Con mal pie entró Pedro Sánchez en la guerra. Se abrazó primero al pacifismo guay de Imagine y otras 'armas defensivas'. Una colleja de Bruselas, vía Josep Borrell, le impelió a una rápida rectificación. En 24 horas abandonó su infantilismo antiOTAN y se convirtió -¿dónde está el frente?- en ferviente defensor de las tesis occidentales. Vertiginosa metamorfosis que provocó una airada respuesta desde la sección femenina del sector morado de su Gobierno, que denunció a los 'partidos de la guerra', a las opciones belicistas y reclamó la vía de la diplomacia para convencer a Putin que deje de joder con los misiles y abandone su querencia a masacrar civiles.
Poco duró la airada respuesta de las damiselas de la paz. La vicepresidenta Yolanda Díaz, del lado de 'Sí a a guerra', telefoneó a su compi Ione Belarra y tanto revuelo quedó en nada. "Otra rabieta de las niñas", pensaron em Moncloa, hartitos ya del parvulario.. "Nosotros adoramos a Pedro y a su Gobierno", explicó un día más tarde Isa Serra, balbuceante portavoz de la podemia. Un partido que se pretende revolucionario y exhibe como vocera a semejante Isabel (la Isabel de Sánchez, martes y viernes, tiene más encarnadura) jamás asaltará ni los cielos ni la rotonda de Puercas, acogedora localidad zamorana.
La derecha, según la manoseada estrategia de la Moncloa, es la responsable de cuanto episodio nefasto ha ocurrido en nuestro país e incluso de lo que está por llegar
Solventado el primer incidente de la guerra interna, que hace a la estabilidad de la coalición, le toca ahora al atribulado sanchismo abordar el segundo, que es el más arriesgado. Consiste en dar con el 'relato' que justifique los desastres que llaman a la puerta. Es decir, cómo sacudirse responsabilidades en este periodo negro en el que nos adentramos y que se prolongará, previsiblemente, más allá de la cita con las urnas. Hasta ahora, como bien recordaba Dieter Brandau en su editorial de Es la noche, la norma de la casa es echarle la culpa al PP. La derecha es la responsable de cuanto episodio nefasto ha ocurrido en nuestro país e incluso de lo que está por llegar. Así, desde los escaños del Congreso, desde la mesa de la Moncloa, desde tribunas públicas y privadas, tanto Sánchez como sus acólitos han atribuido a Génova todo tipo de errores y desastres, algunos incluso vergonzantes, como el pacto con Bildu, el colapso sanitario durante la pandemia, la invasión marroquí de Melilla, los indultos de los golpistas catalanes... "La oposición es desleal no sólo con el Gobierno sino con el Estado", ha sido uno de los estribillos más coreados desde las filas del Ejecutivo.
Resulta muy difícil achacarle ahora a la oposición algún papel, siquiera anecdótico, en el vendaval económico que nos acecha. Entre otras cosas, porque Sánchez va a precisar de su ayuda para afrontar esta época infernal. La solución es bien sencilla. No hay mejor argumento para tapar una gestión nefasta que cargarle el muerto al conflicto bélico. O sea, 'a la guerra de Putin', como deslizó con absoluto desparpajo la vicepresidenta económica. Poco importa que aquí estuviéramos en crisis mucho antes de que el primer soldado ruso pusiera un pie en Ucrania.
Apenas 48 horas después de estallado el primer cohete, la ministra María Jesús Montero ya culpaba de la inflación al escenario bélico con ese verbo suyo, tan farragoso e indescifrabe
Ya teníamos el mayor desempleo juvenil de la UE, éramos los últimos de la fila en la recuperación tras los contagios, nuestro PIB se hundía en contra de las alegres previsiones oficiales, la inflación cabalgaba por encima de la media europea y hasta batíamos récords históricos en el precio recibo de la luz. Difícilmente, pues, podría achacarse a los misiles del tiranosauro del Kremlim estos achaques que exhibía nuestra artrítica economía. Poco importa ese detalle a un Gobierno refractario a manejarse con la verdad. Apenas 48 horas después de estallado el primer cohete, la ministra María Jesús Montero ya culpaba de la inflación al estruendo de los tanques, con ese verbo suyo, tan farragoso e indescifrable.
Ante el horizonte de angustia que ya se palpa en forma precios desorbitados, casi inalcanzables, como el recibo de la luz, por encima de los 700 euros/MWh; el del gas, triplicado; el del combustible, inasequible, o el de la cesta del la compra, disparado en un 23 por ciento, nadie duda de que el eficiente Consejo de ministros va a refugiarse en Ucrania para excusar la lluvia de malos datos que arrasan ya nuestras cuentas. De hecho, ya han empezado. Nadie pudo imaginar mejor parapeto que una guerra para responder críticas y esquivar reproches. Todo ello, pese a que contamos con el mejor de los presidentes posibles, como recitó Nadia Calviño en un párrafo para la antología de la desvergüenza: "Doy gracias, como ciudadana, de que sea el presidente Sánchez quien esté al frente del Gobierno, una persona muy respetada y querida en el ámbito internacional, líder reconocido, muy sereno, que sabe mantener la calma en estas circunstancias". Tal cual. "Líder reconocido" dijo de Pedro, a quien no telefonea ni el Tato para preguntarle la hora y que acaba colarse en una visita a las tropas en Lituania para comparecer en las fotos en ambiente castrense y casi heroico. "Excusas estúpidas, alegaciones asnales, molicie argumental", cual diría Erasmo.
El hachazo fiscal que viene
En el patio casero, sin embargo, no son capaces de aliñar una mínima iniciativa de relieve, un acuerdo sólido, una decisión razonable. El presidente del Gobierno ha advertido la llegada de 'tiempos duros', qué olfato, qué capacidad de previsión, y ha convocado a empresarios y sindicatos a un 'pacto de rentas', es decir, a que unos y otros se pongan de acuerdo en cuanto a salarios y beneficios mientras él se cruza de brazos. Menciona 'la economía de guerra' como si se tratara de un episodio exótico y lejano. Nada anuncia de lo urgente, de lo perentorio para afrontar esta crisis sin precedentes, como bajar los impuestos de la factura energética (tanto luz como hidrocarburos), que están engordando las arcas de Hacienda en forma miserable, aplazar las medidas contra los autónomos anunciadas por la rapiña de Escrivá, moderar los impuestos directos...Nada de eso. El Gobierno, por contra, sólo nos ha anunciado un paquete de medidas fiscales que supondrá un hachazo de 50.000 millones para el bolsillo del contribuyente y la asfixia tributaria de Madrid, esa gran obsesión de Sánchez desde que sufrió humillante derrota el 4-M.
Cuando, parafraseando a Blake Edwards, le pregunten a Sánchez ¿qué hiciste en la guerra?, responderá, enfatuado y soberbio: "Yo le di 20.300 millones de euros al Ministerio de Irene Montero para eso de la igualdad. Ella lo llama economía de la vida". Sin risas, por favor. Es el doble del presupuesto del Ministerio de Defensa. Diez veces más de lo que pagarán este año las familias españolas para calentar sus casas y echar gasolina al auto. O sea, perspectiva de género para combatir al Oso de Moscú. Tiene un tufillo a gran burla o un aire de estafa colosal.
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