Opinión

Putin y el general tiempo

Es ya un cliché decir que la guerra en Ucrania está estancada, pero se trata de un cliché del todo cierto. Hoy se cumple el segundo aniversario del comienzo de la invasión y todo indica que esto va para largo. Ninguna de las partes est

  • El presidente de Rusia, Vladímir Putin -

Es ya un cliché decir que la guerra en Ucrania está estancada, pero se trata de un cliché del todo cierto. Hoy se cumple el segundo aniversario del comienzo de la invasión y todo indica que esto va para largo. Ninguna de las partes está ganando o perdiendo de forma clara. Los rusos han conseguido algunos avances en el último año, pero a costa de muchas bajas. Los ucranianos, tras no haber logrado los objetivos de su ofensiva estival, se encuentran a la defensiva y sufren importantes pérdidas. Esta guerra de desgaste está pasando factura a Ucrania, donde el presidente Volodímir Zelenski destituyó a principios de mes al comandante en jefe de las fuerzas armadas, el general Valeri Zaluzhni. Tanto rusos como ucranianos necesitan tropas de refresco, pero no habrá movilización rusa antes de las elecciones rusas del próximo 15 de marzo. Los ucranianos tienen problemas demográficos. El país está menos poblado que Rusia y no abundan los jóvenes en edad militar.

Pero una guerra no sólo depende del número de soldados, sino también del suministro continuo de armas y municiones cuanto más modernas, mejor. Rusia se abastece en casa y en el extranjero. Ha comprado drones a Irán y grandes cantidades de munición de artillería a Corea del Norte. Ucrania depende del suministro de armas y del apoyo financiero de Europa y Estados Unidos. Hace menos de un mes la Unión Europea desbloqueó un paquete de 50.000 millones de euros en cuatro años que permitirá al Gobierno ucraniano seguir funcionando. Junto a eso, los miembros europeos de la OTAN han prometido que suministrarán algunas armas más. Pero Estados Unidos sigue siendo fundamental: es el proveedor más importante de armamento, al menos de armamento avanzado. La división en el Congreso y la cercanía de las elecciones presidenciales complican aún más las cosas. Si el Congreso no aprueba los 60.000 millones de dólares de ayuda para Ucrania y se acelera el suministro de armas, las posibilidades de que Ucrania consiga resistir frente Rusia en 2024 son pequeñas.

Respecto a posibles negociaciones de paz. Hoy por hoy no están ni sobre la mesa. Cuando se les pregunta, ambos eliminan la posibilidad a no ser que antes se rinda el contrario. El Kremlin ha dejado claro que no tiene interés en negociación alguna que no implique la rendición de Ucrania, su desmilitarización y la entrega a Rusia de las cuatro provincias ucranianas anexionadas en 2022. Ningún Gobierno ucraniano aceptaría jamás tales condiciones. Exigen la retirada de los rusos y que paguen reparaciones por la invasión. Putin se ha encomendado al general tiempo. Espera el resultado de las elecciones estadounidenses con la confianza en que gane Trump y eso suponga el fin de la ayuda a Ucrania.

Las propuestas sobre cómo podría terminar la guerra son muchas. Se ha llegado incluso a hablar de hacer con Ucrania lo que se hizo con la península de Corea en los años 50: un armisticio, una línea de demarcación militarizada y garantías de seguridad para Ucrania. Pero eso tampoco convence en el Kremlin, ya que implica que una parte de Ucrania sería independiente y podría, llegado el momento, ingresar en la OTAN y la Unión Europea.

El apoyo de China a Putin también ha ensanchado las diferencias entre China y Europa. No es casual que en Bruselas se rechazase de pleno el plan de paz que los chinos presentaron el año pasado

Que se hable de soluciones a la coreana significa que muchos tienen ya en la cabeza algo parecido a la Guerra Fría. No andan desencaminados. En 2024 estamos en algo parecido a la Guerra Fría, aunque con algunos actores más y sin el muro de Berlín. La guerra ha acercado a Rusia y China. Aislada de Occidente, Rusia depende cada vez más de China como mercado para sus exportaciones de hidrocarburos y como proveedor de bienes de consumo. El apoyo de China a Putin también ha ensanchado las diferencias entre China y Europa. No es casual que en Bruselas se rechazase de pleno el plan de paz que los chinos presentaron el año pasado. En Occidente ha sucedido lo mismo. La guerra ha reanimado a la OTAN, ha empujado a Suecia y Finlandia a ingresar en la alianza y ha obligado a los Estados europeos a incrementar su gasto en defensa.

