Un editorial de The Washington Post no es una casualidad. Y si se trata de un asunto a priori tan lejano para ellos como el resultado de unas elecciones en España hay que tomarse el aviso muy en serio. El durísimo retrato de Pedro Sánchez como rehén del separatismo catalán publicado días después del 23-J es el síntoma del daño quizá irreparable para la reputación internacional del presidente y, lo peor, para España si sigue por esa vía.
Carles Puigdemont ya no es un desconocido para muchas agencias de seguridad, ni gobiernos de Occidente, ni por supuesto para la Unión Europea tras seis años en Waterloo y casi cinco en la Eurocámara. Sus lazos con Rusia, acreditados por el propio Parlamento europeo y plasmados negro sobre blanco en los diarios de referencia internacionales, le han convertido en un proscrito en Europa.
La élite bruselense se mueve entre la incredulidad y la prudencia debida hasta que haya, o no, fumata blanca en Madrid. Pero la preocupación es grande en la Unión, porque llevan más de seis años escuchando de boca de los propios socialistas que este hombre no tiene solución y que el objetivo era aislarlo. Y ahora, de la noche a la mañana, asisten nada menos que a un despliegue diplomático de España para hablar catalán en las instituciones a petición suya.
Sánchez pacta con la ultraderecha
Los indultos pasaron sin pena ni gloria por Europa. No hubo ruido, aunque la oposición lo intentase. La amnistía es diferente, porque sí existen susurros de desaprobación de Bruselas a Estrasburgo, pasando por París y Berlín.
Sánchez participó en unas jornadas del Grupo Socialista Europeo en Madrid entre la primera y la segunda votación de la investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo. El presidente se presentó ante sus correligionarios como el dique de contención de la extrema derecha en Europa. Pero es su propio grupo el que cree y afirma que Puigdemont pertenece precisamente a esa ultra derecha. Y Sánchez y su gente en Bruselas han abonado esa teoría durante los últimos años en un trabajo más o menos coordinado, pero definitivamente conjunto, con el PP y Ciudadanos. Convertirlo en socio de repente no es un sapo fácil de tragar para los socialistas europeos.
Puigdemont acredita lazos de camaradería con el partido de ultraderecha flamenco Vlaams Belang. Y una cartera de criptomonedas Ethereum, fundada por un ruso (de ahí su perfil en la red X krls.eth). Esa cartera, cuya cotización se ha hundido desde que el líder catalán se vinculó a ella -compró por encima de 4.500 euros y ahora cotiza a 1.590-, es solo uno de los nexos entre Puigdemont y Rusia. Y eso, huelga decirlo, son palabras mayores en la Unión Europea hoy en día.
Los principales diarios internacionales han expuesto a la opinión pública del continente esos vínculos en abundantes informaciones. Y la Eurocámara ha lanzado reiterados avisos para investigar las injerencias rusas en el movimiento separatista catalán. Así está recogido en exhaustivos informes del Parlamento.
El montaje del Catalangate
Puigdemont se aferra a otro caso: el famoso Catalangate. Es el supuesto espionaje masivo a líderes del independentismo con el software Pegasus, que cada día que pasa está más desacreditado y su origen, más cuestionado.
Ninguna agencia europea de seguridad pasó por alto el sainete de Pegasus en el Congreso de los Diputados. La información reservada que el CNI compartió con algunos diputados en la comisión de secretos oficiales se hizo pública casi de inmediato. ¿Y si Puigdemont accede a información sensible que llegue de alguna forma a Rusia? Estas cosas no gustan en las cancillerías, que vieron la decapitación pública de la directora del CNI sin un motivo claramente justificado.
Las escuchas del llamado caso Voloh, que investiga una presunta trama de financiación de los huidos en Bélgica, recogen reuniones de emisarios rusos con representantes de la Generalitat poco antes de la famosa declaración unilateral de independencia el 27 de octubre del 2017. Los interlocutores catalanes han admitido esos encuentros. El contenido de las reuniones, sin embargo, no está claro. Se ha llegado hablar hasta de un ofrecimiento de militares para Cataluña. ¿Se cerrará este caso con la amnistía? ¿Sabremos algo más de cómo y quien financió a Tsunami Democrátic? En esas fechas, Vladimir Putin y el fundador de Ethereum, Vitalik Buterin, mantenían reuniones de trabajo públicas para el desarrollo de esta moneda digital, que es una forma ideal para el Kremlin de sortear sanciones y poner en jaque el orden mundial.
Puigdemont, entre los aliados de Rusia
El objetivo de Rusia en Cataluña es la Unión Europea y no tanto España. Moscú ha asomado la cabeza siempre que surge algún movimiento desestabilizador. Desde las amenazas más grandes como Le Pen hasta las más modestas como Puigdemont. Es cierto que la invasión de Ucrania ha disminuido la intensidad de esas conexiones, porque la opinión pública europea se mantiene firme al lado de Kiev a pesar del golpe económico –especialmente energético- que ha supuesto para el continente la ruptura con Moscú.
Este es el contexto internacional al que se enfrenta Sánchez si, como parece, rehabilita a Puigdemont para ser investido. Tras el brexit, España sería el único país con un permanente conflicto territorial. Ni siquiera Escocia, con una crisis brutal del partido nacionalista, parece estar ya en eso. O al menos ya no se atreven a poner una fecha.
Pero más allá de la tensión regional, a la que Europa está acostumbrada, está en juego un pacto con quien para muchos es un paria de ultra derecha y un aliado de Rusia. Y Sánchez se arriesga a que España sea apartada de los grandes clubes y las decisiones importantes si apoya su Gobierno en este tipo de socios.
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