Opinión

Putin activa su 'Plan B' para dominar Ucrania

Hostigadas por la novedosa estrategia militar de los ucranianos, las tropas rusas se despliegan hacia el frente oriental a fin de lograr una victoria militar parcial

Dos viejos ucranianos de cara curtida juegan al ajedrez en una mesita de un parque de Kiev. Uno de ellos mueve el alfil negro. El otro, ataviado con una boina, le observa con rostro inescrutable. Como ellos, el resto de habitantes puede ahora jugar al ajedrez porque -de momento- la ciudad ha dejado de jugar a la guerra. Muchos residentes regresan a la capital, arrastrando sus coloridas maletas de ruedines a través de las puertas de la estación. Les espera un paisaje con muchos más boquetes de los que tenía cuando lo abandonaron, pero que al mismo tiempo comienza a volver a la vida. Algún que otro café reabre sus puertas; en su interior se respira el ambiente chic que podría verse en cualquier lugar de Malasaña aunque, eso sí, sus primeros clientes son los soldados de un puesto cercano. Lejos quedan -aunque cerca en el tiempo- los días de las sirenas de bombardeo, de los refugios que tiritaban bajo las bombas y de las mesas repletas de cócteles molotov a la espera del ejército invasor. Y es que ese mismo ejército invasor ha hecho lo impensable: se ha retirado de la capital.

Si hubiera que resumir esta guerra en un puñado de aforismos breves dignos de Baltasar Gracián, podríamos dividirla en tres sencillas fases. La primera fue un blitzkrieg ruso, un ataque quirúrgico y fulminante que pretendía una ocupación express de la capital y una pronta conclusión de la guerra. La segunda fase, no obstante, fue la del estancamiento militar, lo que excitó la impaciencia de los mandos rusos, que desataron verdaderas tormentas de artillería sobre ciudades clave como Kiev, Kharkov o Mariupol, resistentes al invasor. Finalmente, la guerra entró en una tercera fase con la que pocos analistas contaban: el 25 de marzo, el Estado Mayor ruso anunciaba, en medio de un trabalenguas de eufemismos, que sus tropas se centrarían en la "liberación del Dombás"; es decir, el frente oriental, donde la población les resulta mucho más afín. Los invasores, con las fuerzas ucranianas royéndoles aún los tobillos, levantaron el cerco a la capital y se retiraron cabizbajos. En otras palabras, los rusos renunciaban por primera vez a sus objetivos iniciales, y apostaban por lograr una victoria incompleta, a fin de poder negociar una salida con cierta dignidad.

La curiosa estrategia militar de Ucrania

¿Por qué no ha podido imponerse la inmensa maquinaria del ejército ruso al ucraniano, al que superaba ampliamente? La explicación no tiene sólo que ver con el ánimo resistente de los defensores (y la moral más bien baja de los atacantes). Los ucranianos, pertrechados con potentes armas occidentales, han sabido poner en marcha un estilo de guerra cortado a medida para un ejército menor como el suyo. Evitan enfrentarse frontalmente a la marea de acero rusa y, conociendo bien el terreno, utilizan unidades pequeñas y ligeras con aroma de guerrilla. Sus oficiales, además, saben tomar la iniciativa en medio de la batalla sin aguardar órdenes de un superior. Ahora, los comandantes serían cabezas pensantes, no meras cabezas de turco sin voluntad propia. El "general de hierro" Valeriy Zaluzhnyy, cerebro de la defensa del país, dijo querer alejarse "de las órdenes de batalla de 1943."

A todo esto ayudó el entrenamiento que proveyó la OTAN desde 2014, que transformó radicalmente aquel ejército ex-soviético; corrupto, anticuado e inflexible. También ayudó la experiencia militar acumulada durante la brutal guerra civil que asoló el Dombás durante aquellos años. Y este ejército modernizado se ha centrado en lograr tres cosas durante la invasión.

La primera, negarle a Rusia el control de los cielos, derribando sus aeronaves con misiles guiados por calor que las sorprenden en pleno vuelo como letales serpentinas de humo. De este modo, la fuerza aérea rusa puede bombardear a los ucranianos de cuándo en cuándo, pero no patrullar continuamente el territorio si no quiere correr demasiados riesgos. Esto permite que los defensores puedan moverse por el terreno con cierta seguridad, y que su propia fuerza aérea -apenas un puñado de potentes cazas MiG y drones turcos Bayraktar- golpee a su vez los convoys del enemigo.

En segundo lugar, los ucranianos se han fortificado en las grandes ciudades como los irreductibles galos de los cómics de Asterix. Impedir que los rusos las conquisten hace que estos no puedan trasladar a sus tropas por ferrocarril hacia el interior del país. Las ciudades que resisten tras las líneas, además, siempre pueden lanzar ataques por la retaguardia.

Sin líneas férreas, los rusos se ven forzados a desplazarse por las carreteras -sólo las pavimentadas, para evitar quedarse estancados en el pegajoso barro ucraniano que frena históricamente al invasor- y eso les hace vulnerables. Aquí entra en juego el tercer punto de la estrategia ucraniana: los interminables convoys de camiones y blindados rusos se ven hostigados con furia eslava por enjambres de drones Bayraktar, obuses de artillería, ataques convencionales y comandos de fuerzas especiales, cuya profesionalidad no deja de ser un tributo a la CIA, que comenzó a entrenarlos discretamente desde el año 2015. Estos ataques desangraron a las fuerzas que se suponía debían tomar Kiev, deterioraron su moral, e hicieron que la logística rusa, ya de por sí mala, se atragantara: resulta llamativo el número de vehículos que los atacantes han abandonado en el camino sin una sola gota de carburante en el depósito.

El Kremlin revisó sus tácticas: ahora, sus fuerzas no irrumpirían con sus tanques en las ciudades, dejándose enredar en un costosísimo combate urbano, y minimizarían las salidas de su aviación para reducir el número de derribos

Rusia, por su parte, también se había estado preparando para la ocasión desde su invasión de Georgia en el 2008; una especie de réplica de lo ocurrido en Ucrania, en la que Moscú ganó la partida pero sufrió numerosas bajas. El Kremlin revisó sus tácticas: ahora, sus fuerzas no irrumpirían con sus tanques en las ciudades, dejándose enredar en un costosísimo combate urbano, y minimizarían las salidas de su aviación para reducir el número de derribos, compensando esto con el uso de mortíferos misiles disparados desde buques o camiones. Pero lo cierto es que su logística seguía siendo lamentable y -al contrario de lo que ocurre en el ejército ucraniano- la estructura de mando es demasiado rígida y piramidal, sin autonomía de movimiento. Al más puro estilo ex-soviético.

Los ucranianos parecen ser conscientes de ello, y buscan acabar con los generales y coroneles enemigos que, en una demostración de valentía, se acercan sin problemas a la línea de frente cuando la situación se pone difícil. Los temidos francotiradores ucranianos cazan a los comandantes rusos con facilidad, haciendo uso de los viejos fusiles Dragunov soviéticos, siempre fiables, a los que se añaden otros de gran calidad donados por checos y holandeses e incluso un puñado de potentes fusiles Barrett americanos, cuya munición del 0.50 puede llegar a atravesar un motor de un disparo.

Perder a comandantes de alto nivel nunca resulta recomendable en una guerra, dado que es difícil sustituir su abultada experiencia militar en el corto plazo. De manera algo surrealista, los ucranianos logran cazarlos gracias a la señal de sus móviles. Sin poder utilizar señales encriptadas y con los ucranianos interfiriendo las comunicaciones electrónicas, muchos militares rusos han recurrido al teléfono móvil como solución a sus problemas; cosa que no es particularmente prudente.

La señal definitiva de que los ucranianos habían logrado resistir el embate llegó el 1 de abril. Un vídeo grabado en Belgorod, una ciudad fronteriza rusa, muestra como, en una suerte de súbito Pentecostés nocturno, varias ráfagas de llamaradas caen sobre un depósito de combustible: un ataque con cohetes lanzado por dos helicópteros (ucranianos, se supone). El depósito se ilumina con una deflagración cegadora y no tarda en envolverse en la espesa nube negra que emana del combustible ardiendo. El portavoz del Kremlin Dmitry Peskov se quejaría -en un gesto algo irónico para quien ha sembrado ciudades enteras de escombros humeantes- de que este incidente "no crea condiciones confortables para la continuación de las negociaciones" y anunció acciones legales. El presidente ucraniano Zelensky, por su parte, prefirió negar la autoría y evitó hablar del tema.

La Brigada Internacional 2.0

Espoleados por la tesis de Zelensky de que el ataque ruso es "el inicio de la guerra contra toda Europa" (una aformación dudosa pero contundente), y buscando ayudar a una Ucrania junto a la que ninguna nación ha querido luchar directamente, no pocos voluntarios extranjeros -de 52 países- se desplazarían hasta allí, recordándole a no pocos analistas el que fuera el mayor movimiento de tropas voluntarias en la Europa contemporánea hasta la fecha: las afamadas Brigadas Internacionales, que acudieron a defender al gobierno español durante su guerra civil, allá por los lejanos años treinta. Apenas tres días después de la invasión, Zelensky afirmó que recibiría a los voluntarios con los brazos abiertos, y pronto se creó una Legión Extranjera para aglutinarlos. Para mediados de marzo, Kiev anunciaría -quizás con cierto optimismo- que su número alcanzaba los 16.000-20.000 efectivos.

Sin embargo, los voluntarios no tardarían en sufrir un duro encontronazo con la realidad. En primer lugar, Kiev filtraba duramente a los recién llegados -teniendo cuidado, por razones obvias, de expurgar a "nazis o yihadistas"- y rechazaba a aquellos que no tuvieran experiencia militar previa. Contar con ella, por otra parte, no garantizaba nada: pronto se enfrentarían a un tipo de combate muy distinto al que conocían en Afganistán o Irak. Ahora, había que aguantar dentro de un hoyo congelado mientras los cielos se resquebrajaban bajo la artillería rusa. "Los militares de EEUU y la OTAN están malcriados", decía un voluntario americano, antiguo operativo de Contrainteligencia en Afganistán y Medellín. "Tienen apoyo aéreo, evacuación médica, logística ... Aquí, en Ucrania, no teníamos nada. "La primera oleada no tardó en volver a casa, casi al completo, sin desfiles o medallas. Alguno, posteriormente, se lamentaría online de la falta de munición y comodidades. Otro de ellos, un carpintero polaco, recordaba no poder ayudar a un compañero achicharrado que había perdido las dos manos. "Sabes que ya está muerto", reflexionaba, "que sólo sigue funcionando por la adrenalina." Y concluía: "Estuve expuesto a muchas más cosas en mis primeros tres días en Ucrania que en todo mi servicio en Afganistán." Esta dureza, por otra parte, sirvió para cribar a los voluntarios: sólo se quedarían a pelear los más endurecidos y valientes.

Cuatro soldados británicos, incluido un jovencísimo guarda de la Reina, decidirían hacer caso omiso y saltarse el papeleo: desertaron directamente de su unidad para viajar al frente

Muchos voluntarios tendrían que vencer, también, la resistencia encarnizada de sus propias familias, poco deseosas de perder a un pariente en nombre de una causa lejana. En cuanto a sus gobiernos, reaccionarían de forma dispar ante todo este asunto: en Letonia, Alemania o Canadá, por ejemplo, parecían apoyar a los voluntarios. En Reino Unido, sin embargo, la ministra de Exteriores les apoyaría mientras que el Ministro de Defensa y el propio Primer Ministro desaconsejarían viajar a Ucrania. Cuatro soldados británicos, incluido un jovencísimo guarda de la Reina, decidirían hacer caso omiso y saltarse el papeleo: desertaron directamente de su unidad para viajar al frente. El gobierno americano también recomendaría a sus ciudadanos mantenerse bien lejos de la guerra.

Moscú, por su parte, quiso emular a Zelensky y anunció, a mediados de marzo, que los extranjeros serán bienvenidos entre sus filas, afirmando que 16.000 ciudadanos de Oriente Medio -el mismo número de voluntarios extranjeros que anunciara Kiev- estaban listos para acudir a su llamada. Quizás se refirieran a los sirios, dado que su presidente, el dictador Bashar al-Assad, le debe a Moscú el hecho de seguir en el poder. Más allá de estas afirmaciones algo cuestionables, los rusos ya han movilizado a la Compañía Wagner, una corporación de mercenarios cuyos operativos siempre tienden a aparecer, con sospechosa puntualidad, allí donde Moscú tiene una cuenta que saldar.

