Dejó escrito Pascal en uno de sus Pensées que hay dos tipos de exceso, “excluir la razón y no admitir más que la razón”. En esta estúpida pelea que tiene abierto en canal al Partido Popular, y que casi nadie entiende, ni siquiera los más avezados forenses de la política, parece bastante claro que es Isabel Díaz Ayuso quien acumula más razones, pero entre las distintas salidas por las que puede optar la presidenta madrileña, ¿es la más inteligente mantener el pulso hasta el final?
Ayuso consiguió el 4 de mayo un resultado extraordinario, superior en número de votos a los obtenidos por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón en aquellos buenos tiempos en los que la derecha viajaba unida y no existía Vox. Ayuso no reclama para sí nada que no forme ya parte de las prerrogativas estatutarias de otros presidentes autonómicos, como Feijóo, Moreno o Mañueco. Y se ha ganado con creces el derecho a equivocarse. Pero Ayuso cometería un grave error si facilita la tarea a la que algunos se han aplicado, y que busca mutar su mérito incontestable en díscola intransigencia que daña las expectativas electorales del conjunto del partido.
Se acerca el momento en el que lo que se va a dirimir no es quién tiene razón o la deja de tener, sino si Ayuso va a ser un acelerador o un freno para Casado
De momento, en este descabellado episodio el único que ha perdido es Pablo Casado. Primero, porque el principio de autoridad de nada sirve si no se adapta a la realidad y al sentido común; y después porque la bronca con Ayuso le empequeñece en lugar de afianzarle; le confirma como el menos transversal de los dirigentes del PP, cuando debería ser justamente lo contrario. No le demos más vueltas: sí, Ayuso tiene razón, pero su problema es que la elección del candidato del PP a la Presidencia del Gobierno es inamovible, y a partir de ahora, salvo urgente rectificación, cualquier depreciación de la figura de Casado -y por tanto de mengua de las posibilidades de jubilar a Pedro Sánchez- se va a querer vincular con la resistencia de la inquilina de la Real Casa de Correos, con el choque entre Génova y Sol, algo que, a la larga, puede pasarle una onerosa factura a la presidenta madrileña.
Ayuso, al contrario que Casado, es agnóstica, y abiertamente liberal en lo que se refiere a asuntos durante muchos años tabú en los ambientes más casposos de la derecha. Y, sin embargo, es el mejor antídoto del PP para frenar a Vox. Si le salen bien las cosas, mire usted por donde, Ayuso puede ser la garantía de que en los próximos años en Madrid, en la zona cero de Vox, no gobierne la derecha radical. Ayuso, y eso es lo que no parecen haber entendido ni Casado ni Teodoro García Egea -¿o será que aún no lo han asumido?-, es más que una política habilidosa; es un fenómeno social erigido a partir de los aciertos propios, cierto, pero también gracias a la entusiasta y sostenida incompetencia de los demás. Pero es un fenómeno social; se siente, Teodoro. Ese es su gran activo. La cuestión es que si no lo sabe manejar, si no es capaz de hacer posible lo excepcional, de interpretar desde la frialdad de una cierta distancia el singular contexto sobre el que construyó su éxito, también puede ser ese activo la causa de una prematura decadencia.
En mitad de la crisis post-pandemia, los madrileños no van a entender con facilidad que la presidenta dedique un solo minuto de su tiempo a la pelea por el poder orgánico de su partido
En política no vale solo ganar; hay que saber ganar. La buena política se compone de cintura y vista larga. Y por muchas que sean las razones que Ayuso atesore en favor de sus demandas (entre ellas, las de ganar a Casado por goleada en las encuestas internas), no será fácil convencer a los madrileños de que en una grave coyuntura, en la que se van a multiplicar las situaciones de verdadera emergencia social, la presidenta de la Comunidad ha de ocupar un solo minuto de su tiempo en pelear a cara de perro por el poder orgánico del partido en Madrid. No digo que renuncie; digo que puede y está en su derecho de aspirar a lo que otros ya tienen, pero distanciándose de la bronca y sin dejar de atender ni un solo segundo su mayor responsabilidad.
Ayuso, si quiere, será la presidenta del PP de Madrid. Ni antes me cabía ni ahora me cabe la menor duda. La cuestión es saber si la lideresa será capaz de aceptar que las decisiones que tome hoy van a condicionar, mucho más de lo que a simple vista parece, su futuro. Se ha llegado a un punto en el que cada vez importan menos las razones y está muy cerca el momento en el que se intenten cambiar las reglas de la contienda para que lo que se dirima no sea quién tiene razón o la deja de tener, sino si Ayuso va a ser un acelerador o un freno para Casado, y no sólo para Casado. Y es en esa batalla, que hoy parece tener ganada la chamberilera, en la que no va a contar con muchos aliados y tiene todas las de perder.
La postdata: Thatcher, mujeres y política
“Mi experiencia es que algunos hombres con los que tuve que tratar en el curso del quehacer político evidencian precisamente esas características que atribuyen a las mujeres: vanidad y torpeza para tomar decisiones arduas. También hay cierto tipo de hombre que sencillamente no soporta trabajar con mujeres. Con mucho gusto hacen cualquier ‘concesión’ al sexo débil. Pero si una mujer no pide privilegios especiales y espera ser juzgada sólo por lo que es y hace, esto resulta grave e imperdonablemente desconcertante” (Margaret Thatcher. ‘Los años de Downing Street. El País Aguilar).
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