El ruido de platos rotos en Junts se oye desde todos los rincones de la política catalana. El de Waterloo, que hasta ahora ha exigido lealtades a prueba de bomba a sus fieles, defenestrando sin piedad a quienes osaban discrepar, se ve acosado desde sus propias filas. Es normal. Cuando te has pasado años hablando de resistencias numantinas, de no cejar hasta instaurar la república catalana del TBO y todo eso lo has hecho insultando y amenazando al gobierno español queda feo que estés pactado que te amnistíen. En Junts, que empiezan a estar hasta el gorro de la banda de els senyorets, como los apodan, quieren explicaciones porque, una de dos, o vas de cara a la DUI y pasas de todo o negocias con España y eso quiere decir que el separatismo “puro” ha perdido.
Como sea servidor siempre ha sostenido que esta banda del empastre jamás ha pretendido independizarse, porque extorsionando a España se vive mejor, que Puigdemont esté en fase “Qué hay de lo mío, nene” ni me sorprende ni me parece extraño. El del flequillo está predestinado a entenderse a las mil maravillas con Sánchez, porque ambos son dos embusteros de marca que pueden decir hoy una cosa y mañana otra totalmente opuesta sin el menor sonrojo. El separatismo se ha quedado en una más de las fuerzas españolas, curiosa paradoja, que conforman el Frankenstein. Con Sánchez pululan y sin Sánchez se hundirán. Por eso su estrategia es muy simple: quieren su trozo de pastel, su consulta, su condonación de la deuda, influir en el gobierno de la nación, quitarse de encima ese engorro que se llama ley y que a los mandamases se les indulte, amnistíe o se les ponga un estanco.
Porque empiezan a abundar los descontentos, los que se sienten engañados, los que han comprado camisetas y hecho manifestaciones todas las veces que se lo han dicho
Todo eso, que entendemos a la perfección quienes conocemos el teatrillo por dentro y por fuera, hace que no pocos separatistas empiecen a mosquearse. Junts empieza a fracturarse. Nacen corrientes internas, la ANC empieza a plantearse ser un partido político y Orriols y su Aliança están recogiendo militantes estelados abandonados por sus líderes en los descampados. Porque empiezan a abundar los descontentos, los que se sienten engañados, los que han comprado camisetas y hecho manifestaciones todas las veces que se lo han dicho. Y se sienten estafados.
Me cuentan que, no hace mucho, en una reunión de opositores a Puigdemont en la que estaba algún destacado miembro de Junts al lado de militantes de base, uno de los asistentes gritó dando un puñetazo en la mesa que el president, léase Cocomocho, tenía la obligación patriótica de dar una explicación. El ambiente estaba caldeadito y todos salieron con un mala leche notable. Ahora bien, ¿qué explicación puede darles el muchacho? ¿Que la amnistía para él, sí, pero no para la Borrás, que aunque sea una cacicada del quince es lo que pedían las bases? ¿Qué lo primero es quitarle a Puigddemont y su adláteres el peso de la justicia dejando a un lado el referéndum? ¿Qué no se dan las cuentas del Consell de la República porque no toca? ¿Qué por qué Puigdemont es ahora el referente si quien se mamó su buena cárcel fue Junqueras y, ojito, también gente de Junts como Forn o Sánchez?
Imagino al de Waterloo asomado al balcón de la plaza de San Jaime, con barretina, y la masa separata esperando. Y, tras un carraspeo, Puigdemont diría algo más o menos así: “Como presidente vuestro que soy, os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar”. Igual cuela. Cosas peores se han tragado los separatas.
Claro que con esta gente, quienes acaban siempre pagando somos los demás.
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