Los mensajes enviados por Carles Puigdemont a su exconseller Toni Comín les han estallado en la cara a los separatistas, especialmente a los del PDeCAT. A partir de ahora, nada volverá a ser igual. Al de Bruselas, Esquerra le ha encontrado sustituto.
No hubo investidura porque Torrent obedecía órdenes directas de Junqueras
Aunque puedan negar la mayor, el independentismo convergente se ha ido a hacer puñetas. El terremoto que han supuesto los SMS enviados por Puigdemont a Comín ha rematado la más que agónica relación que agonizaba entre el PDeCAT y Esquerra. Ayer mismo, mientras toda España se quedaba asombrada al saber que el ex President daba por acabado el proceso y su carrera política, en Cataluña Radio se peleaban a muerte Ernest Maragall, de Esquerra, Francesc Dalmases, de Junts per Catalunya, y Carles Riera, de las CUP. “Son meras discrepancias”, se han apresurado a decir al final, pero frases como “Ésto no pienso admitírtelo”, “Yo quiero un President, no un evadido” o “Pedís pactar, pero luego no acudís a la reunión” han sido la tónica imperante. ¿El tono más duro? El de Maragall, de Esquerra.
Lo que sucede es que, desde Estremera, Junqueras ha dado instrucciones concretas a los suyos entre los que se encuentra, no lo olviden, Roger Torrent, President del Parlament de Catalunya. El líder separatista encarcelado se ha dado cuenta de que, primero, la vía unilateral es totalmente imposible y conviene reconducir el independentismo hacia la legalidad y, en segundo lugar, que si Puigdemont, el PDeCAT y las organizaciones separatistas como ANC y otras continúan con la estrategia de la tensión – se pudo este martes en la Ciutadella, con el asalto frustrado al Parlament o los insultos a diputados – su puesta en libertad es algo bastante lejano.
A Esquerra le urge volver a la normalidad democrática, a saber, autonómica, y guardar en un cajón los planes de creación de estructuras de Estado, leyes de Transitoriedad y demás utilería separatista. Para eso precisa, imprescindiblemente, que Puigdemont salga de escena rápidamente. Torrent no puede prolongar indefinidamente la situación legal del Parlament, precisando que el de Bruselas retire su candidatura y, o bien el PDeCAT presente a un candidato que esté libre de cargas judiciales o, caso de no haberlo, iniciar una nueva ronda de consultas con los partidos.
A los ex convergentes todo esto les sienta como es imaginable. Los testimonios de adhesión inquebrantable – mira, como en los tiempos de la ominosa a los que tanto les gusta referirse – que circulan por las redes sociales provocan el sonrojo ajeno. Hay quien ofrece hasta la última gota de su sangre por el fugadísimo, otros le dicen que es una muy buena persona, otros que es el mejor President de la historia de Cataluña e incluso disculpan el “mal momento” que tuvo con los mensajitos a Comín. Será aquello de que una mala tarde la tiene cualquiera, pero un diputado de Esquerra al Parlament me decía hoy mismo que mucho criticar a Junqueras porque es un llorón misaire, pero Puigdemont, a la que ve que no se sale con la suya, tira la toalla en tono trágico para luego desdecirse cobardemente.
De momento, el fugado cuenta con los fanáticos – que no son pocos en Cataluña, cuidado – y con su formación política. Y decimos de momento, porque no son ni dos ni tres, sino más los dirigentes del PDeCAT que, en voz baja, van preguntando por ahí al primer periodista que se les cruza, verbigracia un servidor, “Oye, pero, ¿qué dice Oriol”
El plan B
A falta de alternativas, al momento presente, por parte de los ex convergentes, salvo la de Turull, que ya me contarán, estos continúan manteniendo la ficción de que Puigdemont ha de ser investido. Ah, pero cada vez se perfila más una solución que ya se había contemplado en caso de que Esquerra hubiese sido la primera formación independentista en las pasadas elecciones en lugar de serlo Junts per Catalunya. Tampoco es que haya habido una gran diferencia en votos entre ambas, aunque si en los lugares de los que provienen. Mientras Puigdemont bebe de las comarcas profundas, la Cataluña pagesa y rural, feudos tradicionalmente convergentes, Esquerra tiene su caladero en las grandes ciudades.
