Es curiosa la asimétrica situación que se vive en los dos grandes partidos nacionales en relación con el ascendente que tienen sus respectivos líderes dentro de cada organización. En el PP es patente la unidad del partido en torno a Alberto Núñez Feijóo, no se le discuta ni a él, ni a sus decisiones, ni a su línea de actuación. Por el contrario, en el PSOE llueven disensiones de todo tipo y en cualquier lugar. Para empezar, la relación de los líderes históricos y emblemáticos del partido que han manifestado su desafección a Pedro Sánchez y a su política es tan numerosa que no cabe en este artículo. A su vez, son varios los presidentes socialistas de Comunidades Autónomas -especialmente Lambán y García Page- que persiguen casi a diario desmarcarse públicamente de Sánchez, y algún otro -Ximo Puig- hasta ha recurrido judicialmente decisiones del Gobierno de la nación. Por último, no pocos de los candidatos que pugnan por obtener gobiernos locales o regionales el 28-M se afanan en realizar propuestas electorales que contradicen varias de las políticas aplicadas por Sánchez.
Pero es que, además, la asimetría reseñada en el párrafo anterior se produce a la inversa de lo que suele ocurrir. Habitualmente, el partido que ocupa La Moncloa es el que ofrece una mayor unidad interna haciendo honor al dicho popular: “El poder une mucho”, en tanto que el que ocupa la oposición suele sufrir la existencia de posturas divergentes en su seno. Como hemos señalado, aquí y ahora es al revés, Alberto Núñez Feijóo tiene a su tropa unida y cohesionada mientras que la de Sánchez anda en desbandada, cada uno por su lado. En realidad, si se observa con detenimiento, los diversos desbandados solo guardan un pequeño conjunto de cosas en común.
Hay rectores del PSOE que optan por subir los impuestos -los más-, pero hay otros -los menos- que sin duda presionados por las circunstancias optan por reducirlos
La primera, el nombre, pues todos ellos lucen la denominación partidaria común. La segunda, la marca histórica, PSOE. La tercera, los símbolos como el color rojo de la bandera o la conocida rosa. La cuarta, las instalaciones, sedes y locales, que en cada territorio utilizan los respectivos líderes territoriales. Y poco más, o incluso nada más. En el resto de las cuestiones, cada líder local socialista camina por su lado. Sea en discurso ideológico, sea en estrategia política, sea en propuestas electorales, sea en aliados y/o socios de gobierno… Hay rectores del PSOE que optan por subir los impuestos -los más-, pero hay otros -los menos- que sin duda presionados por las circunstancias optan por reducirlos. Hay socialistas que abominan de los pactos de Sánchez con Bildu, ERC y Podemos, y otros que los apoyan. Hay militantes del partido que ondean públicamente la bandera republicana, otros son respetuosos con la monarquía. Hay dirigentes del PSOE que se han manifestado a favor de la rebaja de las penas en el delito de malversación y otros la han criticado. Existen líderes socialistas que se coaligan con partidos que defienden privilegios territoriales para sus regiones -nacionalistas vascos y catalanes-, otros defienden a las regiones perjudicadas por las citadas prebendas. Hay miembros del PSOE partidarios de restringir la caza y la tauromaquia, otros son contrarios a restringirlos. También hubo socialistas a favor y en contra del indulto a los golpistas, como los hay a favor y en contra de la política hidráulica del Gobierno de Sánchez, o de sus concesiones al radicalismo ecologista.
En definitiva, en la actualidad el PSOE no es más que una franquicia en la que el titular de la calle Ferraz es el franquiciador que accede a conceder el derecho de explotación de un nombre, una marca, unos símbolos y unas instalaciones a los franquiciados que son los líderes socialistas locales. Concedido el derecho, cada franquiciado lo explota para su propia estrategia según su propia conveniencia, siendo ilimitada la diferencia que puede existir, y de hecho existe, entre las adoptadas por unos y otros de los concesionarios de la franquicia y entre ellos y el franquiciador.
Finiquitar un mandato
En una perspectiva de partido, poco o nada me importa lo que quiera y pueda hacer el PSOE en su vida y funcionamiento internos, allá ellos. Pero sí me importa y mucho el daño que ello pueda comportar a España, pues no resulta conveniente que uno de los dos partidos que conforman el modelo de alternancia de nuestro sistema democrático haya derivado hasta el punto de convertirse en una mera franquicia política. Solo por eso, en realidad por muchas cosas más, es necesario y urgente que sucedan dos hechos. Uno es que Sánchez sea desahuciado de La Moncloa, y el otro que también lo sea de la secretaría general de su partido. Lo cierto es que logrado el primero, el segundo se producirá de modo casi automático, de manera que basta con que los españoles nos encarguemos de dar por terminada la estancia de Sánchez en el Gobierno de la nación para que sean los propios socialistas los que inmediatamente, y con no poco alivio, se encarguen de finiquitar su mandato en Ferraz. Será curioso conocer el epitafio que le dedicarán sus militantes y franquiciados. Yo les propongo uno nada imaginativo, pero sí muy descriptivo: Aquí yace el liderazgo de Sánchez, él destrozó a nuestro partido y a España.
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