Dice el sabio libanés Nassim Taleb que la historia avanza a gatas y que, de vez en cuando, da un inesperado salto. En lo relativo a la seguridad en Europa la invasión rusa de Ucrania es ese salto. Se está en estos momentos rehaciendo por completo el orden que nació de los estertores de la Guerra Fría. La invasión ha provocado que todos los países de Europa, incluidos algunos de tradición neutral como Suiza, se hayan puesto de acuerdo para sancionar a Rusia. La Unión Europea, por su parte, que durante dos décadas ha agasajado a Putin otorgándole un trato de gran estadista, ha despertado y actúa con una rapidez y una determinación inéditas. Alemania, el país europeo que fue siempre más complaciente con Rusia, está viviendo una revolución interna. Su Gobierno ha prometido aumentar el gasto en defensa, ha suspendido sine die la puesta en marcha de un gasoducto bajo el Báltico y se ha comprometido a enviar armas a Ucrania.
En el campo de batalla las cosas no han ido del modo en el que habían previsto en el Kremlin. No ha sido ni rápido ni indoloro tal y como esperaban. Es posible que se salgan con la suya y rindan a Ucrania, pero lo tendrán que hacer a sangre y fuego. No lograron derrocar al Gobierno de Volodímir Zelenski en pocas horas y tampoco que Occidente mirase hacia otro lado. Esa era su secreta esperanza. Es posible que Putin haya terminado creyéndose su propia propaganda, esa que afirma sin rubor que Europa occidental es un amasijo de Estados mal avenidos, decadentes y poco amigos de meterse en líos. Esto vendría a demostrar que no ha entendido nada acerca de la tormentosa historia del occidente europeo y tampoco de la de sus vecinos del sur. Quizá pensaba que Ucrania, tal y como afirmaba por televisión hace unos días, no existía y algo que no existe no se puede resistir. Ahora comprueba personalmente que estaba errado.
Putin lleva años tratando de revertir el orden internacional que surgió tras la implosión de la Unión Soviética. Ha confesado en alguna ocasión que este acontecimiento fue el más trágico del siglo XX. Curiosa manera de ver las cosas. El siglo XX encadenó las tragedias, que un Estado totalitario como la URSS despareciese no figura de ningún modo entre ellas. Sea como fuere, el hecho es que con la invasión de Ucrania ha puesto fin efectivo a esta etapa de la historia europea. No parece muy probable que la que ahora inauguramos le complazca más que la anterior porque, si antes consideraba que no se tenía en cuenta a Rusia, ahora podrá comprobar que su país es un cero a la izquierda depauperado a causa de las sanciones, convertido en un paria internacional y al borde del colapso económico.
Si pasa al control de Putin, Rusia volverá a ser un adversario que debe ser contenido. Esto significará una frontera oriental militarizada, justo lo que Moscú trataba de evitar
Desconocemos los contornos de la nueva Guerra Fría que se abatirá sobre Europa en los próximos meses, pero estarán determinados por lo que suceda en Ucrania. Si pasa al control de Putin, Rusia volverá a ser un adversario que debe ser contenido. Esto significará una frontera oriental militarizada, justo lo que Moscú trataba de evitar. Ha conseguido, en definitiva, lo contrario de lo que se proponía. Una OTAN mejor financiada, más activa que nunca y con sus miembros unidos por un objetivo común.
En el frente económico, las sanciones occidentales dañarán a Rusia distanciando aún más su economía de Occidente y empujándola hacia una relación más estrecha con China. Esto de depender de China ha preocupado a los estrategas rusos desde hace más de un siglo. Temían entonces convertirse en un granero del emperador, ahora, aparte de granero, serán también la gasolinera del partido comunista chino. Tras romper las relaciones con Occidente no tienen otra opción. Rusia comparte una larga frontera con China, pero en el otro extremo del país, el más deshabitado y atrasado. Llevar el gas y el trigo hasta China no será tan sencillo como llevarlo a Alemania. Costará más y los chinos, sabedores de lo comprometido que está su proveedor, le exprimirán sin miramientos.
Putin ha decidido desconectar a Rusia de Europa y eso tendrá dramáticas consecuencias para su país. Le seguirán comprando gas y petróleo hasta que encuentren otros proveedores y ahí se acabará todo
Por de pronto Rusia ha arruinado su reputación como suministrador fiable de energía. De aquí en adelante en Europa no querrán saber nada de ellos, no habrá cooperación de ningún tipo, ni empresas conjuntas, ni transferencias tecnológicas. Putin ha decidido desconectar a Rusia de Europa y eso tendrá dramáticas consecuencias para su país. Le seguirán comprando gas y petróleo hasta que encuentren otros proveedores y ahí se acabará todo. Entretanto abordarán las reformas necesarias, algunas muy urgentes, para garantizar su seguridad energética, extremo que habían descuidado en las dos últimas décadas. La dependencia energética de Europa ha creado una peculiar paradoja. Transfiere diariamente cientos de millones de euros en gas y petróleo al tiempo que sus Gobiernos sancionan a las empresas y los bancos rusos. Aunque parezca mentira, la invasión de Ucrania se está pagando en parte con dinero europeo.
En el ámbito militar, la invasión ha venido a demostrar dos cosas. La primera que los países del este que se incorporaron a la OTAN en la última gran expansión quisieron ingresar por una razón muy poderosa que estamos viendo ahora. La segunda que la OTAN, que cumplió setenta años en 2019, atraviesa una segunda juventud y es muy posible que nuevos miembros engrosen sus filas, entre ellos algunos que siempre quisieron permanecer fuera como Suecia o Finlandia porque ahora sienten más que nunca el amenazante aliento del oso ruso.
Respecto a Ucrania no sabemos aún qué rumbo tomará. Es posible que Putin se imponga devastando el país, pero esa victoria pírrica no augura nada bueno. Si instaura un régimen títere similar al de Bielorrusia se encontrará con el rechazo de la población, a la que ha humillado y masacrado y que recibirá apoyo de una Europa rearmada. Invadir un país es la parte más sencilla. Lo complicado es ocuparlo durante mucho tiempo. Si quiere controlar Ucrania necesitará una fuerza de ocupación con no menos de 200.000 efectivos repartidos por un país que es el más extenso de Europa. Algo demasiado costoso para una economía en la ruina y demasiado problemático para alguien que es cada vez más cuestionado dentro de la propia Rusia.
Putin, tan aficionado a los venenos con los disidentes, se ha terminado envenenando a sí mismo. En el mejor de los casos habrá conseguido justo lo contrario de lo que pretendía. En el peor Ucrania será el preludio de su final.