Esta semana ha tocado tragarse el debate del estado de lo que queda de nación. Corrijo, nos ha tocado a los que nos pagan por informar sobre el tema o dar nuestra opinión, no se me ocurre otro motivo por el que alguien se sometería a esa tortura auto infligida. Las discusiones parlamentarias guardaban cierto interés cuando no estaban dirigidas a obtener el titular escandaloso o los diez segundos de video con los que indignar a unos y enfervorecer a otros. Durante los días previos a este teatrillo me ha movido una curiosidad antropológica: ¿de qué echará mano el Apolo de Moncloa para tratar de seducirnos por enésima vez, más allá de tirar de su sonrisa de Richard Gere de mercadillo y del tono pausado en el que adora regodearse cual gallo en un corral?
Los análisis previos anticipaban un giro centrista como única forma lógica de rescatar un destello de credibilidad para este gobierno o, al menos, para ese partido relativamente serio que solía ser el PSOE. Lo interesante de seguir de cerca a Sánchez es que siempre nos sorprende con su facilidad para aniquilar cualquier tipo de lógica: estar pendiente de cada uno de sus movimientos es como estudiar en vivo un fenómeno antropológico, social y psicológico radicalmente anómalo. Este ejercicio resultaría hasta divertido si no fuera porque nos está hundiendo en todo tipo de podredumbres económicas, políticas y morales a marchas forzadas y casi dan ganas de ponerse a rezar para que caiga el meteorito ya y nos lleve al carajo a todos de una vez. Si hay que penar, que sea rápido y sin dolor. Que acabe alguien ya con esta agonía, por favor.
Cuando gobiernen otros medianamente preparados, los del cuarto poder habremos perdido práctica a la hora de ponderar, comentar y censurar al habitante de Moncloa
Ese alguien será -si las encuestas no se equivocan- el Partido Popular en colaboración con Vox. Para no intoxicarme más aún de pesimismo decidí fijarme en los discursos de ambos. Hay que aferrarse siempre a algún tipo de esperanza, por débil que sea. Además, me dije, habrá que entrenar para cuando lleguen estos al poder. Sánchez deja en bandeja el realizar todo tipo de crítica: cuando gobiernen otros medianamente preparados, los del cuarto poder habremos perdido práctica a la hora de ponderar, comentar y censurar al habitante de Moncloa.
El problema es que, al lado de Don Ególatra, hasta un niño de ocho años parece inteligente, cabal y bien formado. Lo sé porque tengo uno en casa. Así no hay forma de formular reproches al PP y Vox: son tantos los atropellos de Sánchez y su gobierno que hay mucho espacio (y argumentos) para la concordancia política incluso entre personas que en una situación relativamente normal ocuparían posiciones diametralmente opuestas. Por ejemplo, sabemos de feministas de corte izquierdista que ayer coincidían por completo con el ataque de Vox al Ministerio de Igualdad por estar anulando política y socialmente a mujeres, homosexuales y lesbianas a través de la Ley Trans.
Ni mis compañeros ni yo les iluminaremos diciendo que quienes pagaremos la broma seremos los consumidores finales, eso ustedes lo saben de sobra
El enfrentamiento con Santiago Abascal hizo tartamudear constantemente a Sánchez, cuando en términos prácticos de comunicación e ideología debería de ser su mejor aliado: todo lo que defiende la formación verde representa el hombre del saco para la mitad del electorado, no en vano el primer discurso de la formación de UP consistió en un ejercicio de política ficción en el que se enumeraron todos los males que habríamos padecido los españoles de haber sido una coalición entre PP y Vox la que nos hubiera gobernado estos últimos años. Una mezcla entre El cuento de la criada y un Franco zombie ocupando la Moncloa, carcajeando diabólicamente ante la pandemia y deseando vernos palmar a todos por covid. Empezando por los inmigrantes ilegales, por supuesto.
Con todo este material, ¿cómo analizar nada? Lo esencial lo encontrarán ustedes en columnas y editoriales escritos por gente con mejor ánimo que el mío: el PSOE, frente a todo pronóstico, intenta virar a la izquierda y comerse el espacio político de Podemos a través del recurso facilón a los impuestos sobre energéticas y bancos. Ni mis compañeros ni yo les iluminaremos diciendo que quienes pagaremos la broma seremos los consumidores finales, eso ustedes lo saben de sobra. Tampoco les diremos nada nuevo comentando que el comodín de la pandemia y de la guerra hace tiempo que no se lo traga nadie. Respecto del PP y de Vox habría muchas cosas que criticar, pero ya saben: en el país de los ciegos, el tuerto es el rey.
Tony010
Hay que reconocer que Abascal fue el mejor con diferencia, hizo el discurso del sentido común.