En el fondo no salimos de la discusión en torno a la meritocracia. Tenemos varios hechos. Hay diputados en el Congreso cobrando sueldos astronómicos. Esos políticos cobrarán aún más el año que viene, en un contexto económico desfavorable para el resto de los ciudadanos. Esos políticos tienen que justificar, aunque sea de vez en cuando, sus sueldos. Es verdad que la autodenominada ciencia social sale habitualmente al rescate con papers sobre la meritocracia y la importancia de la participación política, pero muchos de esos científicos -la cientificidad es en el fondo como la corrupción, se define mediante encuestas y estudios elaborados por ellos mismos- acaban trabajando como asesores para los diputados, y hombre; no toda la gente es tonta, y casi nadie es tonto todo el rato.
Así que Patxi López compareció la semana pasada en el Congreso para explicar que habían ligado sus sueldos a la subida del de los funcionarios, que le parecía razonable y que ya estaba bien, que no podemos estar castigando permanentemente a la política. Que hay que dignificarla, porque si no, se preguntaba López, hombre brillante, entregado y sacrificado, a ver quién se iba a dedicar a la política. Probablemente la pregunta en la que estaba pensando, la pregunta que le lleva a pronunciar esas palabras, es de qué podría vivir la gente como él si tuviera que dedicarse a otra cosa.
“El sueldo de los políticos fue una gran conquista de la izquierda”, llegó a añadir en una comparecencia llena de confesiones vergonzosas. El caso es que oír a Patxi López justificar el aumento salarial podría producir reacciones sociales desagradables, y por eso tienen que mostrar muchas veces que, ya que no están ahí por algo, al menos sí están ahí para algo.
Detendrán el apocalipsis climático y como bonus eliminarán además el machismo, el racismo y la agresividad de la naturaleza humana, reducida ya a mera cultura
En ese “para” se juegan el sustento. No pueden conformarse con prometer algunos pequeños ajustes, subidas de medio punto en los indicadores, mejoras graduales. Tienen que prometer el mundo nuevo. El viejo truco de siempre, la promesa de utopía que a veces se usa para cometer masacres y otras para comer como señores.
El problema es que las promesas deben estar a la altura de los sueldos. 80k anuales, 100k anuales, 200k. Salva a la animadora, salva al mundo, repetían en aquella serie fallida de hace algunos años; patrocina al diputado López, a la secretaria de Estado Rodríguez, y salvarán el mundo. Detendrán el apocalipsis climático y como bonus eliminarán además el machismo, el racismo y la agresividad de la naturaleza humana, reducida ya a mera cultura. ¿Y en qué consiste el plan que el concilio del progreso, las mentes más lúcidas de dos generaciones reunidas en un mismo Gobierno, ha diseñado para conseguir la victoria definitiva? Pues en algo tan sencillo como enseñar que lo malo está mal. En poner señales en las escuelas y en las calles. “No seas racista”. “No seas agresivo”. “No seas, patriarcado”. La educación lo arreglará todo. Cómo no se nos había ocurrido antes.
Hay aún un segundo problema, y es que sí se nos había ocurrido antes. Muchas veces. Y los resultados son siempre los mismos: no funciona. Es complicado vender cada cuatro años productos defectuosos, y la opción de la radicalización progresiva y progresista suele acabar en el terror, así que se recurre a una solución imaginativa. Se dice que el mal está en realidad en las pequeñas cosas. Hay asesinatos y hay piropos. Hay violaciones y hay micromachismos. Hay agresiones y hay negacionismo. La estrategia consiste en igualar lo primero a lo segundo, y centrar todos los esfuerzos en los objetivos más cómodos y más novedosos. “Sus gritos son violaciones”, decía el jueves Rita Maestre. Unos chavales habían proferido gritos frente a las ventanas de unas chicas en un colegio mayor. Las chicas respondieron. Se ve que es una tradición; la de ser razonablemente imbécil en la adolescencia. La cuestión relevante no es si son tradiciones respetables, si son actitudes consentidas o si todos los comportamientos de los adolescentes deben ser ejemplares, sino la equiparación de la diputada. “Los gritos son violaciones”, dice Maestre. Ni siquiera “conducen a”; “son”.
Hemos acabado de un plumazo con un gran mal. Si los gritos son violaciones, entonces no es necesario expulsar a los violadores de verdad para mostrar que se hace algo
Y si los gritos son violaciones, expulsar de la universidad a los responsables valdrá como haber expulsado a unos violadores. Victoria incontestable. Hemos acabado de un plumazo con un gran mal. Si los gritos son violaciones, entonces no es necesario expulsar a los violadores de verdad para mostrar que se hace algo. Da igual que las jóvenes a las que se dirigían respondieran que no era para tanto, porque el consentimiento requiere de la aprobación permanente de los notarios del progreso, y ya se ha empezado a catalogar como delito de odio. Los juguetitos están para usarlos.
Dos días después varias celebridades salieron a solidarizarse con las mujeres de Irán arreglándose las puntas ante la cámara del móvil. Parecía que no podía haber un cierre mejor para esta semana en la que hemos aprendido tanto sobre meritocracia, revoluciones de salón y dignificación de la política, pero lo había. El ministerio de Ciencia e Innovación decidió otorgar a Daniel Innerarity el Premio Nacional de Investigación en la categoría de Humanidades, “por contribuir a la adaptación de los principios normativos de la democracia a las sociedades actuales, lo que supone un mejor conocimiento de la política y una aportación para la convivencia, con su teoría de la democracia compleja”.
Ahora sí; el broche de oro.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación