Pronunció Churchill en 1939 una frase que ha pasado a la historia: “No puedo predecir las acciones de Rusia (…). Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Resulta difícil adivinar el espíritu de ese país entre la densa nube de propaganda y de ignorancia tertuliana. Seguramente, ni siquiera pueda hablarse de un “alma común” en un territorio tan denso y variado. Pero lo cierto es que se ha convertido en una autocracia que está liderada por Vladimir Putin, un zar contemporáneo sobre el que Occidente ha demostrado "ignorancia, apatía y buena voluntad fuera de lugar". Así lo explica Garry Kaspárov en su ensayo Winter is coming.
Tengo Limonov, de Emmanuel Carrère como una de las mejores novelas del siglo actual. En sus páginas se ofrecen bastantes pistas sobre la personalidad del líder ruso. Es buen día para reflexionar sobre ellas, dado que tan sólo hace unas horas que ha estallado la guerra, las posturas se han escorado y cada cual ha cavado su trinchera, como siempre ocurre. Las pasiones suelen sedar la razón de una forma muy efectiva.
Carrère atribuye a Boris Berezovski -el oligarca- la designación de Putin como candidato a la presidencia. Sucedió a finales de la década de 1999, cuando la salud y la popularidad de Boris Yeltsin se habían deteriorado de forma evidente. Los rusos, orgullosos, no soportaban que su presidente apareciera completamente borracho en las cumbres internacionales. Lo consideraban una ofensa inaceptable. Un castigo que se sumaba al de su decadencia como país durante las últimas décadas del siglo.
La retirada de Yeltsin se había previsto para 1996, pero no encontraron un sustituto a la altura. O, al menos, que tuviera la capacidad de vencer en las urnas al comunista Ziugánov, quien prometió a los rusos una vuelta a la ortodoxia tras años de corrupción, mafia, inflación y crimen.
Los oligarcas vieron peligrar su posición con la vuelta del comunismo a su país. Su estatus era privilegiado en aquella época; entre otras cosas, porque disfrutaban de una amplia libertad para hacer y deshacer en sus negocios, que se basaban en recursos naturales principalmente. Eran una apuesta con pocos riesgos y muchos beneficios. Así que convencieron a Yeltsin de que volviera a presentarse e iniciaron una campaña electoral que se caracterizó por la infusión de miedo a la población sobre la posibilidad de que volvieran los gulag a su país (“O Yeltsin o el caos”). También por la ocultación del infarto que sufrió su candidato, el beodo, entre las dos vueltas de las presidenciales.
Durante su segundo mandato -decía-, Berezovski pensó en Putin como sucesor. Carrère define así a la Rusia de la época:
"Actualmente los oligarcas lo poseen todo, absolutamente todo: fortunas inmensas, amasadas con materias primas y no con tecnologías, fortunas que no crean riqueza pública y que desaparecen en una red opaca de sociedades offshore con sede en Vaduz o en las Islas Caimán. Puedes escandalizarte, puedes también decir, como mi madre: 'Son gángsteres, por supuesto, pero es sólo la primera generación del capitalismo en Rusia. Fue igual en América, al principio'”.
Berezovski fue a buscar al 'zar contemporáneo' en su avión privado a Biarritz, donde veraneaba en un hotel modesto junto con su familia. Fue la peor decisión de su vida. En 1999, ganó las elecciones. “Tres años después de la entrevista de Biarritz, Berezovski y Gusinski se verán obligados a exiliarse. Jodorkovski, el único que se había enmendado, tratando de moralizar la gestión de su imperio petrolero, será detenido y, tras un juicio escandaloso, enviado como en los buenos tiempos a Siberia”. Entre tanto, promulgó una ley contra los partidos extremistas que vapuleó a la oposición.
Un tipo implacable
Quien aspire a conocer a Putin en estos días, en los que ya es el nuevo gran enemigo oficial de Occidente, quizás deba reparar en los tiempos de humillación de Rusia en los que ejerció de taxista, tras haber sido agente del KGB en Dresde. En la famosa y larga entrevista que concedió a Oliver Stone se refiere a la humillación que sintieron los rusos cuando cayó la Unión Soviética y los occidentales les negaron su historia como civilización. Desde el Estado fallido en el que se transformó Rusia durante unos años, hubo una parte de sus ciudadanos -incluido Putin- que sintió que habían dejado tirados a 25 millones de compatriotas en el Cáucaso, Asia Central o las repúblicas bálticas. También en Ucrania. Algunos, sufriendo a los islamistas y, otros, a la 'pérfida OTAN'.
No es rencor lo que acompaña quizás a Putin, sino la sensación de que tras perder la Guerra Fría, su país fue denigrado. Y llegados a este punto, es mejor obviar la más sencilla comparación histórica que existe al respecto, pues nos atemorizaría en exceso. Lo cierto es que la autocracia que ha establecido en Rusia -la que actuó en Georgia o invadió Crimea- ha sido capaz de “ordenar que los libros escolares no demonicen a Stalin; o de meter en cintura a las ONG y a los hipócritas de la oposición liberal” -cito el mismo libro-. También de reconocer la independencia de territorios de su órbita, como Osetia del Sur o Absajia. O de defender sus intereses invirtiendo ingentes cantidades en propaganda -Sputnik o Russia Today- que llega a una gran parte del planeta.
En esta última agencia figura un vídeo en el que responde a un periodista de la BBC de forma contundente. Le pregunta sobre su forma de iniciar una nueva 'guerra fría' y le responde, en resumen: mientras Estados Unidos tiene 80 bases militares en todo el mundo, nosotros sólo poseemos dos y por petición de los propios países en los que se encuentran. Nos limitamos a defender nuestros intereses y nuestras fronteras.
Lo que ha ocurrido en los últimos días le desacredita (y tampoco le importa mentir), pues en la actitud de Putin hay un evidente tufo de imperialismo cuyas consecuencias son difíciles de predecir a día de hoy. Pero lo cierto es que las decisiones pasadas del personaje le convierten en alguien temible. Alguien que aplastó a los oligarcas para configurar una autocracia en el país más extenso del mundo -y que ahora amenaza con llegar hasta las últimas consecuencias con quien se interponga en sus planes- no parece un simple charlatán, sino un tipo dispuesto a todo. Con la poca piedad con sus enemigos que demostraría cualquier chequista, como fue él.
Kaspárov le definía hace unos años como "la mayor amenaza a la paz mundial que existe sobre la faz de la tierra". Carrère le retrata como un villano de modales viriles que es grotesco y mediocre; y “a quien le ha caído en suerte un traje que le queda demasiado grande”. Y que actúa llevado por el rencor contra la OTAN. Átense los machos.
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