Opinión

Putin y la leyenda del macho alfa

Es mucho más que evidente que las imágenes de Putin a caballo con el torso desnudo no son, precisamente, las de Brad Pitt en Leyendas de Pasión.

Putin se cree un macho alfa. Se manifiesta haciendo una compilación de todos los tópicos existentes en torno a este concepto con una precisión absoluta, admirable, perfecta. Y no una vez, ni dos, sino en todas las ocasiones que hemos sido espectadores de su estudiadísima puesta en escena en esos publirreportajes que ofrecían las diferentes cadenas televisivas antes de que la invasión de Ucrania los hiciera políticamente incorrectos.

Qué maravilla de “pseudodocumentales”. Qué poses, qué escenas, qué gestos… Qué deleite para un estudio antropológico el análisis de cómo se sienta y mira a Keir Simmons (NBC News) en la entrevista que le hizo el año pasado. O cómo dosifica las respuestas y pauta los tiempos. Lo átono y pausado de sus respuestas, el tono y timbre de voz, la cadencia de las palabras, la advertencia implícita en las miradas con que las acompaña… Todo apunta en la misma dirección: en la del lobo que capitanea con seguridad y resolución su jauría. Las imágenes que se mostraron hasta la saciedad en el vídeo de la AFP (Agence France-Presse) o, más recientemente, en el de la británica ITV News, el aura que este personaje ha creado de sí mismo roza la perfección de los estándares propagandísticos: Putin resolviendo sofisticadas llaves de judo, Putin nadando a mariposa en gélidas aguas abiertas, Putin pilotando en Fórmula 1, Putin buceando en peligrosos lagos de la taiga rusa…

Nada falla en su representación del tópico zoológico: la enorme Rusia, el país más grande del mundo, es su manada y él (y sólo él) es el macho alfa al que todos idolatran y respetan. Nada importa la opinión de los segundos, nada influye en sus determinaciones, nadie lo cuestiona. Por eso se da baños de masas que alcanzan el éxtasis coreando su nombre en el estadio Luzhniki de Moscú. “¡Putin, Putin, Putin!” Él es el macho alfa. Así lo cree. Pero…, no. Se equivoca. Absolutamente.

Es sinónimo de individuo poderoso, de elevada posición social, al que todos respetan y a cuyos pies caen rendidos los lobos que desean compartir su supremacía

¿Qué es, exactamente, un macho alfa? La noción de “macho alfa” es un concepto biológico que ha trascendido del campo de la etología a nuestra sociedad por una razón fundamental: es enormemente atractivo, especialmente para los narcisos rebosantes de ego. Y, ¿por qué? Fácil respuesta: es sinónimo de individuo poderoso, de elevada posición social, al que todos respetan y a cuyos pies caen rendidos los lobos que desean compartir su supremacía (y, lo que es más subyugante, también las lobas que ansían emparejarse con él). Dicho de otra manera, ampara, justifica y bendice los comportamientos supremacistas, prepotentes y agresivos al considerarlos un legado evolutivo y, por lo tanto, tan natural como comer o dormir. Pero esta idea es incierta y parte de un error experimental importante que conviene aclarar.

Aunque el término macho alfa lo acuñó el suizo Rudolf Schenkel a mediados del siglo pasado, fue realmente David Mech quien lo popularizó en su famosa publicación The wolf: the ecology and behavior of an endangered species (1970). En ella, entre otras cosas, caracterizaba al macho alfa por ser un individuo cuyo comportamiento reunía una
serie de circunstancias decisivas para la organización social del grupo:

a) Ostentar la condición de dominante en la manada.
b) Ser el más potente físicamente, el que exhibe conductas más fuertes y agresivas, el más impulsivo y el menos tolerante con las conductas ajenas.
c) Comportarse, desde cachorros, de manera claramente diferente a sus hermanos destinados a ser subordinados, lo que implicaría la existencia de un condicionamiento genético marcador de una futura “llegada al poder” o, como
mínimo, la manifestación del “rango de los alfa” desde momentos muy tempranos y siempre anteriores a la adquisición de la madurez sexual.
d) Marcar las normas de comportamiento, de admisión en el grupo y de expulsión de la manada.
e) Disponer de privilegios reproductivos.

