En sus Principios de Economía Política, John Stuart Mill sentó un criterio cuya vigencia a lo largo del tiempo se ha contrastado una y otra vez: "Las ideas erróneas nunca mueren del todo". Este epigrama tiene una extraordinaria vigencia en la España actual y se manifiesta con claridad meridiana no sólo en la política desplegada desde hace un lustro por la coalición gobernante sino, en algo peor, el soporte proporcionado por algunos economistas a viejas falacias. Entre ellas tiene una especial relevancia la tesis según la cual los márgenes o, para ser o precisos, los beneficios empresariales causan inflación o los existentes en algunos sectores explican la persistencia de tensiones inflacionistas más altas de las que sin ellos se producirían.
Por otra parte, algunos economistas hispanos desprecian de manera sorprendente el recurso a la inflación acumulada. Este es un error de base con rasgos surrealistas, ya que ese concepto refleja en toda su dimensión lo que es un fenómeno inflacionario; a saber, una progresiva erosión del poder adquisitivo del dinero, no un hecho coyuntural, un alza de los precios relativos de un bien o de un servicio X o una elevación de una sola vez del nivel general de precios provocado por un shock interno o externo. Y no sólo hacen abstracción de esta cuestión elemental sino que descalifican a quienes la emplean lo que muestra, siendo generosos, un intento de quitar importancia al problema o una ignorancia supina.
Ni la teoría ni la evidencia empírica demuestran que los beneficios empresariales pueden desencadenar un aumento continuo del nivel general de precios, esto es, de la inflación. Con independencia del grado de competencia existente en su industria, todas las compañías producen una cantidad de bienes o servicios X y cobran un precio Y cuya finalidad es obtener la mayor ganancia posible. Aquel es superior en un mercado monopolístico que en uno más competitivo. Ahora bien, si una empresa con algún poder de monopolio opta por aumentar su precio de manera arbitraria, la cantidad que puede vender disminuirá, ya que un monopolista se enfrenta a una curva de demanda con pendiente negativa, y sus beneficios caerán. En consecuencia, dado que sus beneficios disminuirán si el monopolista decide aumentar arbitrariamente los precios, sus incentivos para hacerlo son escasos.
Los sesudos analistas cercanos al Gabinete olvidan otro principio básico: los efectos de la política monetaria sobre la actividad y sobre la inflación no son inmediatos"
Un argumento complementario del descrito es el de atribuir a los cambios que pueden producirse en la intensidad competitiva existente en los mercados la generación de inflación, de nuevo, un incremento sostenido del nivel general de precios. Ello sería la consecuencia de la adquisición de un poder adicional de mercado de las empresas en la economía. Si éste se vuelve menos y menos competitiva, ello significa que las compañías que operan en ella o, para ser prudentes, en algunos sectores se caracterizarán por la presencia de menos output producido y vendido. Si se analiza lo acaecido en España eso no se ha verificado por el ejercicio de ninguna posición de dominio sino por la concatenación de tres crisis sucesivas, una de ellas con un cierre casi total de la economía durante un dilatado espacio temporal.
El argumento en pro de la acción pro inflacionista de las empresas, guiadas por la codicia, es aún menos creíble cuando se analiza en términos macroeconómicos. En concreto, los sectores no monopolizados se adaptan al hipotético poder ejercido por los monopolistas en uno o varios sectores. Esto conduce a neutralizar el potencial impacto alcista de aquellos sobre el nivel general de precios. Si la compañía X decide elevar sus precios por encima de lo que dictaría el mercado o la oferta monetaria se incrementa para que los consumidores pueden mantener su capacidad de compra inmodificada. De lo contrario se verán forzados a reducir su demanda de los bienes y servicios cuyo coste ha aumentado o a recortar su gasto en otros bienes y servicios.
Ese descenso de la demanda agregada provocará que los precios en otras industrias desciendan y, por tanto, que su nivel general retorne al vigente con anterioridad al alza impulsada por una o varias compañías porque aquel, ceteris paribus, es el único en el cual la cantidad de dinero ofertada iguala a la cantidad demandada. El aumento de precios realizado por la compañía X induce una disminución de aquellos en el resto de la economía. Obviamente, ese proceso no es automático pero se materializa si el banco central mantiene inalterada la oferta monetaria. Se producirá un cambio en los precios relativos pero no se desencadenará una dinámica inflacionaria. El mercado se ajusta si la política monetaria no lo impide.
Algunos economistas hispanos desprecian de manera sorprendente el recurso a la inflación acumulada. Este es un error de base con rasgos surrealistas"
Hoy, como en los años setenta del siglo pasado, los keynesianos y neokeynesianos no han sabido ni saben explicar las causas del repunte de la inflación, porque en sus modelos el dinero es irrelevante. Toda su argumentación se limita a achacar la agudización de ese desequilibrio a factores exógenos y, por supuesto, a negar sus orígenes monetarios. Sin embargo existe una clara evidencia de que el crecimiento del dinero y la inflación están estrechamente ligados en el rebrote inflacionario que se ha producido en casi todas las economías desarrolladas. Existe una correlación positiva estadística y económicamente significativa entre el exceso de crecimiento del dinero en 2020 y la inflación promedio en 2021 y 2022.
La consistencia de esa hipótesis cabe hacerse más exigente si se formula una pregunta: ¿la incorporación de información sobre el crecimiento del dinero podría haber ayudado a mejorar las previsiones de los economistas profesionales? La respuesta es "sí". En todos los países, los errores de previsión sobre la evolución de la inflación cometidos por los analistas profesionales, por ejemplo los del Consensus Economics, fueron mayores para aquellos países que experimentaron un mayor exceso de crecimiento monetario durante la pandemia. Y esas fallas no fueron irrelevantes, sino sustanciales. Cada diferencia de 1 punto porcentual en la tasa de crecimiento del exceso de dinero en 2020 entre países reduce el error de pronóstico de inflación promedio para 2021–22 en 0,15 puntos porcentuales. Esto significa que el ajuste medio es de aproximadamente 2,5 puntos porcentuales y el rango de 1 a 4 puntos porcentuales (Borio C, Hofmann B, Zakrajsek C., Does money growth help explain the recent inflation surge?, BIS Bulletin Nº 67, January 2023).
Las explicaciones sobre la inflación realizada por la mayoría de los economistas afectos al Régimen son tan falaces como las de sus ancestros hace medio siglo. El nivel general de precios en España tenderá a caer y lo hará pero no porque las medidas del Gobierno hayan servido a tal fin o porque los precios del gas hayan retornado a sus niveles preguerra etc, etc, etc, sino por la contracción monetaria introducida por el BCE, a pesar de las críticas de la coalición social podemita. Y, por cierto, esto, como es inevitable y necesario, acentuará el proceso de desaceleración de la economía española, porque los sesudos analistas cercanos al Gabinete olvidan otro principio básico: los efectos de la política monetaria sobre la actividad y sobre la inflación no son inmediatos. Tienen siempre un retardo y aquí aún no se han manifestado en su totalidad.
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