La invasión rusa de Ucrania supone un punto de inflexión en muchos ámbitos. Las masacres perpetradas por el ejército ruso en las zonas ocupadas son una violación del derecho internacional y constituyen crímenes de guerra que no podrán ser juzgados hasta que el régimen de Vladimir Putin caiga. Pero esta guerra, dejando a un lado su reguero de muerte y destrucción, ha estremecido al mundo entero. Los hay que aseguran que supone un antes y un después en la historia de la globalización, temen que los vínculos económicos que unían hasta hace no tanto a distintas partes del mundo queden reducidos a cenizas.
Es muy pronto para efectuar tales vaticinios. Llevamos mes y medio de guerra y, hasta ahora, lo más destacable es que el ejército ruso no ha sido capaz de doblegar al ucraniano a pesar de su aplastante superioridad numérica y tecnológica. La denominada “operación especial” no ha conseguido uno solo de sus objetivos y eso ha obligado a los estrategas del Kremlin a rediseñar completamente los planes para al menos salvar la cara. Desde el punto de vista militar si algo ha demostrado esta guerra es que el oso ruso no es tan peligroso como parecía, algo que reconforta a los países de Europa oriental que temían que una victoria rápida y rotunda en Ucrania les metería en problemas en el corto plazo.
Pero la onda expansiva de esta guerra ha llegado mucho más lejos. Los efectos económicos del conflicto se están dejando sentir en todo el mundo. La invasión de Ucrania llega en un momento difícil. Las economías mundiales aún se estaban recuperando de los efectos de la pandemia, la inflación escalaba con rapidez, había varios cuellos de botella que estrangulaban el comercio y las materias primas se habían encarecido. Y, si para los países desarrollados el invierno llegaba antes de tiempo, para los que están en desarrollo el sol no había conseguido salir aún.
Incluso si la guerra termina pronto y los ucranianos recuperan finalmente su país, el PIB se habrá desplomado y, para sobrevivir, el Gobierno de Volodímir Zelenski necesitará recurrir a la ayuda internacional
Entre estos últimos se encuentran Rusia y Ucrania, dos economías de ingreso medio para las que la guerra es un desastre sin paliativo posible. A Ucrania, además, la están devastando a conciencia los rusos, que han centrado sus operaciones en bombardear ciudades y destruir concienzudamente infraestructuras. Incluso si la guerra termina pronto y los ucranianos recuperan finalmente su país, el PIB se habrá desplomado y, para sobrevivir, el Gobierno de Volodímir Zelenski necesitará recurrir a la ayuda internacional.
Rusia, el Estado agresor, se tambalea bajo durísimas sanciones económicas. Es cierto que siguen vendiendo gas y petróleo, pero han quedado aislados del sistema financiero mundial y tienen problemas para proveerse de un sinfín de productos. El tipo de cambio del rublo puede haberse recuperado a su nivel anterior a la guerra, pero sólo en términos nominales, el valor real de mercado de la divisa rusa es una incógnita. Ya no existe un mercado libre de rublos o de activos financieros rusos. El Kremlin tendrá suerte si la producción se contrae sólo un 10% este año. La huida de las empresas occidentales ha agravado el problema. Aunque se alcance un alto el fuego en poco tiempo, las perspectivas para la economía rusa son muy sombrías.
Europa tendrá que absorber un gran flujo de refugiados ucranianos e inmigrantes rusos. La Unión Europea también tiene que hacer frente a unos precios de la energía que no hacen más que incrementarse. Esto está machacando las economías familiares y las cuentas de resultados de las empresas. Si se cortase el flujo de gas desde Rusia porque la situación se complica en Ucrania, Alemania tendría problemas de suministro eléctrico y entraría de lleno en una recesión económica de gran envergadura.
Pero Alemania es un país muy rico con recursos a mano para hacer frente a una crisis prolongada. No sucede lo mismo con sus vecinos de Europa del este, economías mucho más pequeñas que son las más dependientes de Rusia y las que absorben en estos momentos a la mayor parte de los refugiados. Ídem con los países del sur como España o Italia, Estados con abultadas deudas públicas y déficits desbocados. Esos pedirán ayuda a sus socios más ricos. Mario Draghi y Pedro Sánchez, de hecho, ya han solicitado un nuevo fondo europeo como el que se aprobó durante la pandemia.
