Punto primero. ETA, cabeza de la serpiente de eso que se sigue autodenominando Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), frenó en 2011 su contador en 850 asesinatos, miles de heridos y cientos de huérfanos únicamente por necesidades del guión, del suyo; para volver a diluirse en ese “Pueblo Vasco” que, en su delirante imaginario, le había otorgado allá por 1959 la legitimidad de hacer frente al invasor español; desde 1968, a tiro limpio.
En definitiva, la organización que durante medio siglo nos jodió la vida se suicidó para sobrevivir a su macabro legado tras comprobar que podía seguir causando dolor, sí, pero a un alto coste reputacional entre la parroquia abertzale y el antifranquismo retrospectivo nacional e internacional; y, sobre todo, se suicidó tras constatar que nunca conseguiría la independencia del País Vasco por las armas. Pura y simple cuestión de oportunidad… o de oportunismo, según se mire.
Punto segundo. ETA, por tanto, no resultó “derrotada” ni se “rindió” en sentido estricto, como dice el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero; la mejor prueba es que diez años después de dejarlo no ha propiciado en sus filas reflexión alguna siquiera sobre lo abyecto de sus matanzas de niños mediante coches-bomba, especialidad de la casa. En tanto que ese debate no se ha producido -y no veo a la sociedad vasca exigiéndolo mayoritariamente- dudo que vaya a producirse algún día.
Convengamos en que los etarras acorralados simplemente hicieron de la necesidad virtud, aceptaron pulpo (democracia) como animal de compañía porque no les quedaba otra, y nosotros como sociedad se lo aceptamos sin más.
Algún mando policial todavía me susurraba no hace mucho, al calor del debate sobre la inclusión de asesinos con delitos de sangre en las candidaturas de Bildu que ha protagonizado la campaña del 28 de mayo: “si te diría que el alto el fuego casi lo decretamos nosotros”…
Todos los gobiernos, todos desde Adolfo Suárez (1977) hasta Mariano Rajoy (2018) -pasando por Felipe González, José María Aznar y ese Zapatero con quien se produjo el alto el fuego definitivo (2011)-, arrinconaron policial y judicialmente a ETA infestándola de confidentes hasta que llegó un momento en que desconfiaban todos de todos; que se lo pregunten a dos de sus últimos dirigentes operativos, al desaparecido Francisco Javier López Peña Thierry y Garikoitz Aspiazu Rubina Txeroki, protagonistas de la última gran traición en la cúpula etarra. Esa es la verdad verdadera.
De hecho, algún mando policial todavía susurraba no hace mucho a éste cronista, al calor del debate sobre la inclusión de asesinos con delitos de sangre en las listas municipales de Bildu que ha protagonizado inopinadamente la campaña del 28 de mayo: “te diría que el alto el fuego casi lo decretamos nosotros”…
No nació contra Franco
Punto Tercero. ETA nació para luchar contra España, no contra Franco; Franco fue solo fue el Mcguffin tramposo en su larguísimo largometraje de medio siglo. La represión durante la década de los años 40, 50 y 60 en el País Vasco, no mayor que la sufrida en otras regiones, empezó siendo la levadura que precipitó la rebelión nacional de los hijos de aquel PNV nativista de la posguerra, y acabó siendo la coartada de su sinsentido muchos años después de muerto el dictador (1975); de hecho, la inmensa mayoría de los 850 crímenes los perpetró en democracia, entre 1976 y 2008.
De ahí la depuración, física incluso, de todo izquierdismo españolista y/o liquidacionista en las sucesivas asambleas de ETA a finales de los 70 y 80; véase el asesinato de Eduardo Moreno Bergareche Pertur (1976) o de María Dolores González Catarain Yoyes (1986) una década después. Se trataba de ahormar todo bajo una sola marca, ETA Militar y su “haz la mili con los milis”, que asoló de cadáveres la España de los años 80 y 90 del siglo XX.
Para quienes controlaron y dirigieron sucesivamente desde Francia todo el MLNV -también Batasuna hasta su ilegalización en 1999- el franquismo supuso un mero pretexto, pero buena parte de la izquierda española siguió comprando de forma acrílica su antifranquismo y así nos fue; y así nos va aún, me temo.