Pero, aunque esto se parezca a la Guerra Fría, la situación actual es muy diferente a la de la Guerra Fría original, la que hubo entre 1947 y 1991. Hoy China y Rusia son más ricos de lo que eran la URSS y la China popular en los años 50, 60 o 70. Ambas siguen siendo dictaduras, pero abandonaron la economía planificada, por lo que disponen de muchos más recursos y no matan a su población de hambre, que era lo que sucedía en tiempos de Stalin y Mao. En el lado occidental, el liderazgo estadounidense tampoco es el mismo. En Europa desconfían de ellos. No tienen claro que les vayan a ayudar en el caso de que se vean en problemas de verdad. Razón no les falta. El aislacionismo ha resurgido en EE.UU. con fuerza gracias a Donald Trump, que cuestiona abiertamente la utilidad de la OTAN. Eso hubiese sido impensable con Eisenhower, Kennedy o Reagan.

La guerra en Ucrania, en definitiva, ha expuesto la fragilidad del bloque occidental. Europa sigue en buena medida empeñada en que no pasa nada. Acostumbrados sus Gobiernos a tres décadas de paz, muchos políticos europeos, por lo general bienpensantes y dados a la retórica hueca, parecen mostrarse reacios a afrontar la realidad tal y como se presenta. Esto ha permitido algo que no sucedió en la Guerra Fría. En aquel entonces Occidente presentaba un bloque muy compacto. La URSS hizo algunas maniobras de desestabilización apoyando grupos terroristas, por ejemplo, o financiando movimientos pacifistas, pero no consiguió nada práctico. EE.UU. hacía lo mismo dando cobertura a la disidencia interna en la URSS y aprovechándose de las diferencias que había entre la URSS y la China popular tras la muerte de Stalin. Ahí tuvo mucho más éxito. Ahora sucede lo contrario. Es Rusia la que está explotando los problemas internos de Occidente en su beneficio gracias a los partidos identitarios.

Si Europa fracasa en esta prueba, Putin se envalentonará y querrá ir más lejos para reconstruir su esfera de influencia y debilitar a su principal enemigo, que no es otro que la OTAN

El resultado es que existe la posibilidad real de que Rusia se termine imponiendo en Ucrania por la fuerza. La ayuda militar estadounidense a Ucrania ya se ha reducido a un simple goteo, y la perspectiva de una victoria de Trump en noviembre significa que los países europeos se enfrentan a solas al desafío estratégico más grave para el continente desde la Segunda Guerra Mundial. Si Europa fracasa en esta prueba, Putin se envalentonará y querrá ir más lejos para reconstruir su esfera de influencia y debilitar a su principal enemigo, que no es otro que la OTAN.

En Europa ya se reconoce abiertamente la necesidad de prepararse para un escenario en el que Estados Unidos no sea ya el garante último de la paz en el continente. Pero ese reconocimiento aún no se ha traducido en hechos. El debate público cae a menudo en ambigüedades. Los hay firmes defensores de la independencia de Ucrania y los que creen que Putin debe imponerse y luego influir en toda Europa. Pero hay un tercer actor muy numeroso, el que dice que Rusia no debe ganar, pero Ucrania tampoco. Que una victoria de cualquiera de los dos es mala, por lo que ideal sería un empate mediado por la UE. Eso obviamente es una ensoñación, pero da alas al Kremlin para seguir en la brega. Putin, como decía más arriba, lo ha confiado todo al general tiempo. Es cuestión de tiempo que los europeos se cansen y le dejen hacer.

Ucrania puede ganar la guerra si Occidente no flaquea y se toma esto como una cuestión de supervivencia. Rusia ganará si Occidente no logra movilizar los recursos necesarios

Pero es mucho lo que Estados Unidos y Europa se juegan. La derrota de Ucrania sería devastadora para la credibilidad de Occidente en todo el mundo. Significaría perder una guerra que se podría ganar, pero que en Washington y en las capitales europeas decidieron no ganar o no se atrevieron a ganar. Este tercer año de guerra sabremos si Putin está en lo cierto apostando por el general tiempo o se ha equivocado subestimando a Occidente y sus numerosos recursos. Porque, al final, de eso mismo se trata, de cuántos recursos están dispuestas a poner las potencias occidentales para evitar una victoria rusa en Ucrania. Si Occidente se compromete y entrega ese compromiso, que debe ser a largo plazo, Putin tendría que asumir que no puede lograr sus objetivos mediante la guerra. También enviaría un mensaje al mundo de que la OTAN está dispuesta a defender sus intereses y que Rusia no tiene posibilidad alguna de ganar nada atacando a sus vecinos. En resumidas cuentas, que Ucrania puede ganar la guerra si Occidente no flaquea y se toma esto como una cuestión de supervivencia. Rusia ganará si Occidente no logra movilizar los recursos necesarios y, lo que es más importante, se empieza a tomar en serio la gravedad de este asunto. Han tenido dos años y no han terminado de entenderlo. Quizá lo hagan en el tercero, pero hoy por hoy no hay motivos para ser optimista porque el general tiempo habla en ruso.

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