España está hecha unos zorros. No entraremos a hablar en profundidad de los problemas que nos aquejan y que son de una gravedad extrema pero hay que señalar que el gobierno está destrozando el sistema constitucional, sustituyéndolo por otra cosa autoritaria, siniestra y deleznable. A fuerza de leer nuestra historia, quien esto escribe sabe que a los españoles nos gusta más criticar en la barra del bar que asociarnos y exigir nuestros derechos. Estamos encantados en decir delante de una cerveza y una tapita si nos gusta o nos disgusta tal o cual político para luego ni siquiera acudir a votar. Esta es una sociedad quietista, tancredista y, con todas las excepciones que ustedes quieran, pancista, en la que muchísimos de nuestros compatriotas aspiran a ser funcionarios sin trabajar mucho, cobrar una paguita, recibir un subsidio o vivir del milagro antes que montar un negocio, una empresa, asumir riesgos o apostar por su talento. Lo nuestro es ir tirando y no se hable más.
Esta doctrina del sofá como último refugio de lo que antaño fue un pueblo capaz de gestar un imperio es la puntilla. Siento ser un aguafiestas pero, aunque la manifestación de Madrid el pasado sábado fuese un éxito, lo que debería hacernos recapacitar es que no fueran uno, dos, tres millones de españoles los que estuvieran ahí para decirle a Sánchez que ya está bien. Lo que no tiene medio pase es que en la plaza de San Jaime de Barcelona este domingo solo estuviésemos los de siempre, con todo lo visto y sufrido en esta tierra dejada de la mano de Dios y del estado. Lo que no se puede concebir es la política pragmática, tranquilísima, silenciosa y seguramente eficaz pero invisible de un Feijoó que huye como gato escaldado de encabezar la protesta y alinearse con sus compatriotas ante la sinvergüencería de esta gente que nos gobierna. Los españoles merecemos la unión de nuestros representantes. Desde el PP dirán que los de Abascal no tienen sentido de la oportunidad y así ayudan a Sánchez pero ¿se han parado a pensar que con sus ausencias también favorecen al gobierno, dándole motivos para pensar que la oposición está dividida? ¿Qué habría pasado en Madrid o en Barcelona los populares hubiesen tocado el cornetín de órdenes, movilizando a los suyos?
Desde el PP dirán que los de Abascal no tienen sentido de la oportunidad y así ayudan a Sánchez pero ¿se han parado a pensar que con sus ausencias también favorecen al gobierno?"
Seamos sinceros. A los partidos no les interesan coaliciones que vayan en demérito de sus respectivas repartidoras y mucho menos una movilización amplia impulsada por el asociacionismo constitucional. A Sociedad Civil Catalana, verbigracia, desaparecida en combate, ya se ocupó el PSC de neutralizarla; a la Resistencia en mi tierra, atomizada, desmotivada y con muchas entidades que a veces son solo una persona, su ego y poco más, nadie la tiene en cuenta. De los partidos, qué les voy a decir, poca gente se fía y no seré yo quien lo critique. Sumen a esto la tradicional pereza de este país, adornada con excusas como “Tanto tiempo en la calle, uy, no. Hace mucho frío”, “Este fin de semana estaba fuera con la familia”, “Las doce del mediodía es muy mala hora”, “Es que el crío tiene partido de fútbol”, “He quedado para comer en casa de los suegros” y otras de tal calado intelectual -que son ciertas y han sido escuchadas por servidor en boca de personajes que se las dan de defensores de España a ultranza- y tendremos el cuadro completo de lo que está pasando: Sánchez juega solo y se harta de marcar goles.
Lo que envilece es la pereza, dijo Hesíodo, el gran poeta griego que cantaba a la paz como máxima aspiración del hombre. Envilece y abotarga, porque entre todos estamos matando la libertad y la democracia en España y ella sola se morirá por no tener quién la defienda y la cante. Como pasó con el reino de Tebas. ¿Qué más tiene que hacernos Sánchez para que movamos el culo del sofá, insisto? Ahí lo dejo.
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