Opinión

Qué momento luminoso

Ese club (concluida su era franquista) ha sido y es una máquina sentimental-propagandística al servicio del catalanismo, marca blanca del independentismo, el separatismo y la xenofobia

En España siempre hay un escándalo de corrupción en curso. El último atañe a los pagos del Fútbol Club Barcelona a un jefazo de los árbitros españoles. El lema de este equipo, Més que un Club (lo escriben en la jerga local), quiere decir en el gran idioma español (el castellano no existe): “Más que un Club”. Se trata de un lema muy acertado, ese club (concluida su era franquista) ha sido y es una máquina sentimental-propagandística al servicio del catalanismo, marca blanca del independentismo, el separatismo y la xenofobia (marca blanca a su vez, del racismo de toda la vida). Me he referido a la era franquista del FC Barcelona, pero justo es aclarar que esto no conlleva mácula; téngase en cuenta que la mayoría de los españoles era también franquista en ese momento.  

No sé nada de fútbol y detesto toda la tribal, cursi, bucólica, poetiesa, pastoril y populista literatura futbolística. Pero. Ya que hablo del tema, quiero dejar constancia de que siempre he pensado que el FCB no está a la altura del Real Madrid. Estéticamente, sobre todo. La estética es muy importante. Existe una preocupación por la belleza en el Real Madrid. Compárese, por ejemplo, el elegante, níveo uniforme del club madrileño, con el uniforme del FC Barcelona, una especie de mejunje de jugos pútridos. Alguna vez escribí que el FC Barcelona era una tribu de aspecto bárbaro, mientras que el club madrileño, especialmente con aquel Ronaldo, era un club netamente apolíneo. Ronaldo descamisado encarnaba  la belleza del cuerpo masculino. Messi descamisado remitía a un ejemplar de babuino albino. Ronaldo era el dios griego de las primigenias olimpiadas, mientras que el paticorto, burdo y gangoso Messi encarnaba a los enanos (según los historiadores) de las huestes de Atila el Huno.

Miedo tan arraigado en el “ser” español que no se puede concebir la existencia de un español sin su correspondiente miedo a ofender a los catalanes

Y ahora nos enteramos de que el FC Barcelona pagó millones de euros a un jefazo de los árbitros y que en los años (décadas) que duraron los pagos al jefazo de los árbitros, como por arte de magia, el FC Barcelona dejó de cometer faltas. O las cometía, pero los árbitros no las señalaban. O las atribuían al equipo contrario. Algo muy antiestético. 

Por otro lado, hoy, en un programa de la tele que suelo ver mientras desayuno, trataban el caso de la compra de favores arbitrales y flotaba en el ambiente el famoso “miedo a ofender a los catalanes”. Miedo tan arraigado en el “ser” español que no se puede concebir la existencia de un español sin su correspondiente miedo a ofender a los catalanes. Miedo a ofender a los catalanes que es en verdad, miedo a ofender a los nacionalistas catalanes. La televisión española es muy mala, pero insustituible a la hora de tomar el pulso (lugar común) a la sociedad española y a lo español, si tal cosa aún existe.

Veía el programa y bebía mi té negro y flotaba en el ambiente del programa el famoso miedo a ofender a los catalanes, que tanto dinero e igualdad ha costado a los ciudadanos españoles libres e iguales. Miedo que ha humillado y encarnecido a sucesivos presidentes de Gobierno y los ciudadanos que representa. Miedo que ha condicionado, pervertido y podrido la vida política española hasta convertirla en una actividad despreciable.    

Sin aire acondicionado, seamos realistas, ¿qué rebelde nacionalcatalanista se alzaría en armas? Ninguno. Esto aplica también a los nacionalracistas vascos

Miedo que, confieso, nunca he entendido. ¿A qué temen cuando pagan  tan alto precio en nombre del “no ofender a los catalanes”? ¿A un alzamiento en las lomitas de Collserola de nacionalcatalanistas armados? Imposible. Los supuestos insurgentes tienen el culo demasiado gordo como para echarse al monte. Además, todo el que conozca medianamente el nacionalcatalanismo sabe que tal alzamiento es irrealizable sin aire acondicionado. Sí, aire acondicionado.  En todas las lomitas de Collserola.  Sin aire acondicionado, seamos realistas, ¿qué rebelde nacionalcatalanista se alzaría en armas? Ninguno. Esto aplica también a los nacionalracistas vascos. Una cosa es pegarle un tiro por la espalda a un periodista o a un político desarmado, o poner una bomba en el coche de un concejal que lleva a sus hijos a la escuela, y otra muy distinta alzarse en armas en los tétricos bosques vascos y enfrentarse al ejército.  

A veces, sueño con una reunión de gobernadores (ellos se hacen llamar presidentes) de las provincias catalana y vasca, con un presidente de los españoles libres e iguales. Un presidente. No un taimado cobardica mierdecilla como los que ha padecido España a partir de Felipe González (incluido González, claro). Imaginen la escena. Los gobernadores desgranan sus milenarias ofensas y exigen más dinero y competencias que los aparten y diferencien de los despreciados e inferiores españoles libres e iguales. Y, en mi sueño, en cierto momento, el presidente de todos los españoles despierta como de un hechizo y exclama con voz firme: No. Se acabó. Váyanse a la mierda.

Qué momento luminoso.

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