El disponer de una jugosa cuenta en el banco debe ser el sueño más recurrente de los españoles. Todos jugamos a la lotería, al cupón, a las quinielas, en fin, a lo que sea, esperando que la Diosa Fortuna nos evite ese castigo divino consistente en tener que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Por eso los concursos en los que el premio es reducible a metálico tienen un público fiel que se identifica con el ansia viva del participante. Y todos, seamos sinceros, especulamos acerca de lo que haríamos si nos tocase el pastizal en juego. Pero disponer de sumas que sean jugosas, ¡ay!, no está al alcance de todos. De hecho, hay personas que se han especializado – esto es rigurosamente cierto – en concursar en diferentes formatos de este tipo e igual las ves en uno que en otro. Viendo como está el mundo laboral tampoco parece ninguna tontería.
Pero la lotería es como es y, además, aquellos a quienes les cae un premio gordo se cuidan muy mucho de decírselo a sus amigos, conocidos y mucho menos a familiares. Porque saben que aquí todo el mundo tiene la boca hecha por un fraile y ante pegar un sablazo que nos ponga en casa se pierde la vergüenza. Pero a lo que vamos, digo todo esto porque me parece indignante que se hable tanto de Don David Sánchez Pérez-Castejón, a la sazón hermano del presidente del Gobierno, pasmo de Europa y asombro de Damasco. Éste último, levantando una ceja imitando a Sobera – aunque nadie la levanta, la ceja, digo, como el vasco igual que no ha hay James Bond que hiciera lo propio como Roger Moore – le preguntó a su hermano viendo el concurso “¿Quiere usted ser millonario?”, actualmente presentado por Juanra Bonet, “Tete, ¿a ti eso te haría gracia?”. ¿Qué iba a responder ese hombre, que su aspiración era cubrirse la cabeza con una arpillera, esparcirse encima cenizas y vivir en una cueva alimentándose solo con agua de la lluvia y hierbas salvajes? Pues respondería lo que todos, que a bodas me convidas.
¿Qué iba a responder ese hombre, que su aspiración era cubrirse la cabeza con una arpillera, esparcirse encima cenizas y vivir en una cueva alimentándose solo con agua de la lluvia y hierbas salvajes?
Así las cosas, el hermanísimo decidió ser millonario y jugar a la lotería nacional. Juan, el hermano de Alfonso Guerra, también jugaba bastante y cada semana compraba un décimo hasta que le le tocó, como le ha sucedido a familiares de políticos de todos los signos. Ahí tienen ustedes al señor Fabra, del PP, que tenía una suerte con el bombo envidiable. Si hicieran ustedes, por poner un supositorio, una lista de los cargos de libre disposición de la generalidad catalana que tienen vínculos sanguíneos – los fluidos corporales los dejaremos para otro día – con dirigentes políticos de mi tierra se quedarían patidifusos. Ellos, claro, juegan a la lotería catalana, la Grossa. Pero para el caso es lo mismo.
El hermanísimo decidió ser millonario y jugar a la lotería nacional
De forma y manera que menos escandalizarse, fariseos. Si el hermano aumentó un millón y medio de leuros su pecunio durante la pandemia, pasando de tener un patrimonio de 261.741,65 en el 2019 a 1,7 millones tras una excedencia entre octubre del 2020 y septiembre del 2021, será porque le tocó la lotería. ¿Que el hombre vive en Portugal pero trabaja en Extremadura? A buenas horas se sorprenden ustedes del teletrabajo. ¿Que posee una vivienda de 425 metros cuadrados, que costó 240.000 euros más la reforma estimada en 250.000, en Elvas, hermosa ciudad sita en el Alentejo portugués y famosa por albergar la mejor colección de fortificaciones-baluarte del mundo, amén de una huerta feracísima? No me sean fachas y envidiosos, caramba. ¿Acaso no todo es Europa? No sean malpensados ni cizañeros. La culpa la tienen los concursos y la lotería. No hagan números.
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