Vienen tiempos difíciles. La invasión de Ucrania por Rusia no depara nada bueno para la paz, la economía y el Estado de Bienestar. Nadie sabe la evolución que tomarán los acontecimientos tras las amenazas del gobierno de Putin sobre una posible tercera guerra mundial.
No parece que esa guerra resulte posible salvo que los rusos estén dispuestos a morir matando. En esta tesitura, quienes tienen poder económico deberían enviar señales de dónde quieren situarse. Pueden tomar el camino que, junto con las élites conservadoras, tomaron tras la Primera Guerra Mundial y echarse en brazos de alternativas nacionalistas, racistas y xenófobas o pueden dirigirse a los partidos democráticos liberales y socialdemócratas tal y como hicieron después de la Segunda Guerra Mundial y reforzar la democracia, la libertad y el Estado de Bienestar.
En cualquier caso, en España deberíamos prepararnos para hacer frente a la primera de las opciones, evitando el auge de los partidos racistas y nacionalistas que pueden derivar en el nazismo o en el fascismo. No parece que el camino para eso se base en los famosos cordones sanitarios. El ejemplo de lo que ocurrió en la Transición debería servir para saber por dónde transitar. Uno de los méritos que se le reconocen al difunto Manuel Fraga fue su capacidad de atraer a la democracia a muchos de los que, tras la muerte de Franco, hubieran preferido continuara con el franquismo sin Franco. Fraga fundó un partido constitucionalista. En lugar de trazar una raya que separara a los demócratas de los que no lo eran, prefirió pasar a la orilla de la libertad a muchos que si no llega a ser por su intuición se hubieran quedado en las filas de quienes no aceptaban la deriva democrática española. No todos entraron al juego. Una minoría permanecieron bajo la influencia de los Blas Piñar, de los García Carrés, de los Tejeros. Esa minoría no tuvo apenas influencia y nadie temía la victoria de los partidos que ellos lideraban. La mayoría se afiliaron o votaron a la entonces Alianza Popular y al posterior Partido Popular. Gracias a esa operación, la extrema derecha casi desapareció de la escena política española.
Fraga fundó un partido constitucionalista. En lugar de trazar una raya que separara a los demócratas de los que no lo eran, prefirió pasar a la orilla de la libertad
Hoy, después de la crisis del 2008, de la pandemia y en plena guerra en Ucrania, la extrema derecha -que creíamos desaparecida- hizo acto de presencia en Andalucía, posteriormente en el Parlamento español y hoy co-gobierna en Castilla y León. Y de nuevo se aspira a que la democracia establezca una barrera para no dejarla pasar. No deja de ser un intento equivocado, porque cuanto más se habla de aislar a la extrema derecha, más fuerza adquiere en el panorama político español. El PSOE debería animar a Feijóo, actual líder del PP, para que incorpore en sus filas y en sus expectativas electorales a muchos de los que hoy militan o votan a Vox. No creo que muchos de los que militan o votan a ese partido sean más franquistas que los que incorporó Fraga a su formación. Abascal y su reducido núcleo de poder seguramente serían irreductibles. Se quedarían donde están como se quedó Blas Piñar y su camarilla en los alrededores del fascismo. Pero la mayoría de los seguidores de Abascal no provienen del franquismo sino del propio Partido Popular. Seguramente a Feijóo le resultará más fácil que a Fraga atraer a su partido a quienes hace pocos años eran votantes o militantes del PP.
Una apuesta al centro del PP permitiría abordar la reforma territorial del Estado y los desafíos de la nueva economía en unos momentos en los que la incertidumbre es lo único cierto
Si Feijóo lo consiguiera, el PSOE estaría en la obligación de propiciar el viaje al centro del PP para que ambos partidos pudieran unir sus fuerzas y hacer frente a los retos y desafíos que se adivinan en el horizonte. Resultaría obligatorio que el PP se comprometiera en acciones políticas que lo desvinculen definitivamente de la derecha reaccionaria y carpetovetónica. Nada pinta bien. Una apuesta al centro del PP permitiría abordar la reforma territorial del Estado y los desafíos de la nueva economía en unos momentos en los que la incertidumbre es lo único cierto.
Quienes rechazan ese pacto porque piensan que así se aumentaría el peso de los extremos lo temen porque no se fían de un programa pactado pensando en los peligros que acechan a la sociedad en estos tiempos tan convulsos. No habría que temer que Vox ocupara el liderazgo de la oposición. Si se achican los espacios y se hace una política de Estado, la oposición solo podría entrar por los extremos, y cuanto más extremos transitaran, más centrados se ubicarían PSOE y PP.
El PSOE tiene por delante el gran compromiso histórico de posibilitar una gran mayoría para un gobierno estable para hacer frente al independentismo desde la fortaleza y reconvertir al PP en el gran partido de centro derecha que olvide a Vox y recupere el espacio que ha dejado libre Cs. Para esa operación, tanto PSOE como PP cuentan con reservistas dispuestos a defender la grandeza de la política y de los políticos que se atrevan a coger el toro por los cuernos y no a deteriorar al contrario para enaltecer sus propios egos.
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