El Starstreak entra en juego

Ucrania cuenta con voluntarios de sobra (literalmente); lo que realmente necesita es equipo y armamento. Josep Borrell, representante de Exteriores y Seguridad de la Unión Europea, lo resumió con su estilo característicamente directo: "Zelensky necesita que le digan menos que es un héroe y más armas." Una de las claves de la resistencia ucraniana, de hecho, es el lanzamisiles antiaéreo guiado por calor Stinger, y sus voluminosos homólogos antitanque, el NLAW y el Javelin; todos ellos donados por Europa o EEUU.

A esto se le ha sumado, en marzo, una nueva adquisición mucho más sofisticada: el lanzamisiles británico Starstreak, también antiaéreo y disparable desde el hombro, pero cuyo operador ha de guiarlo con láser hasta su objetivo. La señal es casi imposible de bloquear, y el hecho de que los proyectiles no sigan automáticamente una fuente de calor impide que puedan distraerse con las bengalas que los helicópteros y aviones escupen a fin de protegerse. Una vez en el aire, el proyectil alcanza tres veces la velocidad del sonido (convirtiéndolo en el misil tierra-aire más rápido del mundo) y expide tres dardos de duro wolframio que, como tres flechas explosivas, se entierran en sus objetivos antes de detonar de forma retardada, a fin de reventar a su desdichada presa desde dentro.

El funcionamiento de esta nueva arma es lo suficientemente complicado como para que Londres haya tenido que enviar también a un puñado de instructores que aleccionan a los ucranianos desde el lado seguro de la frontera. Aparentemente, el Starstreak ya ha entrado en acción: un vídeo tomado en la región oriental de Lugansk recoge el momento en que un helicóptero ruso -una silueta digna de Apocalypse Now frente al horizonte amarillento- se parte literalmente en dos al ser alcanzado por el misil.

La combinación de tácticas y armas novedosas frente a un invasor rígido y desmoralizado ha provocado una cifra de bajas dolorosamente elevada entre las fuerzas rusas. Si cruzamos diversas fuentes fiables (y dejamos a un lado las cifras siempre complacientes del propio Kremlin), esta podría rondar los 7000-15.000 muertos: resulta difícil distinguir entre caídos, capturados y desaparecidos. Se han destruido muchos centenares de tanques rusos y más de un millar de vehículos de combate (los ucranianos, respectivamente, habrían perdido un centenar de los primeros y trescientos de los segundos). Copiando el ejemplo de los americanos en Vietnam, Afganistán o Irak, muchos tanquistas rusos han colocado jaulas protectoras con la forma de un tejado de dos aguas para proteger las torretas de los blindados (es sabido que los misiles Javelin y NLAW se elevan hacia los cielos y caen verticalmente sobre ellas) pero las continuas imágenes de tanques descabezados parecen indicar que el invento resulta más bien poco eficaz. Los rusos han perdido, asimismo, varias decenas de aeronaves, como también le ha ocurrido a los ucranianos. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que Rusia cuenta con más efectivos en la reserva y sus pérdidas son relativamente menos graves.

Disensión en Rusia, unión entre sus enemigos

Con los ataúdes llegando a casa, envueltos en la tricolor de la Federación Rusa y rodeados de parientes lacrimosos -algunos de los cuales recuerdan que sus hijos no sabían siquiera que iban a ser desplegados en una guerra-, el Kremlin reaccionó rápidamente a fin de asfixiar la protesta en la cuna. Para mediados de marzo había arrestado a 12.700 manifestantes anti-guerra. El 4 de ese mismo mes, el parlamento ruso aprobaba una ley draconiana que penaba con un máximo de 15 años de prisión cualquier información que contradijera las afirmaciones del Kremlin, lo cual incluía utilizar palabras como "guerra" o "invasión." Los ciudadanos que compartieran esa información en redes sociales también serían multados. La líder de la Unión de Comités de Madres de Soldados se disculparía ante los corresponsales por no poder hablar con ellos: lo consideraba "demasiado peligroso."

