Definitivamente, cada vez es mayor y más patente la invasión de las técnicas publicitarias en la vida política. Dicen los politólogos que todo empezó en 1.960 con J. F. Kennedy y el debate televisado en el que lució maquillado y con una impecable camisa azul frente a su oponente R. Nixon que, carente de maquillaje, mostraba unas tremendas ojeras, sudaba copiosamente, amén de que lucía una camisa blanca que daba mal con la iluminación del plató. El caso es que Kennedy salió triunfante en las preferencias de los que vieron aquel debate y ganó las elecciones.
Probablemente, el salto a Europa de aquellas técnicas tuvo lugar en la campaña francesa de 1.981 para la presidencia de la República. Mitterand, perdedor ante Giscard D´Estaing siete años antes, encomendó el cuidado de su imagen a Sengela, quien le limó los salientes colmillos y le hizo aparecer menos incisivo ante los electores. También en España vimos como, en la campaña electoral de 1.982, a Felipe González le platearon las sienes en los carteles publicitarios dotándole de un aire de madurez que compensaba su radiante juventud.
Nada habría que oponer a que los expertos en imagen cuiden la que los políticos ofrecen a los electores si no fuese porque, con el paso del tiempo, la intervención de aquéllos ha desbordado el citado ámbito y ha entrado de lleno en el contenido de la comunicación. Al unirse lo anterior a las nuevas costumbres sociales, el resultado ha sido la sustitución del clásico discurso político por los eslóganes publicitarios, los 140 caracteres de Twitter, y la frase feliz o ingeniosa.
El hombre que fumaba puros
En línea con lo expuesto es también resaltable que, frente al análisis detallado de los acciones, omisiones, declaraciones y silencios del oponente, los políticos actuales optan por caricaturizarle, considerando que la caricatura tiene más fácil receptividad que la crítica profunda. Así sucedió con Mariano Rajoy, cuya consuetudinaria inacción y su patológica aversión a decidir fue retratada por sus opositores con la imagen de un hombre que solo fumaba puros.
Sucede que en ocasiones la jugada no sale como proyecta el proyectista. Un ejemplo reciente lo tenemos en la pretendida ingeniosa cuenta atrás del tiempo que quedaba para conseguir la inmunidad ante la pandemia. Empujado por el hoy despedido Iván Redondo, Pedro Sánchez se pasó ocho días contando triunfalmente del revés: 100, 99, 98, 97…, pero al llegar a 92 tuvo que dejarlo al ser ya evidente que no llegaría a la risueña meta que se había impuesto.
Almeida ha querido reflejar lo anterior de forma simple (en realidad, simplista) con la referencia a sus alpargatas. Al hacerlo así, ha proporcionado a los sanchistas un arma impagable para el contraataque
Algo parecido ha ocurrido ahora con Pedro Sánchez y el drama de Afganistán. ¡Anda que no merece un suspenso en toda regla la pasividad y falta de reflejos de Pedro Sánchez en los dos o tres días siguientes a la hecatombe de Kabul! Sin embargo, Almeida ha querido reflejar lo anterior de forma simple (en realidad, simplista) con la referencia a sus alpargatas. Al hacerlo así, ha proporcionado a los sanchistas un arma impagable para el contraataque. Ya no tienen que esmerarse en justificar la injustificable inacción de Sánchez pues se dedican a atacar la poco hábil referencia a su calzado que realizó el magnífico alcalde de Madrid.
El caso es que, de avanzar por la senda de la simplificación, puede que en poco tiempo la comunicación de los políticos sustituya el uso de la palabra por la utilización de emoticonos. A fin de cuentas, una careta chistosa tiene más probabilidad de hacerse viral que un conjunto de oraciones bien estructurado y sin errores gramaticales o de sintaxis ¡Malos tiempos para la lírica!
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