En la “Casa de la República”, huronera de Carles Puigdemont, aún respiraban la euforia ganadora de su pulso chantajista cuando empezaron a llegar sombras cerniéndose sobre la naturaleza ya de por sí desconfiada del eurodiputado prófugo de la justicia. Se trataba, precisamente, de autos judiciales que “parecían” poner cercas al sobrio jardín de 1.000 metros cuadrados que rodea su residencia privada con garaje para cuatro vehículos, con sus correspondientes maleteros. Allí, a la simbólica sombra de la estatua del León forjada con los cañones abandonados por los franceses en el campo de batalla, quizás Puigdemont asumió por primera vez que no es lo mismo, ni lo será nunca, amnistía que indulgencia plenaria. Ni siquiera en la esperpéntica misión en la que ha embarcado a Junts y al PSOE para “salvar al soldado Ryan” de Waterloo, es decir, a él.
“¿Qué sentido tiene arriesgar la vida de ocho de nosotros para rescatar a un solo tipo?”, exclama en el famoso filme de Steven Spielberg uno de los Rangers elegidos para la misión que, bajo el mando del capitán Miller, tiene como único objetivo salvar al último de los cuatro hermanos Ryan que aún no ha perdido la vida en la invasión de Normandía de 1944. Una pregunta, la del soldado, para todos comprensible, porque no solo pone al destacamento en un riesgo aún mayor, sino porque también ellos tienen una madre que, con independencia del número de hermanos caídos en acto de servicio, también les espera con el corazón encogido. Las órdenes, sin embargo, son las órdenes, a pesar de que incluso el capitán no comparta el objetivo de tan suicida intrusión en territorio enemigo: “Espero que se lo merezca. Espero que regrese a casa y encuentre la cura a una grave enfermedad…”
Aunque no sea en términos cinematográficos ni morales, sino políticos, es lo que muchos en el independentismo catalán llevan pensando desde que Junts tumbó la ley de amnistía que Puigdemont había bendecido personalmente antes de ser llevada al Congreso. Aunque se intentó ocultar, el malestar no solo se sintió en el independentismo en general, sino también en el propio partido que había forzado incluso a establecer categorías en el terrorismo. Lo cierto es que la bomba del NO cayó con tanto estruendo, que la primera dimisión fue la del exconsejero de Interior Miquel Sàmper, que abandonaba la militancia en Junts per Catalunya manifestando su desacuerdo con la decisión del partido de no aprobar la ley en el Pleno: “La brecha ideológica y, últimamente, de formas, no hacía posible mi continuidad”, declaró al diario Ara, sin querer o poder hablar más de la cuenta.
No solo hay descontento, también nerviosismo. Uno a cambio de mil parece un intercambio más que razonable, pero al fugado ex presidente no le salieron las cuentas…
Sin embargo, no es el único que cada día entiende menos las angustiosas dilaciones de la aprobación de la ley que, como hemos visto, tiene como única misión “importante” proteger a toda costa al expresidente de la Generalitat frente a posibles acusaciones de terrorismo y de alta traición. No debería olvidar Puigdemont que más altos caudillos han caído por tensar tanto la cuerda a costa de su único y absoluto interés. Porque la ley que podría haber aprobado el Congreso de no ser por él, iba a amnistiar a más de mil encausados por presuntos delitos relacionados con el referéndum ilegal del 1-O. De modo que no solo hay descontento, también nerviosismo. Uno a cambio de mil parece un intercambio más que razonable, pero al fugado ex presidente no le salieron las cuentas…
“Hágase digno Ryan, hágase digno de todo cuanto se ha hecho por usted hoy”, advierte el capitán Miller a Ryan cuando por fin encuentran al soldado cuya única vida vale más que la de sus ocho rescatadores juntos. Y, por supuesto, el creador de E.T. no iba a colocarnos un personaje cobarde que no mereciera tan épica acción. Al contrario, incluso enterado de la muerte de sus hermanos y la desolación de su madre, al principio incluso se rebela, porque entiende que, a pesar de las circunstancias personales, su vida no vale más que la de aquellos hombres que lo reciben con recelo. Por supuesto, esto es la vida real y nadie espera que Puigdemont, por muy “venerable” que se considere a sí mismo, se comporte siquiera como haría el capitán de un barco. Para el ex presidente, ser líder no tiene nada que ver con ideales, ejemplo o sacrificio por una causa mayor. Al contrario. En realidad, ya lo demostró cuando, arrugado, se fugó en el maletero de un coche para no dar la cara, no declarar ante un juez, no poner un pie en la cárcel… En definitiva, para salvar el pellejo. El suyo, solo ese. ¿Puede este personaje parecerse menos al interpretado por Matt Damon en 1998?
El blindaje legislativo contra el procesamiento para el movimiento y sus dirigentes se reclama “más amplio”, la amnistía tiene que ser inmediatamente aplicable a los casos en curso e incluir expresamente los cargos de cualquier “tipo” de terrorismo y de alta traición
Y ahora, este NO, es más de lo mismo. El ex presidente independentista obligará hasta su último aliento, caiga quien caiga, a que sus lacayos sigan estirando la cuerda, complicando la gobernabilidad y la propia amnistía, de la que se exige que tenga carácter integral, en definitiva, que esquive cualquier auto futuro referido a las fechas anteriores y posteriores al 1-O. Tras los autos de García Castellón y Aguirre, el blindaje legislativo contra el procesamiento para el movimiento y sus dirigentes se reclama “más amplio”, la amnistía tiene que ser inmediatamente aplicable a los casos en curso e incluir expresamente los cargos de cualquier “tipo” de terrorismo y de alta traición. En definitiva, Puigdemont ni siquiera es capaz de asumir un riesgo. Además, si (presuntamente) se mantuvieron reuniones secretas para pactar con Putin, se atacó a la policía, hubo vandalismo generalizado, se malversaron caudales públicos, incumplieron sentencias judiciales o se cerró el aeropuerto con violencia inaudita, fue culpa nuestra. No les dejamos alternativa, ¿por qué iban a pagar ellos por estos y otros muchos delitos?
Los feos casos de las diputadas
Carles Puigdemont sigue teniendo, no obstante, la sartén de la gobernabilidad por el mango y se aferra a ella con la esperanza de que cuando consiga “salvarse” y regrese cual césar vencedor, las discrepancias sobre la estrategia que han dividido hace tiempo a Junts en dos bloques antagónicos acabe por disolverse. Y si no, seguirá ajustando cuentas con quienes osan desafiar su férreo control de la sectaria maquinaria. De momento, en el silencio ha basado el gran capo su respuesta. Lo mejor es no hacer ni decir nada más allá de las blindadas paredes de la mansión de Waterloo. Él dispone y sus vasallos ejecutan. No ha hablado de su espantadizo NO a la ley que enfanga nuestra democracia, ni de la exigencia de controlar la inmigración o de los feos casos de las diputadas Aurora Madaula y Cristina Casol. La primera, de baja médica tras ser amonestada por la dirección del partido por denunciar “violencia silenciosa” y la segunda, expulsada del grupo parlamentario por denunciar acoso.
“Todo esto no puede haber sido en balde, y está en cada uno de nosotros el deber y la responsabilidad de hacernos merecedores de ello”, de nuevo es el capitán Miller dirigiéndose al soldado Ryan.
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