Consumado el happening de la OTAN, con José Andrés y las meninas danzando entre los pucheros del Prado ante el agitado braceo de Begoña, el presidente del Gobierno se ha colocado en la puerta de salida. Hace mutis por el foro. No será candidato. Da por perdidas las próximas elecciones y él no ha nacido para resistir, como se empeña la leyenda apócrifa, sino para ganar. Win-Win que decía el malhadado Iván Redondo, antaño gurú y palanganero ahora de un grande de España y ruina de Cataluña.
"Irá en las listas, dará la batalla", cacarea el coro de pringados para contener la desesperación de las mesnadas socialistas, tan espantadas ante el hundimiento de sus colores como Guardiola ante el segundo gol de Rodrygo. Lo intentará, según las gallináceas. Y si pierde, se buscará la vida. Tal teoría no es la que ahora se consume en los círculos de la militancia menos obsecuente, convencida de que Sánchez se va. La liturgia de la Cumbre, tan profusa y redundante, en la que desplazó por dos veces al Jefe del Estado, ha sido el arranque de su candidatura hacia Europa.
Hay dudas con el calendario. La feroz inflación, que todo lo arrasa, anima a quienes ya ven urnas tras el verano. "De ahí no pasa, el otoño será infernal". Están luego los que piensan en una convocatoria en primavera, antes del Rubicón del Supermayo, cuando el PSOE perderá regiones y ayuntamientos a mansalva. Si convoca generales antes de las municipales, aún podrá contar con el apoyo de los caciquillos de la periferia, que animarán la campaña de Pedro para luego salvar la suya. Si las generales se celebran cuando corresponde, es decir, finales del 23 o principios del 24, la motivación en la familia socialista se habrá evaporado como la sintaxis en el atropellado chamullo de la ministra M.J. Montero. Será una campaña mustia y desangelada sin posibilidad alguna de ganar.
Ha prometido aumentar hasta un dos por ciento el presupuesto en Defensa, como ordenan los gerifaltes trasatlánticos. ¿Ordena usted alguna cosa más, míster Biden?
Sánchez se ha mostrado tan obsequioso ante Joe Biden que en momentos rozó lo servil. Había que hacerlo. Primero dio el volantazo hacia la posición marroquí en el Sáhara, tal y como dicta la doctrina de Washington. Aún resuena el silencio tras la masacre de inmigrantes en Melilla. Ha dado luz verde al envío a Rota de dos destructores de refuerzo, como disponen los generales del Pentágono. Ha prometido aumentar hasta un dos por ciento el presupuesto en Defensa, como ordenan los gerifaltes trasatlánticos. ¿Ordena usted alguna cosa más, mister president? Ese el precio de una poltrona internacional, de un puestazo de relieve europeo.
Tal propósito ha dejado de ser un rumor para convertirse en la pieza clave sobre la que se dibuja el inmediato tablero del país. Todo el mundo lo da por hecho, ya no hay guiños discretos ni susurros de rincón. Se va, eso está hecho. La economía se derrumba, la ira social se dispara, el cabreo familiar crece y el ambiente se va a tornar invivible. Sánchez es osado pero no valiente. Le aterra perder, por eso odia a Ayuso. Fue la primera que le plantó cara y le hizo morder el polvo. Demasiada soberbia para tan severa derrota. El tropiezo en CyL y el trastazo andaluz (72 escaños la derecha y 37 la izquierda, ¿de verdad?) han completado el cuadro de la conmoción. Todo lo que viene ahora son reveses, malas noticias. "Vamos a perder hasta Baleares y Valencia".
La duda es el cargo. Si secretario general de la OTAN o presidente del Consejo Europeo. Aquí ya nadie disimula y hasta en su círculo próximo da por hecho que prefiere la OTAN. Tiene más protagonismo y prestancia. El Consejo Europeo, con ser relevante, no deja de resultar un destino funcionarial y algo anodino. El caso es que se va. De ahí la agitación de estos días. Tiene que mantener en orden el corral para no desafinar ante quienes habrán de bendecirle el nuevo cargo. De ahí lo de fumigarse al director del INE, para que las cuentas del Estado arrojen un brillo de esplendor. El asalto al TC, para evitar contratiempos con riesgos judiciales y leyes recurridas, la ley de memoria democrática diseñada por Bildu, la mesa del diálogo con los golpistas catalanes, el asalto a Indra y otras empresas para colocar a los amiguetes.... Ha pisado el acelerador de los asuntos pendientes, nada puede dejar en el aire, nada sin cerrar.
En busca del sucesor, un político maduro, sereno, trasversal, que no produzca rechazo y que pueda pasearse sin sobresaltos por el caladero del centroizquierda. Que regüelde cuando oiga a Iglesias y regurgite cuando le llame Junqueras
¿Y después de Sánchez, quién?. Habrá que elegir secretario general y cabeza de cartel. Misión imposible, piensan los más fieles, los idólatras. ¿Cómo sustituir a un príncipe, un genio arrollador, un unicornio irrepetible, el cerebro más brillante, el jefe de Gobierno más guapo, más alto y más listo de nuestra historia? Sánchez degolló a todos sus rivales, no dejó uno en pie. No mimó a un delfín, no prohijó a un heredero. Parecía eterno hasta que llegaron el gallego y la inflación. Y ahí andan ahora, en busca del sucesor, un político maduro, sereno, trasversal, que no produzca rechazo y que pueda pasearse sin sobresaltos por el caladero de votos del centroizquierda. Que regüelde cuando escuche a Iglesias y regurgite cuando le chantajee Junqueras. Una especie de Feijóo a la violeta.
En esta búsqueda incierta, el PSOE anda dividido en dos. El 'Feijóo natural' es García Page, el baroncito manchego, hijo espiritual de Pepe Bono, posiblemente uno de los expedientes más oscuros y sucios del partido y sin duda, uno de los nombres más populares de su camada. Page figura al frente de la categoría de los listillos. Lanza algún gritito contra los separatistas, suspira levemene con nostalgia del socialismo felipista, es ramplón, verborreico y está al frente de una región donde el socialismo impone su ley. Podría contar con el apoyo del aragonés Lambán, que ni para unos Juegos vale, y del asturiano Barbón, aunque este último tiene sus propios proyectos. Page, dicen los suyos, haría como Javier Fernández, aquel secretario general del PSOE cuando los líos de las primarias de Sánchez y que osó abstenerse en la investidura de Rajoy. Page, confiesa a puerta cerrada, permitiría gobernar al PP antes de recabar el respaldo de Podemos, Bildu y ERC.
La ambición se llama Lastra
Luego está Adriana Lastra, vicesecretaria general de la formación, que ha enseñado ya los dientes, se ha enfrentado a Santos Cerdán, el hombre de Sánchez en Ferraz, y muestra sin tapujos sus ansias de encaramarse a la cúpula. "La próxima presidenta del Gobierno será mujer, ya toca", afirma en privado cuando se le pregunta por sus intenciones. Y le responden: "¿Ah?, será Ayuso?"
Dos bloques en la contienda por la herencia. El sanchismo desvencijado y el viejo PSOE, que algo queda, mirando a Page, tan inevitable como un lamparón en la corbata de estreno. Saldrán más, pero no llamen a Madina que no quiere. El hundimiento se precipita y el partido del progreso está a dos telediarios de quedarse huérfano y sin claro relevo. La sepultura, sin bendiciones ni responsos, sería lo mejor para España. Quizás esta vez haya suerte.
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