Recuerdo que, a finales del año 2018, por razones que no vienen al caso, tuve una reunión en el edificio de oficinas donde Carles Puigdemont daba sus ruedas de prensa en Bruselas, mi interlocutor en aquel encuentro (que nada tenía que ver con Puchi) me decía que, desde hacía meses, cada vez que el presidente fugado convocaba a la prensa, solo iban los sospechosos habituales, es decir, los medios del pesebre mediático catalán. Vamos, que no iba ni el tato más allá de los de siempre. Parece que el hombre andaba bastante frustrado por la escasa repercusión mediática nacional e internacional.
Una de las conclusiones que deduzco de estas elecciones catalanas es que Puigdemont sin Sánchez, seguiría deambulando por tierras belgas y mendigando atención mediática para seguir siendo alguien en el panorama político patrio. Naturalmente, en estas, se le cruzó Sánchez y su ambición sin límites, la falta de escrúpulos del presidente insufló fuerzas al movimiento separatista de Puigdemont. Sin esa necesidad recíproca, sin ese blanqueamiento interesado, no se puede explicar el resultado de un Junts que antepone el nombre de su líder a la marca del partido. Ese interés mutuo, directamente coincidente contra los intereses de nuestra nación, ha sido la estrategia sobre la que ha cabalgado Puigdemont y sus ínfulas de “president” en el exilio.
Claro está que toda la operación “sanchista” de Sánchez estaba aupada con la matraca de la “pacificación” de Cataluña. Extraño es que, para pacificar, se deba claudicar, ceder todo y desarmar al Estado frente a movimientos golpistas. Pero bueno, más allá de este canto lastimero, lo que ha ocurrido en estas elecciones nada tiene que ver con pacificaciones de ningún tipo. El separatismo se ha dado de bruces con una realidad inapelable, realidad que hubiese estado con o sin amnistía, con o sin indultos, con o sin reforma de la sedición, con o sin la reforma de la malversación. Esa realidad se llama hastío, hartazgo ante tanta épica, tanta tomadura de pelo, tanto arriesgar la estabilidad de la región por nada.
La explicación la hemos de buscar, no solo en una sociedad cansada de mentiras y falsas expectativas, la clave está en la nefasta gestión del gobierno de Aragonés. En la falta de respuestas ante los problemas reales
Pero, como las urnas tienen la característica de poner a cada uno en su sitio, otra de las cuestiones más interesantes ha sido el batacazo de ERC. Siguiendo la línea de lo que he expuesto en el párrafo anterior, la caída de los republicanos ¿respondería a la amnistía? ¿a los indultos? ¿al cambio de la sedición y la malversación? ¿al apoyo al gobierno Sánchez? Pues, muy a pesar de Sánchez y sus voceros, la respuesta es no. La explicación la hemos de buscar, no solo en una sociedad cansada de mentiras y falsas expectativas, la clave está en la nefasta gestión del gobierno de Aragonés. En la falta de respuestas ante los problemas reales, en la asimetría entre la propaganda y el intento de seguir insuflando el “prusés” y una realidad social y económica cada vez más compleja.
El deterioro que está provocando la paulatina decadencia en la que nos metieron los políticos separatistas está haciendo mella en la credibilidad de estas formaciones políticas. Y, a la que más ha afectado es a ERC que conjugaba esa retórica separatista (ya percibida como añeja y contraproducente, sobre todo para los más jóvenes) junto al buenismo izquierdista que cree que la mejor solución a problemas complejos es echarle la culpa a quiénes los sufren. La población catalana está sufriendo las consecuencias de esa visión happy de la política “progresista” con Colau, las calles de Barcelona así lo atestiguan. ERC ha hecho lo propio en toda la región, hoy día, frente a los graves problemas que acosan a las sociedades avanzadas, mirar para otro lado o hacer pasar por víctima al verdugo o al verdugo por víctima, no es la solución. Y eso se paga en las urnas, que se lo pregunten a Aragonés.
La clave del PP, por mucho que el vértigo ante sus trackings de final de campaña les dijeran que Vox iba fuerte, ha estado en la estrategia de impactar en el centro político
El giro a la “derecha” de Cataluña es más que relevante, nos da alguna interpretación como mínimo interesante. Vemos cómo Vox salió a jugar al empate, se enrocó en su discurso habitual para lograr mantener la posición y, lo cierto es que lo logró. Ahora bien, de cara al futuro, para un partido político con aspiraciones nacionales, no sé si la estrategia de defender lo conquistado sea la mejor. Quizás los de Vox están visualizando el horizonte electoral (regional y nacional) que les permite su relato. El esencialismo es lo que tiene, tiene el público que tiene, el perímetro que tiene. La disyuntiva para los de Abascal será, continúo aferrándome a estos principios inalienables o trato de abrirme más a una sociedad mucho más compleja y plural de lo que parece.
Y, en estas, llegó el Partido Popular y sacó un magnífico resultado (para lo que nos tenía acostumbrados). La clave del PP, por mucho que el vértigo ante sus trackings de final de campaña les dijeran que Vox iba fuerte y que esto les hiciese hacer declaraciones extemporáneas de última hora respecto a temas como la inmigración, ha estado en la estrategia de impactar en el centro político. Creo que esta línea es la línea si quiere ser un partido relevante con opciones de gobernar, no puedes competir con la parte pequeña del pastel esencialista de Vox. Fíjense en la paradoja, el PP ha crecido de forma sustancial y Vox se ha mantenido creciendo un poco en porcentaje. La solución de la ecuación es que el Partido Popular no ha crecido a expensas de Vox, el relato de Feijóo funciona, ahora solo falta quitarse los complejos y poner en su sitio a la bancada esencialista de ese partido.
Los cálculos de Sánchez
De Ciudadanos prefiero decir poco o nada, lamentable final para una opción que, quizás por demasiada ambición, demasiada miopía y demasiados palmeros, se desnaturalizó. Lo que pudo ser la herramienta para acabar con la dependencia nacionalista para la gobernabilidad de nuestro país, se vio atrapada por los cantos de sirena del poder y entro en la barrena de la indefinición ideológica y narrativa. Lástima, algún día se estudiará cómo la nueva política, en realidad, era política para aficionados.
¿Qué pasará ahora? Pues todo dependerá de los pactos secretos que tenga Pedro Sánchez y Puigdemont. Salvador Illa está fuerte, Sánchez ha conseguido consolidar su último gran caladero de votos y diputados. Podría interpretar que hay un cambio de tendencia favorable a sus intereses electorales y sorprendernos con otro adelanto electoral de generales. Veremos si sacrifica a Illa a cambio de estabilidad en la Moncloa. Todo dependerá de Sánchez y sus cálculos de interés personal, todo, incluida alguna cesión más al prófugo que ahonde la ya paupérrima legitimidad de las instituciones de nuestro país.
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