Ione Belarra arrastra su sombra en círculo alrededor de un vacío creciente. Es la heredera de Iglesias y quizás aún no lo sabe. Es la antorcha de la izquierda y no se ha enterado. Parece actuar, más bien, como una prisionera condenada a un final inminente e irremisible.
Uno de los episodios más funestos de nuestra reciente democracia, junto con las series de Tele 5 y la extinción de los serenos, es el nacimiento de Podemos, formación que ha determinado el escenario político nacional durante el último lustro. Su ascenso electoral, sorprendente y vertiginoso, impulsado por la quimera adolescente del 15-M, provocó la abdicación de un Rey, propició la defenestración de un presidente del Gobierno mediante una insólita moción de censura e instaló a ministros comunistas en un Ejecutivo por vez primera desde la II República, una excepción en el entorno democrático europeo.
Podemos, como James Dean, parece decidido a vivir deprisa, morir joven y dejar un bonito cadáver. En apenas un quinquenio ha pasado de asaltar el cielo a sucumbir en el averno. De situarse a 14 escaños del PSOE (20-J de 2016) a los 85 que ahora les separan (10-N de 2019).
Son meros comparsas, inodoros e insípidos, rendiditos a los pies de Pedro Sánchez, que de esta forma, sin hacer sangre ni demasiados aspavientos, ha consumado su operación. Nadie a la izquierda del PSOE
La renuncia de Pablo Iglesias, ahora hace tres meses, señaló el principio del hundimiento. Pese a sus cinco carteras en el Gobierno, los ministros de Podemos apenas tienen peso o influencia. Son meros comparsas, estériles e insípidos, rendiditos a los pies de Pedro Sánchez, que de esta forma, sin hacer sangre ni aspavientos, ha consumado su gran operación. Nadie a la izquierda del PSOE. Si acaso, los restos de ese grupete fantasmagórico y virtual, con vocación leninista, modos peronistas, perfil caraqueño y remembranza de Anguita.
Díaz Ayuso le dio la puntilla en las elecciones de Madrid e Iglesias desapareció, con menos épica que un ratoncillo y sin un cantar que llevarse a su gesta. Se le ha visto luego en una fotografía sin coleta y en un vídeo sin discurso. Para liberarse de un error conviene haberlo profesado. El caudillo podemita ha evitado la autocrítica y no ha asumido fallo alguno. Henchido de la soberbia de quien se piensa un personaje irrepetible, antes de irse invistió a Yolanda Díaz como candidata a las próximas generales y designó a Ione Belarra al frente de su formación. Macho Alfa ruega por vosotras.
Le achacan que debe su progresión política merced al hecho de ser amiga de la Facu de Irene Montero, pareja de Iglesias y también aposentada en una cartera con menos sentido que contenido
Muchos comentarios injustos se vierten ahora sobre Belarra (33 años, Pamplona). Versan en general sobre su escasa formación académica (es psicóloga y esgrime algún máster), su ausencia de liderazgo, sus dificultades para la oratoria, su escueta relevancia mediática y, muy especialmente, el haber impulsado su progresión política en el hecho de ser amiga de la Facu de Irene Montero, pareja de Iglesias y también instalada en una cartera sin sentido. Aznar, por ejemplo, colocó a su compañero de pupitre al frente de la primera empresa de telecomunicaciones del país y apenas se le dedicaron algunos reproches.
El principal problema de Belarra no es su insignificancia, o que se le desconozca protagonismo en hecho meritorio alguno. Tan sólo ha logrado algún eco con la publicación de ruidosos tuits contra el Rey padre y un par de escupitajos sobre la Corona. No hay mucho más en su árida trayectoria. Su problema fundamental estriba en que, desde que resultó entronizada como secretaria general, Podemos no hace más que caer en las encuestas, hundirse en un fango denso y viscoso y precipitarse por el abismo que conduce a la extinción. "Esto no despega, no tiene remedio", comentan en la cúpula del partido con referencia a su lideresa.
La sultana Teresa Rodríguez se escindió en el Sur, Mónica García (médico-y-madre) va a su bola en Madrid y en Cataluña sobrevive una Colau que marcha por su lado con gestos de cotolengo
Mientras Iglesias busca acomodo en la Universidad en la que mangonea Castells y prepara el salto a la pequeña pantalla de Roures, Belarra bracea para evitar el naufragio. La formación se cuartea. No hay ya mareas en Galicia, ni estructura en el País Vasco. La sultana Teresa Rodríguez se escindió en Andalucía, Mónica García (médico y madre) le araña apoyos en Madrid y en Cataluña sobrevive una Colau que marcha a su bola con decisiones de cotolengo. "Multiplicarse es baladí, lo difícil es volver a juntarse", apuntaba un proverbio tan chino como apócrifo, valga la redundancia.
Belarra no encuentra su sitio. En el Gobierno pugna con la sombra de Yolanda Díaz, la vicepresidenta overdressed, tan acaparadora de funciones y focos que se diría primera dama de Sánchez. En el partido está huérfana, tres meses sin el gurú Iglesias, sin apenas la presencia de su amiga Irene que anda amamantando, y con el único concurso de su actual pareja, a quien colocó de asesor en las Cortes (una tradición muy republicana). También anda por ahí Lilí Verstrynge, secretaria de Organización del partido y así se entiende todo. "¿Cuánto falta, cuanto falta?", pregunta Belarra angustiada. Nadie le responde mientras espera a que el cielo se derrumbe sobre su cabeza.
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