensayos.wordpress.com/

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