Sabedores de que ahora tienen una oportunidad de oro, los republicanos quieren pasar cuentas con los convergentes de una vez y para siempre, arrojando al partido heredero de Jordi Pujol a la papelera de la historia, parafraseando la expresión de las CUP respecto a Artur Mas. Se sabe que Junqueras maneja una terna de nombres que podrían ser candidatos a la investidura y que entre ellos no se encuentran ni la inefable Marta Rovira, ni Ernest Maragall, el hermanísimo, ni mucho menos el del mismo dirigente encarcelado, que ha asumido que podrá mover los hilos, pero no actuar bajo los focos. En eso demuestra una inteligencia política superior a la de Puigdemont, aunque, claro, eso tampoco es decir mucho.
En los siempre resbaladizos pasillos de la política catalana – Senillosa me dijo en una ocasión que, para entrar en el Parlament, había que hacerlo con una copa de cava en una mano y un estilete en la otra – empieza a sonar insistentemente un nombre: Sergi Sabrià, actual portavoz de Esquerra. Este licenciado en Ciencias Políticas, ex alcalde de Palafrugell y diputado en el Parlament tiene un perfil inequívocamente independentista, es fiel a Junqueras y comparte totalmente el cambio de estrategia en el campo separatista. Partidario de llegar a una vía dialogada, sería bien visto tanto por el PSC de Miquel Iceta como por los Comuns de Xavier Doménech. También, y no es un tema menor, entre algunos diputados del PDeCAT, que están hartos de las astracanadas del ex President. No es baladí resaltar que ayer fue, junto a los diputados de Ciudadanos, uno de los parlamentarios más abucheados por los radicales apostados delante de las puertas del Parlament.
A los puigdemonistas les sale un sarpullido cuando les preguntas su opinión acerca de Sabriá. Saben que este hombre de cuarenta y dos años podría ser, con la ayuda de Torrent, el sepulturero del fugado, así como de la ex convergencia. En las filas de Esquerra, lógicamente, se guarda en público un mutismo total acerca de esta cuestión, pero se nota que algo flota en el ambiente, algo que no es igual hoy que ayer y que será muy diferente mañana de hoy.
Las palabras de Puigdemont pueden hacer que sus trolls se pongan en marcha en Tuiter, que Comín y el ex President hagan el ridículo más espantoso diciendo que la conversación está sacada de contexto y que siguen, que nada ha cambiado, pero lo cierto es que sí, algo muy importante ha cambiado. Que el principal agitador del separatismo reconozca a uno de sus más estrechos colaboradores que el proceso se ha terminado es equivalente a la confesión a la que se vio obligado Pujol, reconociendo que había tenido dinero en el extranjero.
Después de aquello nada fue igual, ni para Convergencia ni para el ex Molt Honorable. Ha quedado como una mancha innoble en la historia catalana, como un apestado, invalidando con su indigno proceder todo lo que llamaba pomposamente su obra de gobierno. Aunque se pasee impunemente por la calle, ya no es ni puede ser jamás el arrogante milhomes que concedía o negaba, cual César de pacotilla, favores y prebendas.
A Puigdemont le está empezando a pasar lo mismo. Una vez finalizado este impasse, que finalizará más pronto que tarde, en Cataluña vendrán otros nombres, otras personas, y el gris periodista del flequillo se quedará solo con una cuenta pendiente que atender con la justicia. Lo más curioso del asunto es que no será ni la Guardia Civil, ni la Policía Nacional, ni siquiera la oposición la que habrá labrado su ruina. Puigdemont se confundió cuando escuchó aquel “¡A por ellos!”. Quienes lo gritaban en verdad eran los de Esquerra. Carles, supongo que tienes claro que esto, que lo tuyo, se ha terminado. Sic transit…
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