Pienso que Ayuso y quienes en la derecha -no Borja Semper- dicen que en el País Vasco “todo sigue igual” se equivocan mucho, pero me parece igualmente fuera de lugar que Zapatero reivindique que la “derrota” de ETA es suya... si nos ponemos así, la “medalla” de la disolución también será de ese Rajoy un mes antes de hacer mutis por el foro el uno de junio de 2018
Llegados hasta aquí, estimado lector, se estará preguntando: ¿Y para qué me cuenta todo esto?… Pues porque es de justicia resaltar que si hace doce años ETA decretó un alto el fuego con el gobierno Zapatero, no fue hasta cinco años después, el cuatro de mayo de 2018, a un mes de que Rajoy abandonara La Moncloa, cuando la banda anunció su disolución definitiva… ¿Qué Zapatero fue un convencido del diálogo y Rajoy lo rechazó en público para no irritar a su votante? Cierto ¿Y?… El resultado fue el mismo: ETA nunca ha dejado de controlar el relato de su final desde 2011, mediadores internacionales incluidos, luego hablar de “derrota” -no digamos “rendición”-, se antoja excesivo.
En definitiva, resulta obsceno ver a la greña a los dos protagonistas del fin del horror, ese PSOE y ese PP tanto monta, que llevaron a hombros los féretros de cientos de compañeros y asistieron juntos a decenas de funerales de policías y guardias civiles. Los mismos partidos que se pusieron de acuerdo en hacer lendakari al socialista Patxi López (2009) cuando el peneuvista Juan José Ibarretxe intentó mediante su plan conseguir la independencia del País Vasco que ETA habría buscado a tiro limpio; “No han muerto mil españoles para esto”, me llegó a decir entonces un dirigente socialista ya fallecido para justificar esa gran coalición a la vasca.
El ‘encapuchado’ Pla y la “derrota”
Creo que Isabel Díaz Ayuso y quienes en la derecha -no el ex amenazado Borja Semper, por algo será- dicen que en las calles del País Vasco “todo sigue igual” se equivocan mucho, pero me parece totalmente fuera de lugar que Zapatero, el presidente al que le tocó lidiar con el final de la banda, haya entrado a reivindicar que la “derrota” de ETA es suya... si nos ponemos así con las medallas, la “derrota” es obra de su gobierno como del de Rajoy un mes antes de hacer mutis por el foro el uno de junio de 2018 en la moción de censura.
Pero voy más allá: ¿Cabe hablar de “derrota” de ETA cuando el dirigente que leyó encapuchado el comunicado de disolución, David Pla, hace solo cinco años forma parte hoy de la Ejecutiva de Sortu, el partido guía de esa Bildu a la que éste Gobierno dejó presentar -junto con ERC- nada menos que su ley estrella, la Ley de Vivienda? ¿Cabe hablar de “rendición” cuando Bildu acaba de homenajear en las calles de Bilbao a Txabi Extebarrieta, el etarra muerto por disparos de la Guardia Civil tras matar a quien se convirtió en primera víctima de ETA, el guardia José Pardines (1968)?
La banda terrorista se ‘suicidó’ medio siglo después por necesidades del guión, del suyo; por eso resulta tan obscena y mezquina esta pelea PSOE/PP a cuento de si ETA sigue “viva” una década después o si Zapatero la “derrotó” él solo
No, Pedro Sánchez no tuvo el 28 de mayo un problema con ETA. Los españoles, los que votan socialista y la que no, saben mayoritariamente que el terrorismo es historia, afortunadamente. Lo que sufrió el presidente fue un problema ético, prepolítico, en palabras de mi admirado Ramón Jáuregui: cuando Covite reveló la inmoralidad de que familiares de un vecino asesinado en un determinado pueblo vasco pudieran llegar a ver a su asesino como concejal, el presidente no reaccionó a tiempo… dio la impresión, seguramente errónea, de que le importaba más el cálculo de su supervivencia en La Moncloa, el qué dirá Arnaldo Otegi, que la dignidad de las victimas.
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