Aunque Europa consiga reducir su consumo de combustibles fósiles en poco tiempo, eso tendrá que venir acompañado de inversiones en renovables, en centrales nucleares y en sistemas de almacenamiento energético
Con o sin él, los europeos deberán poner fin a su dependencia energética de Rusia. A medio y largo plazo esta crisis acelerará la descarbonización, pero a corto el único modo de absorber el impacto es encontrar nuevos proveedores a mayor precio. La Unión Europea demanda cada vez más gas licuado que llega en buques metaneros para suplir a los gasoductos rusos. Están sustituyendo una cadena de suministro por otra a gran velocidad y con la espada de Damocles de que Putin cierre el gasoducto pendiendo sobre sus cabezas. Aunque Europa consiga reducir su consumo de combustibles fósiles en poco tiempo, eso tendrá que venir acompañado de inversiones en renovables, en centrales nucleares y en sistemas de almacenamiento energético.
Todo en un entorno inflacionario que ni la FED ni el BCE quieren tomarse en serio. La inflación ya está disparada tanto en Europa como en Estados Unidos, lo que obliga a los bancos centrales a subir los tipos de interés este mismo año. Llevamos años con los tipos por los suelos y con un nivel de endeudamiento máximo. Acometer esta operación ahora es difícil, pero no hay otra opción. Esto exprimirá los presupuestos públicos y su efecto se sentirá en todo el mundo. A pesar del cúmulo de problemas que afligen a Europa y Estados Unidos son, a fin de cuentas países ricos y podrán amortiguar el golpe. Será en los países pobres, especialmente en aquellos con deudas denominadas en dólares o euros, donde la tormenta ya ha adquirido categoría de huracán.
La pandemia disparó la deuda en todos los países del mundo. Si no hemos visto una crisis de deuda a gran escala se ha debido a la laxa política monetaria de la FED y el BCE. Con los tipos de interés a cero en Estados Unidos y Europa, el dinero lleva dos años anegando la economía mundial en busca de tipos positivos. Los desproporcionados estímulos que los Gobiernos europeos y el de Estados Unidos aprobaron para sobrellevar la pandemia, impulsaron las importaciones proporcionando mercados de renta alta a las economías en desarrollo.
Se van a suceder las renegociaciones de deuda en un momento en el que ya ha terminado el programa que puso en marcha el Banco Mundial hace dos años para ayudar a los Estados más frágiles
Nada de eso tenemos en 2022. La FED y el BCE van a subir los tipos. Hasta ahora la subida ha sido muy suave, pero la tendencia es esa. La era de los tipos cero o incluso negativos ha terminado. Junto con el aumento de los precios de la energía y los precios de los alimentos, esto supone una tragedia para los Estados que deben mucho dinero.
El Banco Mundial advirtió el mes pasado que hay ya 47 Estados con riesgo de no poder hacer frente a los pagos de su deuda a finales de este mismo año. Se van a suceder las renegociaciones de deuda en un momento en el que ya ha terminado el programa que puso en marcha el Banco Mundial hace dos años para ayudar a los Estados más frágiles a reestructurar su deuda. El programa no sirvió para nada, tenía un alcance irrisorio y fueron pocos los que se apuntaron a él. Podríamos pensar que China correrá en su auxilio para ganar influencia. No será el caso. Si hubiera realmente competencia entre China y Occidente, los países muy endeudados podrían inclinarse en una u otra dirección. Pero China tiene sus propios problemas, la pandemia sigue cebándose con su población, está reduciendo el crédito hacia el exterior y no parecen muy interesados en prestar a Gobiernos que deben ya mucho.
Los problemas, como vemos, vienen de antes. Cuando Putin invadió Ucrania a finales de febrero no nos encontrábamos en Jauja, sino encima de una montaña de deuda que podría tornarse impagable en los próximos meses para muchos países, especialmente en el tercer mundo. Parece un callejón sin salida y probablemente lo sea para muchos Gobiernos que no podrán lidiar con la suspensión de pagos y el malestar social que le suceda. La guerra de Ucrania, como sucede con la seguridad energética en Europa, ha acelerado un proceso que ya estaba en marcha. Tan sólo nos queda confiar en que no se les vaya de las manos a los grandes bancos centrales.
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