Dicen los sicofantas que viven amarrados a la tetilla sanchista que han expulsado a Leguina por apoyar a Ayuso, pidiendo el voto para la presidenta de Madrid. A Joaquín, así como a mi admirado Nicolás Redondo Terreros, les abrieron expediente el pasado mayo. Los comisarios políticos sanchistas, a las órdenes de su hojalatero líder, sentenciaban el pasado día seis – fiesta de la Constitución, amarga broma del destino – a la expulsión de Leguina de ese marasmo que se sigue llamando PSOE aunque nada tenga de partido, ni de obrero, ni de socialista y mucho menos de español.
La pirámide en la que el sanchismo ha convertido al que fue el primer partido de España nada tiene que ver con el que presidía Ramón Rubial, el de Felipe, el de Guerra, el de Tierno Galván. Bien puede jactarse Joaquín de que no le expulsan de la social democracia, que siempre defendió desde la leal discrepancia cuando así lo estimó, pues nada hay más honesto que señalarle a los tuyos sus yerros.
Por abrir el abanico y ponernos en lo actual, ¿leen o conocen a Laclau, a Martha Nussbaum, a Braidotti, a Ranciere, a Slavok Zisek, a Judith Butler? ¿Qué leen, qué saben?
Uno recuerda las duras polémicas de Leguina con el guerrismo, sus advertencias acerca del escaso peso ideológico del partido que ya señalaba en 2003 o sus enfrentamientos con los aparattxik que confunden llevar sectoriales en Villacabrillas del Monte a satisfacción de Ferraz con el sentido del estado. Que Joaquín diga que no piensa dejar pasar la cosa en blando y que sus abogados obrarán en consecuencia es buena notica, pero mucho mejor es que, a renglón seguido, afirme con la contundencia de cántabro que le caracteriza que si Sánchez se piensa que va a callarse con esto está muy equivocado. Quien fuera presidente de Madrid es mal enemigo por varias razones. La primera es que Joaquín les da sopas con onda intelectualmente a todos esos señoritos – y señoritas y señorites – que se jactan de un socialismo que nunca han conocido y mucho menos practicado. ¿Qué sabrán ellos de Bobbio, de Kreisky o de Palme? ¿Conocen a Finkelkraut, a Glücksman, a Revel? Por abrir el abanico y ponernos en lo actual, ¿leen o conocen a Laclau, a Martha Nussbaum, a Braidotti, a Ranciere, a Slavok Zisek, a Judith Butler? ¿Qué leen, qué saben?
La segunda es su condición liberal de pensamiento, de hombre con un sentido de la democracia que fluye por sus venas abundante, ubérrimo, que nada tiene que ver con los modos autocráticos del César de hojalata. La tercera, la que nos acerca del todo al personaje es su amor por España, su oposición a separatistas y bilduetarras, su profunda repugnancia ante los acuerdos sanchistas con esa tropa. Como el mismo ha dicho, esto no va de izquierdas ni de derechas. Va de demócratas, de españoles. El intelectual con un pasado antifranquista notable y no sobrevenido, el autor de varios libros, el político sagaz pero no servil ha sido expulsado precisamente por todo esto. A Leguina no lo expulsa el socialismo, lo expulsa esa cosa infame y traidora que es el sanchismo. También ha dicho Joaquín que hay que organizar algo, aunque “seamos los viejos”. Aquí discrepamos, querido contertulio. Los viejos son los que defienden el PSOE de 1936, el de la Motorizada, el de las checas, el del odio irracional, el de los titulares incendiarios de Largo Caballero. Tu pensamiento fresco, europeo, español es lo más moderno que existe ahora en el centro izquierda.
Porque expulsándolo expulsan a la inteligencia y la honestidad. Ferraz es ya la nueva Lubianka del pensamiento sanchista. Y yo me alegro de que mi admirado Joaquín sea el enemigo del César de hojalata. Déjalo con sus felonías, amigo mío, que nosotros tenemos enemigos mucho más importantes. Los que amenazan a España. Los amigos de Sánchez. Por todo eso y más razones que mi pluma calla, tenme siempre, mi admirado Don Joaquín, por tu más fiel admirador y amigo.
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