Mientras tanto, algunas organizaciones civiles que se negaban a aplaudir las acciones del Gobierno veían como eran calificadas legalmente de "agente extranjero." Pero no sólo en la sociedad civil se notaba el puño de hierro del Kremlin: dentro de la V Sección del FSB -el servicio de Inteligencia del Interior, heredero de la KGB-, muchos operativos han sido detenidos o expulsados, probablemente como cabeza de turco a cuenta de los recientes fracasos. La V Sección, como encargada que era de los territorios ex-soviéticos, había sido la responsable de ganar aliados y recabar información crucial dentro de Ucrania de cara a la invasión.

Los rusos más mayores, que aún recuerdan el salvaje descontrol de los años 90, apoyan más al presidente Putin y sorben ávidamente su propaganda. Los más jóvenes tienden más al cinismo o la protesta

Pero si se silencia a la oposición, en el bando progubernamental, por el contrario, se vive un verdadero carnaval de histrionismo: el Kremlin daba medallas a los caídos y sus prohombres locales lo celebran con discursos grandilocuentes. La "Z" de las tropas rusas aparece, como símbolo de apoyo, pintada en trenes, estaciones de autobús y en manifestaciones afines. Las pantallas de televisión muestran a tertulianos que se refieren invariablemente al Batallón Azov ucraniano -un conjunto de 2000 ultranacionalistas de corte fascistoide- para tratar de tildar al conjunto del ejército ucraniano de "nazi"; como, por cierto, hacen también los defensores de Rusia en el extranjero. Un presentador de televisión razonaba que, de no haberse "intervenido" en Ucrania, esta habría conquistado Crimea primero, y luego el sur de Rusia. Muchos rusos creen a pies juntillas este guión. Parece haber, eso sí, un cisma generacional: los más mayores, que aún recuerdan el salvaje descontrol de los años 90, apoyan más al presidente Putin y sorben ávidamente su propaganda. Los más jóvenes tienden más al cinismo o la protesta.

La guerra ha agitado las aguas dentro de Rusia, pero ha logrado precisamente lo contrario en Estados Unidos, donde gracias a ella, la izquierda y la derecha han logrado, cosa inimaginable, un punto de acuerdo. También ha dado alas a la imagen de Zelensky; actor convertido en presidente, y ahora de nuevo en actor -en un rol que podría costarle la vida-, cuyos vídeos virales le han hecho ganarse oleadas de alabanzas (y más de un piropo subido de tono). Envuelto en fuertes medidas de seguridad, Zelensky recibe a políticos como el Primer Ministro británico, los presidentes de Polonia, Estonia, Letonia y Lituania o los altos cargos de la UE; vetando, eso sí, al presidente alemán a cuenta de los tratos energéticos entre Alemania y Rusia. Un rechazo quizás excesivo, dado que Alemania ha cambiado (notablemente) sus posiciones al respecto.

Zelensky aparece también en pantalla frente a los escaños ornamentados de los parlamentos occidentales, cuyos diputados escuchan y aplauden sus discursos, cuidadosamente elaborados para apelar a las sensibilidades nacionales de cada país: ante el parlamento francés, comparó el asedio de Mariupol con la batalla de Verdún de 1916; ante el británico, parafraseó a Churchill y a Shakespeare; ante el estadounidense, se refirió a Pearl Harbor, Martin Luther King y el Monte Rushmore. Y ante el español, citó el cruel bombardeo de Guernica en 1937 perpetrado por la Legión Cóndor nazi que auxiliaba al bando franquista en la Guerra Civil. Esto molestó a Santiago Abascal, líder de Vox, quien, a pesar de apoyarle públicamente, se quejó vía Twitter: "Habría sido más acertado hablar de Paracuellos."

La guerra de las galaxias

El conflicto ha alcanzado un lugar que aún se presuponía libre de hostilidades humanas: el espacio exterior. Ofuscado por las duras sanciones económicas que ha sufrido su país en respuesta a la invasión, el jefe de la agencia espacial rusa, Dimitri Rogozin -un veterano adicto al Kremlin-, amenazó con paralizar la cooperación entre agencias espaciales en la Estación Espacial Internacional, preguntándose en Twitter: "Si bloquean la cooperación con nosotros, ¿quién salvará a la EEI de una órbita incontrolada y de su caída en Estados Unidos y Europa?" Calibró también la opción de que el formidable artefacto cósmico cayera sobre India o China. "La EEI no vuela sobre Rusia, así que todos los riesgos son vuestros."