Asumió que las conclusiones a las que había llegado en su famoso libro eran el resultado del estudio de muy pocos individuos y, lo que es más importante, sometidos a cautividad


Sin embargo, el mismo autor, años después y tras haber invertido más de dos décadas investigando a los lobos en condiciones naturales, plegó velas y asumió que las conclusiones a las que había llegado en su famoso libro eran el resultado del estudio de muy pocos individuos y, lo que es más importante, sometidos a cautividad. Cuando estudió lobos libres en la agreste isla canadiense de Ellesmere, la realidad observada le hizo tragarse sus propias conclusiones anteriores. En un acto loable de valentía y humildad (y, con el rabo entre las piernas, como si de un lobo vencido se tratase), publicó Alpha Status, Dominance, and Division of Labor in Wolf Packs (1999). Allí expuso sus trabajos con manadas liberadas de los perniciosos condicionamientos conductuales que supone un encierro (y que podemos apreciar, con horror, en nuestras cárceles humanas). Entre las rectificaciones más llamativas estarían éstas:

a) La condición de dominancia la ejercen la pareja alfa: macho y hembra. Aunque existe una división clara de roles, cada uno de los miembros de la pareja decidiría en los asuntos de su “competencia”.
b) La pareja alfa de la manada se ganaría su “trono” por la seguridad que ofrecerían al grupo. Serían los más respetados por ser los más experimentados y resolutivos (y no por ser los más temidos).
c) Todos los lobos jóvenes serían potenciales reproductores y, al reproducirse, automáticamente se convertirían en alfas de su propia familia.
d) La mayoría de los lobos se separarían de su manada, se aparearían con otros individuos que vagan en las mismas circunstancias y fundarían su nueva manada. Simplemente, es cuestión de tiempo el que lo hagan antes o después
(y ahí sí que influirían los rasgos de carácter más o menos precoces y dominantes). No obstante, a veces se les permite a otros individuos permanecer en la manada y reproducirse dentro del grupo social. Esta consideración, mucho menos agresiva y más familiar, ha sido confirmada por McIntyre en sus libros sobre los machos alfa del parque de Yellowstone en EEUU. Por otra parte, el famoso primatólogo Frans de Waal ha observado que, en chimpancés y bonobos, donde estas jerarquías sociales se establecerían de una forma similar, los alfa son también especialmente valorados por sus capacidades de establecer alianzas con otras manadas, conseguir que estas alianzas se mantengan en el tiempo y, curiosamente, por manifestar empatía, generosidad y habilidad para mantener la paz en el grupo.

Más bien sobresale por su habilidad para que medio planeta desee con fervor que un asteroide se estrelle contra elKremlin, a ser posible en un plazo breve de tiempo

¿Cómo queda Putin después de todo lo leído? Desde estas nuevas perspectivas, está claro que Putin tendría muy poquito de macho alfa, por no decir nada.

  • De entrada, su liderazgo no se basa, precisamente, en su capacidad de empatizar. De hecho, debe considerar a los ucranianos como seres carentes de poseer más punto de vista que el suyo propio y aún debe estar preguntándose, asombrado, por qué se resisten a su indiscutible y magnético liderazgo.
  • Tampoco destaca, precisamente, por las alianzas que establece con otras naciones (hacer amigos no es, precisamente, lo suyo). Más bien sobresale por su habilidad para que medio planeta desee con fervor que un asteroide se estrelle contra el kremlin, a ser posible en un plazo breve de tiempo.
  • La cohorte de mandamases que lo aplauden, obedecen y ejecutan sus órdenes,muy presumiblemente, se guíen más por criterios de temor a sus represalias que por principios éticos coincidentes con los de Putin. La prueba más evidente de ello han sido las imágenes de la humillación pública a la que sometió a su Jefe de Inteligencia. Putin, frente a un Sergei NaryshKin al que todos vimos a punto de hincarse de rodillas suplicando misericordia, recordaba mucho al director del campo de concentración de Plaszow (Cracovia) al que Spielberg plasma magistralmente en La Lista de Schindler ejerciendo su poder con un aterrador “te perdono”.
  • En relación con los aspectos reproductivos, afortunadamente se tienen pocos datos al respecto. En cualquier caso, es mucho más que evidente que las imágenes de Putin a caballo con el torso desnudo no son, precisamente, Brad Pitt en Leyendas de Pasión. Así pues, de macho alfa, nada de nada. Me faltan letras en el alfabeto griego. ¡El “omega” se me queda corto!

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