No tardó en obtener su respuesta: Elon Musk, el billonario dueño de la compañía espacial americana Space X, replicó publicando el logo de su compañía. Si hasta el año 2020, los únicos capaces de proveer las viejas (pero fiables) lanzaderas Soyuz que transportaban a los astronautas hasta la estación espacial eran los rusos, en esa fecha se produjo el primer lanzamiento exitoso por parte de Space X de una lanzadera con rumbo a la estación. El administrador de la NASA, en todo caso, no parecía preocupado por las bravatas de Rogozin. "Es Dmitry Rogozin", se encogió de hombros. "Estalla de cuándo en cuándo. Pero al final del día, siempre ha colaborado con nosotros."

Elon Musk, por su parte, ya había jugado un papel importante a favor de Ucrania. Durante los primeros días de la ofensiva, a finales de febrero, el Ministro de Transformación Digital ucraniano le dirigió una desesperada petición de ayuda en Twitter -"Mientras usted intenta colonizar Marte, Rusia intenta ocupar Ucrania. Mientras sus cohetes aterrizan exitosamente en el espacio, los cohetes rusos atacan a la población civil ucraniana"-, pidiéndole que conectara el internet ucraniano a los satélites Starlink de la compañía; una opción mucho más segura que el internet por cable en caso de invasión terrestre. Musk accedió de inmediato, y los drones ucranianos pronto pudieron utilizar la red Starlink para informar de las posiciones enemigas a la artillería.

A mediados de marzo, no obstante, Musk decidió ser algo más directo y, en uno de sus célebres ataques de excentricidad tuitera, desafió a Vladimir Putin a un "combate singular" para resolver el futuro de Ucrania. Tuvo suerte de que este no respondiera a su oferta: a pesar de contar 69 años, el presidente ruso fue luchador de judo y recibió en su día entrenamiento de la KGB.

El plan pasaría por abandonar la idea de ocupar Ucrania entera y entrarse en los estados orientales, más proclives a aplaudir la invasión rusa

Con la invasión, Rusia pretendía asegurarse un cinturón de territorios afines en torno a su masa continental y alejar la posibilidad de que Ucrania ingresara en la OTAN. También pensaba demostrar su fuerza militar, así como la debilidad de sus oponentes. Irónicamente, lo único que ha hecho hasta el momento ha sido revelar la vulnerabilidad de sus ejércitos y unificar a sus adversarios como nunca se viera antes, desde la OTAN a la UE. Todo ello ha hecho que, por primera vez, se haya planteado lo que parece ser un "Plan B." Este consistiría en abandonar la posibilidad de controlar Ucrania entera y centrarse en conquistar los territorios orientales (que, recordemos, le son afines), lo que le proporcionaría igualmente su anhelado colchón territorial y le permitiría sentarse en la mesa de negociaciones con una victoria parcial para compensar su estancamiento en el norte de Ucrania.

El plan parece estar funcionando. Mientras escribo estas líneas, la ciudad de Mariupol, que ha sido sistemáticamente reducida a cascotes por la artillería rusa, está a punto de caer. Ucrania, por su parte, podría lograr también una victoria parcial si aguanta en el resto del país, dado que, aunque ha renunciado a entrar en la OTAN, podría hallar un refugio seguro en la Unión Europea: el 8 de abril, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Van der Leyden, visitó a Zelensky y, en una rueda de prensa memorable, se comprometió a acelerar el ingreso de Kiev en la organización. Por primera vez, parece vislumbrarse una solución al conflicto; no del gusto de todos, pero solución, al fin y al cabo.

Todos estos cambios, sin embargo, han pasado algo más desapercibidos de lo normal para la opinión pública europea y americana. Esta se ha visto sacudida por un episodio de violencia aún más escandaloso; uno que, si acaso por unos días, ha logrado distraer a los probos ciudadanos de Occidente de la devastación que corroía sin tregua al lejano país eslavo. En plena gala de los Óscar, Will Smith abofeteó a Chris Rock y luego se deshizo en lágrimas. Las audiencias ya tenían una nueva tragedia a la que aferrarse.

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